BERLIN, Deborah Cole, (AFP) - En el momento de su creación, Berlín estaba aún en ruinas, pero seguía siendo "un poderoso símbolo para Occidente", recalcó el actual director del Festival, Dieter Kosslick.
Durante su primera edición, Alemania Occidental contaba con dos millones de desempleados, y miles de berlineses vivían aún en precarias viviendas, cuenta Peter Cowie en su libro "The Berlinale - The Festival", que acaba de ser publicado.
Un festival internacional de cine ofrecía a los estadounidenses un medio para adoctrinar a los alemanes --recién salidos de la época nazi con su poderosa máquina de propaganda-- y crear una "vitrina del mundo libre".
Se trataba también de establecer una cabeza de puente cultural en Berlín Oeste, ya que la ciudad dividida se había convertido en el símbolo del conflicto con los soviéticos.
El filme con el que se inauguró la primera Berlinale fue "Rebecca", de Alfred Hitchcock, que había salido en 1940, pero que los alemanes no habían podido ver.
Después de que una serie de películas hollywoodienses, con sus respectivas estrellas, le aportara prestigio, calidad, gracia y frivolidad, la Berlinale obtuvo, cinco años más tarde, el estatuto "A" de la Federación Internacional de Asociaciones de productores de filmes, lo que la izó al rango de festivales internacionales como Cannes y Venecia.
Los primeros Osos de Oro fueron para películas norteamericanas y británicas y habría que esperar hasta 1958 para que el jurado otorgara su más alta distinción a un filme europeo --llamado a convertirse en un clásico-- "Las fresas salvajes", de Ingmar Bergman, recuerda Cowie.
Las tentativas de los organizadores alemanes por reivindicar su independencia ante los estadounidenses tuvieron con frecuencia consecuencias explosivas.
En 1970 estalló un conflicto con motivo de la proyección de "OK", del realizador alemán Michael Verhoeven, que contaba la historia de una niña vietnamita violada y asesinada por soldados estadounidenses.
Tras la proyección, el presidente del jurado, el cineasta hollywoodiense George Stevens, amenazó con renunciar si la película no era retirada del concurso.
George Stevens, que había filmado para el ejército de Estados Unidos el desembarco en Normandía, así como la liberación del campo de concentración de Dachau, consideraba una falta de vergüenza, de parte de los alemanes, acusar a los soldados norteamericanos de crímenes de guerra.
Finalmente el jurado renunció sin otorgar premio alguno.
En 1979, un escándalo aún mayor estremeció a la Berlinale, con la proyección del filme de Michael Cimino, "Viaje al fin del Infierno".
Las delegaciones de los países del Este, que incluían dos miembros del jurado, abandonaron el festival tras denunciar una descripción insultante de sus "hermanos vietnamitas".
La Berlinale permitía a las grandes potencias marcar puntos diplomáticamente sobre hechos que ocurrían del otro lado del mundo, explica Cowie.
Los países del bloque soviético "debían encontrar un medio de manifestar su solidaridad (hacia Hanoi) sin comprometerse militarmente". Como muchos otros, antes y después de esa fecha, escogieron para ello la Berlinale.
Durante su primera edición, Alemania Occidental contaba con dos millones de desempleados, y miles de berlineses vivían aún en precarias viviendas, cuenta Peter Cowie en su libro "The Berlinale - The Festival", que acaba de ser publicado.
Un festival internacional de cine ofrecía a los estadounidenses un medio para adoctrinar a los alemanes --recién salidos de la época nazi con su poderosa máquina de propaganda-- y crear una "vitrina del mundo libre".
Se trataba también de establecer una cabeza de puente cultural en Berlín Oeste, ya que la ciudad dividida se había convertido en el símbolo del conflicto con los soviéticos.
El filme con el que se inauguró la primera Berlinale fue "Rebecca", de Alfred Hitchcock, que había salido en 1940, pero que los alemanes no habían podido ver.
Después de que una serie de películas hollywoodienses, con sus respectivas estrellas, le aportara prestigio, calidad, gracia y frivolidad, la Berlinale obtuvo, cinco años más tarde, el estatuto "A" de la Federación Internacional de Asociaciones de productores de filmes, lo que la izó al rango de festivales internacionales como Cannes y Venecia.
Los primeros Osos de Oro fueron para películas norteamericanas y británicas y habría que esperar hasta 1958 para que el jurado otorgara su más alta distinción a un filme europeo --llamado a convertirse en un clásico-- "Las fresas salvajes", de Ingmar Bergman, recuerda Cowie.
Las tentativas de los organizadores alemanes por reivindicar su independencia ante los estadounidenses tuvieron con frecuencia consecuencias explosivas.
En 1970 estalló un conflicto con motivo de la proyección de "OK", del realizador alemán Michael Verhoeven, que contaba la historia de una niña vietnamita violada y asesinada por soldados estadounidenses.
Tras la proyección, el presidente del jurado, el cineasta hollywoodiense George Stevens, amenazó con renunciar si la película no era retirada del concurso.
George Stevens, que había filmado para el ejército de Estados Unidos el desembarco en Normandía, así como la liberación del campo de concentración de Dachau, consideraba una falta de vergüenza, de parte de los alemanes, acusar a los soldados norteamericanos de crímenes de guerra.
Finalmente el jurado renunció sin otorgar premio alguno.
En 1979, un escándalo aún mayor estremeció a la Berlinale, con la proyección del filme de Michael Cimino, "Viaje al fin del Infierno".
Las delegaciones de los países del Este, que incluían dos miembros del jurado, abandonaron el festival tras denunciar una descripción insultante de sus "hermanos vietnamitas".
La Berlinale permitía a las grandes potencias marcar puntos diplomáticamente sobre hechos que ocurrían del otro lado del mundo, explica Cowie.
Los países del bloque soviético "debían encontrar un medio de manifestar su solidaridad (hacia Hanoi) sin comprometerse militarmente". Como muchos otros, antes y después de esa fecha, escogieron para ello la Berlinale.