Identificar los desaparecidos de la dictadura argentina, una tarea sin fin


BUENOS AIRES. - Unas 700 cajas con restos humanos se apilan en el laboratorio del Equipo Argentino de Antropología Forense: 30 años después del final de la sangrienta dictadura militar en el país sudamericano (1976-1983) 60 científicos siguen trabajando para identificar a las víctimas.



Conocido por haber identificado los restos del Che Guevara y partícipes de unas 60 misiones en todo el mundo, desde México a Siria, este equipo científico ha devuelto la identidad a 600 opositores al régimen militar argentino, asesinados y arrojados en fosas comunes.

Entidades humanitarias cifran en 30.000 el número de desaparecidos en Argentina durante la última dictadura.

"Una sola identificación puede demandar años, falta mucho todavía, pero tenemos la ayuda crucial de la genética, aunque no siempre es posible extraer ADN de los huesos porque se degrada o se contamina con la tierra", explica a la AFP el director del equipo, Luis Fondebrider, antropólogo de la Universidad de Buenos Aires.

Dentro del austero laboratorio, los restos de dos NN (no name, sin nombre) se extienden sobre telas negras en mesas de madera montadas sobre caballetes.

Cada hueso está meticulosamente colocado, numerado, clasificado con tinta roja. Ambos presentan impactos de bala en el cráneo, uno de ellos está practicamente estallado, muestran múltiples fracturas, las huellas de la tortura.

"Es un dolor muy grande, primero la desaparición, luego la tremenda verdad de la muerte. Estos científicos nos llevan a esa realidad tan difícil, nos muestran la crueldad de lo que ha hecho el terrorismo de Estado", dijo a la AFP Nora Cortiñas, presidenta de la Fundación Madres de Plaza de Mayo que buscan a sus hijos desaparecidos.

Según Cortiñas, "saber que ahí, en una caja quizás hay un hijo, una hija desaparecido, es muy duro. Y la enorme espera, pero uno quiere la verdad cueste lo que cueste y ellos hacen su trabajo con delicadeza y discreción, van poniéndoles nombre a esa dura realidad que tenemos que vivir".

En esa tarea confluyen antropólogos, biólogos, arqueólogos, médicos forenses, genetistas, y físicos.

La esperanza para la identificación está puesta desde hace cuatro años en una campaña para recoger muestras de sangre de familiares de desaparecidos con el fin de cotejar el perfil genético con el de los restos hallados en fosas clandestinas.

"Tenemos 9.000 muestras correspondientes a unos 4.500 desaparecidos, pero necesitamos que más familiares se acerquen a dar sangre, es posible hacerlo en 60 hospitales del país y también en las embajadas argentinas en el exterior. Hemos recibido muchas desde España, Francia, Dinamarca y Noruega", dice Fondebrider.

De las 600 identificaciones que lleva hechas el equipo, la mitad se produjo en los últimos cuatro años, desde que se recurrió a la genética.

"Es esperanzador, pero somos cautos, no siempre es posible", advierte.

En la oficina contigua se mezclan archivos sobre los cientos de lugares donde funcionaron cárceles clandestinas, con premios internacionales a la labor del equipo y agradecimientos de familiares de desaparecidos.

"Los dientes dan pistas, pero en Argentina no hay ninguna ley que obligue a los odontólogos a guardar las fichas de sus pacientes, además muchos restos pertenecen a jóvenes sin marcas de enfermedades en sus huesos", señala.

En las paredes del laboratorio hay dibujos de esqueletos en distintas posturas, escalas gráficas que representan la forma en que fueron hallados en una fosa común del norte argentino.

Fondebrider pide no develar el sitio porque forma parte de un juicio en curso, uno de los cientos que dieron condena a 453 miembros del régimen.

"Para los familiares poder ver y tocar los restos hace una diferencia porque un desaparecido forzado es una 'nada' ante la sociedad, es negar a esa persona, entonces la identificación vuelve a ponerlos dentro de la sociedad", explica.

En anaqueles junto a las cientos de cajas con restos humanos prolijamente clasificadas, espera una urna de madera vacía.

Tras los trámites judiciales de rigor, son los propios científicos los que entregan los restos a la familia.

"Algunos se toman demasiado tiempo para recogerlos, no es fácil el proceso emocional, es como si volvieran a morir. El momento quizás más terrible de nuestro trabajo: el final", admite.

Sábado, 7 de Diciembre 2013
AFP (Agencia France-Presse)
           


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