"Estamos casi al final del camino, soy optimista", dijo el canciller francés Laurent Fabius, que preside la conferencia COP21. Adelantó que el sábado a las 08H00 presentará un texto cuya aprobación dio por descontada.
Pero en la carrera contrarreloj las discusiones que continuaban día y noche alcanzaron el inevitable punto en que cada cual defiende con uñas y dientes lo suyo, del que no se sale sin hacer concesiones.
"En lugar de avanzar hacia compromisos, cada país se atrincheró detrás de sus posiciones. Es el momento duro de las negociaciones", comentó Matthieu Orphelin, de la ONG Fundation Hulot.
Señal de que llegó la hora de la verdad, los presidentes de China y Estados Unidos, los dos principales emisores de gases de efecto invernadero, hablaron por teléfono el viernes para intentar salvar obstáculos.
China e India frenaron a lo largo de casi dos semanas de negociaciones distintos puntos del acuerdo, con el fin de obtener más espacio para desarrollar sus economías antes de convertirlas a sistemas sostenibles.
Brasil, que mantuvo reservas durante días en algunos de los temas negociados, se sumó a último minuto el viernes a una coalición de un centenar de países ricos y en desarrollo que empujan por un acuerdo ambicioso.
"Esta movida de Brasil podría cambiar toda la dinámica en las últimas horas de la conferencia", comentó un portavoz de Greenpeace, Martin Kaiser.
Lo que está en juego es una estrategia capaz de frenar el calentamiento resultante de la actividad humana de un planeta que duplicó su población en las cuatro últimas décadas y vio surgir nuevas potencias industriales.
Para ello es necesario convertir a la economía global a fuentes de energía limpias, abandonando progresivamente las fósiles -carbón, gas y petróleo- emisoras de dióxido de carbono (CO2) y otros gases que están transformando la Tierra en un invernadero y amenazan con convertirla en un horno.
Ante ese desafío cada país tiene capacidades, intereses y una exposición distinta a las amenazas.
Los Estados insulares del Pacífico que quedarían sumergidos por una elevación del nivel del mar, apoyados por aquellos que ya padecen fenómenos extremos, pero también casi toda América Latina, reclamaban que el acuerdo limite el alza de las temperaturas a 1,5 ºC respecto a la era preindustrial.
Los poderosos países petroleros encabezados por Arabia Saudí y Kuwait, se negaban a ir más allá del límite de 2 ºC.
En una fórmula salomónica, el proyecto de acuerdo fija la meta "muy por debajo de los 2 ºC" y llama a "proseguir con los esfuerzos" para alcanzar los "1,5 ºC".
Arabia Saudita, en este caso con el apoyo de Venezuela, consiguió eliminar del texto la noción de "descarbonización", sustituida por la de "neutralidad" de carbono, más favorable a sus intereses.
En las maniobras de último momento, el secretario general de la ONU Ban Ki-moon se reunió por separado con las delegaciones de Venezuela y Kuwait.
La principal manzana de la discordia sigue siendo el dinero: los países del Sur reclaman financiamiento y acceso a las tecnologías necesarias para adaptarse a cambio climático, mientras que los ya industrializados quieren que las potencias emergentes también colaboren.
Una posibilidad que China admite, pero sobre una base voluntaria.
La ayuda anual de 100.000 millones de dólares que se canalizará hacia los países en desarrollo desde 2020 será un mínimo que podrá incrementarse, una concesión que debería facilitar la adhesión de los más pobres.
El ministro indio de Medio Ambiente Prakash Javadekar dijo que los países desarrollados "no están mostrando flexibilidad" y advirtió que el éxito de la COP21 "no está asegurado".
El secretario de Estado norteamericano John Kerry, muy activo en la recta final de las negociaciones, confirmó que "un par de temas muy difíciles" obstaculizan el acuerdo final.
Sin embargo, todo parece indicar que en París se evitará un fracaso como el de la cumbre de Copenhague en 2009, aunque grupos y figuras ambientalistas expresaron temores de que el acuerdo sea vaciado de substancia en los últimos regateos.
Para la administración demócrata de Obama, las 'líneas rojas' las marca sobre todo el Congreso, de mayoría republicana y predominancia de climatoescépticos.
Del borrador de la COP21 desapareció un capítulo referido a la legalidad vinculante del texto, que quedaría limitada a aspectos específicos pero no será aplicable a los planes nacionales de emisión de gases de efecto invernadero, que se mantendrían en el ámbito de lo voluntario.
Pero en la carrera contrarreloj las discusiones que continuaban día y noche alcanzaron el inevitable punto en que cada cual defiende con uñas y dientes lo suyo, del que no se sale sin hacer concesiones.
"En lugar de avanzar hacia compromisos, cada país se atrincheró detrás de sus posiciones. Es el momento duro de las negociaciones", comentó Matthieu Orphelin, de la ONG Fundation Hulot.
Señal de que llegó la hora de la verdad, los presidentes de China y Estados Unidos, los dos principales emisores de gases de efecto invernadero, hablaron por teléfono el viernes para intentar salvar obstáculos.
China e India frenaron a lo largo de casi dos semanas de negociaciones distintos puntos del acuerdo, con el fin de obtener más espacio para desarrollar sus economías antes de convertirlas a sistemas sostenibles.
Brasil, que mantuvo reservas durante días en algunos de los temas negociados, se sumó a último minuto el viernes a una coalición de un centenar de países ricos y en desarrollo que empujan por un acuerdo ambicioso.
"Esta movida de Brasil podría cambiar toda la dinámica en las últimas horas de la conferencia", comentó un portavoz de Greenpeace, Martin Kaiser.
- Intereses muy divergentes -
Lo que está en juego es una estrategia capaz de frenar el calentamiento resultante de la actividad humana de un planeta que duplicó su población en las cuatro últimas décadas y vio surgir nuevas potencias industriales.
Para ello es necesario convertir a la economía global a fuentes de energía limpias, abandonando progresivamente las fósiles -carbón, gas y petróleo- emisoras de dióxido de carbono (CO2) y otros gases que están transformando la Tierra en un invernadero y amenazan con convertirla en un horno.
Ante ese desafío cada país tiene capacidades, intereses y una exposición distinta a las amenazas.
Los Estados insulares del Pacífico que quedarían sumergidos por una elevación del nivel del mar, apoyados por aquellos que ya padecen fenómenos extremos, pero también casi toda América Latina, reclamaban que el acuerdo limite el alza de las temperaturas a 1,5 ºC respecto a la era preindustrial.
Los poderosos países petroleros encabezados por Arabia Saudí y Kuwait, se negaban a ir más allá del límite de 2 ºC.
En una fórmula salomónica, el proyecto de acuerdo fija la meta "muy por debajo de los 2 ºC" y llama a "proseguir con los esfuerzos" para alcanzar los "1,5 ºC".
Arabia Saudita, en este caso con el apoyo de Venezuela, consiguió eliminar del texto la noción de "descarbonización", sustituida por la de "neutralidad" de carbono, más favorable a sus intereses.
En las maniobras de último momento, el secretario general de la ONU Ban Ki-moon se reunió por separado con las delegaciones de Venezuela y Kuwait.
- La advertencia de India -
La principal manzana de la discordia sigue siendo el dinero: los países del Sur reclaman financiamiento y acceso a las tecnologías necesarias para adaptarse a cambio climático, mientras que los ya industrializados quieren que las potencias emergentes también colaboren.
Una posibilidad que China admite, pero sobre una base voluntaria.
La ayuda anual de 100.000 millones de dólares que se canalizará hacia los países en desarrollo desde 2020 será un mínimo que podrá incrementarse, una concesión que debería facilitar la adhesión de los más pobres.
El ministro indio de Medio Ambiente Prakash Javadekar dijo que los países desarrollados "no están mostrando flexibilidad" y advirtió que el éxito de la COP21 "no está asegurado".
El secretario de Estado norteamericano John Kerry, muy activo en la recta final de las negociaciones, confirmó que "un par de temas muy difíciles" obstaculizan el acuerdo final.
Sin embargo, todo parece indicar que en París se evitará un fracaso como el de la cumbre de Copenhague en 2009, aunque grupos y figuras ambientalistas expresaron temores de que el acuerdo sea vaciado de substancia en los últimos regateos.
Para la administración demócrata de Obama, las 'líneas rojas' las marca sobre todo el Congreso, de mayoría republicana y predominancia de climatoescépticos.
Del borrador de la COP21 desapareció un capítulo referido a la legalidad vinculante del texto, que quedaría limitada a aspectos específicos pero no será aplicable a los planes nacionales de emisión de gases de efecto invernadero, que se mantendrían en el ámbito de lo voluntario.