Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que se reúne a principios de septiembre en Corea del Sur, estos alienígenas ya ocupan el tercer lugar en las amenazas a las especies en peligro de extinción.
En los lugares a los que llegan, en efecto, prosperan a costa de sus anfitriones -flora, fauna, actividades humanas- devorando a algunos, desalojando a otros o contaminándolos con nuevas enfermedades.
"Las especies invasoras tienen un impacto mayor en el mundo y, en algunos países, es astronómico", explica Dave Richardson, director del Centro de Biología Invasiva de la Universidad de Stellenbosch, Sudáfrica.
A veces se trata de especies introducidas voluntariamente por el hombre, que ha perdido el control: el coipú, criado por su piel, que destruye diques y riberas de los ríos; o el cangrejo de río, fértil y muy resistente, que ha contribuido a la extinción casi total de cangrejo autóctono en Europa.
El "extranjero" puede mostrar un aspecto muy inocente: la ardilla asiática transmite enfermedades, o el conejo de campo, que se reproduce a alta velocidad y devasta los cultivos ya que ningún depredador natural lo neutraliza.
Otros, crustáceos, gusanos de tierra y simples hongos pasan desapercibidas hasta que es demasiado tarde.
Sólo en el ámbito europeo, el proyecto DAISIE (Delivering Alien Invasive Species Inventories for Europe), financiado por la Comisión Europea, había identificado 11.595 especies "extranjeras" a fines de agosto.
Un millar de especies marinas, 2.400 invertebrados, más de 6.600 plantas terrestres figuran en el inventario europeo. Y la lista no deja de crecer, gracias a la explosión del comercio y los viajes intercontinentales.
Incluso la Antártida, la región más aislada del mundo, está ahora amenazada. Un estudio estadounidense ha demostrado recientemente que los turistas e investigadores han llevado involuntariamente granos extraños, que podrían implantarse a costa de la flora local.
"La mundialización de la naturaleza global será difícil de detener", advierte Jean-Philippe Siblet, director del Servicio del Patrimonio Natural en el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) de París, que espera que los ecosistemas afectados se adaptarán sin ser demasiado desequilibrados.
Según una estimación de 2001, el coste global de depredaciones causadas por estas especies alcanzaría la suma de 1.400 millones de dólares.
"Siempre es difícil dar una cifra definitiva sobre estas cosas (...), pero el costo puede volverse una bola de nieve en la medida que trasplantamos otras especies a zonas donde existen en estado natural", estima Tim Blackburn, director del Instituto de Zoología de la Sociedad Zoológica de Londres.
Tomando conciencia del peligro, los Estados y regiones están empezando a organizar la lucha, pero la cooperación internacional falla y "en muchos casos, los tratados y convenciones no son efectivos", señala Dave Richardson.
Las acciones a emprender son caras y engorrosas, y requieren una importante inversión financiera y humana a largo plazo. Para colmo, introducir un depredador o un insecto para frenar un invasor es posible, pero siempre hay el riesgo de hacer más daño que bien.
El debate es arduo entre los partidarios de una guerra drástica y los que, como Jean-Philippe Siblet, abogan por una "erradicación inteligente".
"No todas las especies que llegan a un territorio se vuelven invasoras", indica el biólogo, que juzga que "puede haber ido demasiado lejos en la diabolización de ciertas especies".
En algunos casos, una especie exótica puede ser un "enriquecimiento", dice Siblet, recordando que muchas especies que ahora se consideran "indígenas", como la papa o el tomate en Europa, por ejemplo, fueron importadas.