Pero otras historias del mismo emperador Felipe II (1527-1598) sirven mejor que Schiller y Verdi para entender lo que está pasando cerca de El Escorial en este mes de agosto de 2012. Algo muy prosaico: las tres o cuatro bancarrotas de Felipe II. Recordemos los reclamos que le presentaban los banqueros Fugger desde el centro de Europa y las trapisondas con algunos genoveses favoritos, a quienes pagaba las deudas mientras a otros los dejaba colgados. Recordemos la plata que llegaba de Potosí y de Guanajuato (obtenida con trabajos forzados y contaminando con mercurio, que entonces se llamaba azogue) y cómo la malgastaba para hacer la guerra a protestantes y musulmanes.
Su actual sucesor en el trono de España ha sido más moderado en lo financiero. Y ha sido capaz de intentar remedios a los que Felipe II con todo su poder nunca pudo recurrir, como pedir pequeños auxilios monetarios del propio gobierno de La Meca.
Aunque el actual monarca no pide gigantescos préstamos personales, sí lo está haciendo su reino de España, que se está endeudando al 6 o 7 por ciento de interés al año, porque los prestamistas tanto españoles como extranjeros no se fían y exigen un tipo de interés muy alto. Deben asegurarse contra un default, una quita, una bancarrota. Imagínense que prestan en euros y les devuelven en pesetas devaluadas.
Mil euros que ahora le presten al reino de España se convierten, en sólo diez años, en dos mil euros que habrá que devolver. Hay quien piensa que se podrá devolver porque aumentarán los ingresos y los impuestos. O que habrá mucha inflación y el euro valdrá menos. Lo que está claro es que el peso de la deuda pública con respecto al PIB está aumentando, a la vez que aumenta el escepticismo de nuestros acreedores.
El asunto está sentenciado. Habrá una restructuración, una moratoria, una bancarrota (parcial), un default, una rebaja de deuda. Elijan ustedes el eufemismo. Tal vez un músico componga una zarzuela, La Quita del 2012.
Las crisis de la deuda surgen cuando los impuestos no alcanzan para los gastos públicos y para atender las cargas de la deuda. El reino de España no puede engañar a los acreedores dándoles pesetas. Además, volver a la peseta podría significar volver a tener un general en el gobierno. Una Europa unida es un proyecto económico, pero también político, que impide la resurrección de nacionalismos extremistas, belicistas.
Como en la época de Felipe II, hay dos formas de desendeudarse. La primera es lograr un superávit presupuestario. El gobierno intenta al menos reducir el déficit cortando gastos sociales, subiendo impuestos, pagando menos a los funcionarios y pensionistas, pero eso es contraproducente porque la economía se hunde. Amenaza una revuelta. El gobierno de Rajoy ganó las elecciones en 2011 con mayoría de diputados, pero con un bajo porcentaje del censo electoral, algo más de 25 por ciento. Poco después perdió las elecciones locales en Andalucía, la región más poblada.
La segunda manera de desendeudarse es declararse en quiebra. Históricamente ha predominado esta segunda vía, mediante los repudios de la deuda. Por ejemplo, el banquero Hermann Abs negoció en Londres en 1953 una quita y moratoria al pago de la deuda externa alemana. Es decir, las crisis de la deuda pública se resuelven al dejar los gobiernos de cumplir sus compromisos con los prestamistas.
Veamos qué hizo Ecuador en 2007. Primero, una auditoría de la deuda (como los indignados
propugnan en España), anunciando que una parte era ilegítima (préstamos para comprar equipos militares inútiles). Se anunció que sólo se pagaría una parte de la deuda, y que se pagaría despacio. Al bajar entonces el precio de los títulos de la deuda, el Estado recompró una parte de la deuda legítima. No muy elegante, pero eficaz.
Cuentan historiadores como Bartolomé Yun que las campañas militares de Felipe II contra los turcos y los holandeses y la financiación de la Armada Invencible contra Inglaterra exigieron gastos financiados con créditos. Los financieros del momento (alemanes e italianos), y en menor medida los mercaderes castellanos, prestaron grandes sumas al monarca, recibiendo a cambio unos títulos con altos tipos de interés que en teoría cubrían el riesgo de impago. Pero eso acabó no en una sola bancarrota, sino en cuatro. Siempre quedaban prestamistas dispuestos a repetir.
Joan Martínez Alier
Instituto de Ciencias y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona; coordinador del proyecto EJOLT