Estos peregrinos, capitaneados por Filippo Giunta, son los organizadores del Rototom Sunsplash, el festival de reggae más grande de Europa. Se han marchado de Osoppo, un pequeño pueblo del norte de Italia donde habían celebrado el certamen en 15 ocasiones, por las presiones del Gobierno de Berlusconi y de sus socios de la Liga Norte. O, al menos, eso dicen. Con unos 15.000 asistentes (se espera un total de 100.000), comenzó su nueva andadura en Benicàssim. Localidad, por cierto, refundada ya por su alcalde, Francesc Colomer, como "ciudad de la música".
Con los restos visibles todavía de la última edición del FIB, el Rototom Sunsplash empezó a andar en el mismo recinto que su predecesor. Pero nada que ver. Esta vez, la utopía veraniega no tiene ni un solo patrocinador. El evento, con un presupuesto de unos tres millones de euros, se financia exclusivamente con el precio de las entradas (140 euros el abono para los ocho días). No quieren multinacionales ensuciando los escenarios. El ambiente es de relajación absoluta y todo sucede en un clima de inaudita buena educación en un festival de agosto. Cualquier operación de barra de bar, baño o primera fila de concierto va acompañada de una sonrisa. Es difícil encontrar a nadie castigado por los excesos, entre otras cosas porque los aficionados al reggae no suelen consumir drogas duras. El caso más grave que se atendió en la enfermería fue el de una chica que se había quemado la pantorrilla con el sol cuando se echaba la siesta. Entonces, ¿por qué han tenido que escapar de Italia?
"Por las noches, los carabinieri entraban en las tiendas de la gente y les registraban. Siempre con la excusa de buscar marihuana. Era un acoso permanente a nuestro público, especialmente a los negros. Así no se podía hacer un festival de la paz y la tolerancia", explica Filippo Giunta en su improvisado despacho en una carpa del recinto. Tal fue el acoso que les obligaron a registrar con el pasaporte a todos los campistas. Al menos consiguieron elaborar un mapa de nacionalidades que revelaba 140 procedencias distintas (en esta edición hay 56).
El alcalde de Osoppo, pese a ser miembro del partido de Berlusconi (PDL), quedó bastante disgustado con la idea de perder el evento que ponía cada año a su pueblo de 3.000 habitantes en el mapa de Europa. Pero Giunta, que pese a dirigir un festival de reggae viste un polo Lacoste y un reloj Dolce & Gabanna (lo de ser italiano prevalece), empezó a buscar una nueva ubicación por España y quedó encantado con Benicàssim y su alcalde, el socialista Francesc Colomer. Este correspondió el sábado sobre el escenario con un iluminado discurso en el que habló de "peregrinos en busca de la belleza" y del hallazgo de "los mapas de la revolución".
Fuera de la carpa de Giunta, suena ya la música. Pero no parece que eso sea lo más importante. El asunto del Sunsplash consiste en reunirse, pasar una semana de playa, conversaciones y paseos con el hipnótico sonido del reggae de fondo. Cyril y Jean, rastas como pitones colgando sobre su torso desnudo, han venido desde Nueva Zelanda. Son franceses y pasan el verano en Europa. Luego volverán a las antípodas. Cada año van al Rototom Sunsplash, y este se compraron la entrada sin saber todavía dónde se organizaría. No importa. "Es el ambiente, hermano. Pasar unos días tranquilo. Música, relax, unos canutos...", dice Cyril. Buenrollito global, vaya.
El recinto está plagado de pequeños escenarios y de puestecitos. Bolsos, cinturones y mucha parafernalia para aficionados a la hierba. Una droga, recuerda el organizador del festival, que no mata. Además de las actuaciones de la noche, con el español Morodo como cabeza de cartel, una de las atracciones del día es la visita de Olivia Babsky Grange, la ministra de Cultura de Jamaica. Pero ella se lo toma todo al ritmo jamaicano. Llega una hora tarde a la conferencia que tiene programada. Cuando aparece, quiere que antes de empezar suene Peter Tosh. Veinte minutos buscando la canción. Luego se pone a cantar a Bob Marley. Todos de pie. Es jamaicana, recuerdan en la organización del festival.
A las ocho de la tarde saltaron al escenario los New York Ska Jazz Ensemble. Una de las bandas bisagra que ha permitido que el antiguo sonido jamaicano se ventilara y la gente pueda disfrutar en un escenario de algo más que una reliquia. Su nombre describe con meridiana concisión el género musical que trabajan. A esas horas del sábado, el festival empezaba a arrancar. El escenario grande no se llenaría completamente. Lo malo de hacerlo en el mismo recinto que el FIB (en esta ocasión no hay zona VIP y la mítica piscina del backstage es una simple fuente vallada) es que toda la ropa te viene grande. En los momentos de mayor afluencia, quizá con la actuación del madrileño Morodo, no había más de 15.000 personas. En otros momentos, como en la actuación de Antony B, subió el aforo. A esas horas, la ministra de cultura jamaicana todavía deambulaba por el backstage repartiendo besos y buen rollo universal.
Con los restos visibles todavía de la última edición del FIB, el Rototom Sunsplash empezó a andar en el mismo recinto que su predecesor. Pero nada que ver. Esta vez, la utopía veraniega no tiene ni un solo patrocinador. El evento, con un presupuesto de unos tres millones de euros, se financia exclusivamente con el precio de las entradas (140 euros el abono para los ocho días). No quieren multinacionales ensuciando los escenarios. El ambiente es de relajación absoluta y todo sucede en un clima de inaudita buena educación en un festival de agosto. Cualquier operación de barra de bar, baño o primera fila de concierto va acompañada de una sonrisa. Es difícil encontrar a nadie castigado por los excesos, entre otras cosas porque los aficionados al reggae no suelen consumir drogas duras. El caso más grave que se atendió en la enfermería fue el de una chica que se había quemado la pantorrilla con el sol cuando se echaba la siesta. Entonces, ¿por qué han tenido que escapar de Italia?
"Por las noches, los carabinieri entraban en las tiendas de la gente y les registraban. Siempre con la excusa de buscar marihuana. Era un acoso permanente a nuestro público, especialmente a los negros. Así no se podía hacer un festival de la paz y la tolerancia", explica Filippo Giunta en su improvisado despacho en una carpa del recinto. Tal fue el acoso que les obligaron a registrar con el pasaporte a todos los campistas. Al menos consiguieron elaborar un mapa de nacionalidades que revelaba 140 procedencias distintas (en esta edición hay 56).
El alcalde de Osoppo, pese a ser miembro del partido de Berlusconi (PDL), quedó bastante disgustado con la idea de perder el evento que ponía cada año a su pueblo de 3.000 habitantes en el mapa de Europa. Pero Giunta, que pese a dirigir un festival de reggae viste un polo Lacoste y un reloj Dolce & Gabanna (lo de ser italiano prevalece), empezó a buscar una nueva ubicación por España y quedó encantado con Benicàssim y su alcalde, el socialista Francesc Colomer. Este correspondió el sábado sobre el escenario con un iluminado discurso en el que habló de "peregrinos en busca de la belleza" y del hallazgo de "los mapas de la revolución".
Fuera de la carpa de Giunta, suena ya la música. Pero no parece que eso sea lo más importante. El asunto del Sunsplash consiste en reunirse, pasar una semana de playa, conversaciones y paseos con el hipnótico sonido del reggae de fondo. Cyril y Jean, rastas como pitones colgando sobre su torso desnudo, han venido desde Nueva Zelanda. Son franceses y pasan el verano en Europa. Luego volverán a las antípodas. Cada año van al Rototom Sunsplash, y este se compraron la entrada sin saber todavía dónde se organizaría. No importa. "Es el ambiente, hermano. Pasar unos días tranquilo. Música, relax, unos canutos...", dice Cyril. Buenrollito global, vaya.
El recinto está plagado de pequeños escenarios y de puestecitos. Bolsos, cinturones y mucha parafernalia para aficionados a la hierba. Una droga, recuerda el organizador del festival, que no mata. Además de las actuaciones de la noche, con el español Morodo como cabeza de cartel, una de las atracciones del día es la visita de Olivia Babsky Grange, la ministra de Cultura de Jamaica. Pero ella se lo toma todo al ritmo jamaicano. Llega una hora tarde a la conferencia que tiene programada. Cuando aparece, quiere que antes de empezar suene Peter Tosh. Veinte minutos buscando la canción. Luego se pone a cantar a Bob Marley. Todos de pie. Es jamaicana, recuerdan en la organización del festival.
A las ocho de la tarde saltaron al escenario los New York Ska Jazz Ensemble. Una de las bandas bisagra que ha permitido que el antiguo sonido jamaicano se ventilara y la gente pueda disfrutar en un escenario de algo más que una reliquia. Su nombre describe con meridiana concisión el género musical que trabajan. A esas horas del sábado, el festival empezaba a arrancar. El escenario grande no se llenaría completamente. Lo malo de hacerlo en el mismo recinto que el FIB (en esta ocasión no hay zona VIP y la mítica piscina del backstage es una simple fuente vallada) es que toda la ropa te viene grande. En los momentos de mayor afluencia, quizá con la actuación del madrileño Morodo, no había más de 15.000 personas. En otros momentos, como en la actuación de Antony B, subió el aforo. A esas horas, la ministra de cultura jamaicana todavía deambulaba por el backstage repartiendo besos y buen rollo universal.