Joaquín de Luz bailó a fondo, como suele hacerlo siempre, y esta vez quizás para conjurar la sombra de una lesión reciente (esto del ballet se parece cada vez más al fútbol de elite) y el granado grupo ofreció lo que prometía en el programa de sala. Hasta más, si cabe.
Elegancia, formas distintivas, búsqueda de equilibrio entre la técnica y su disfrute musical, cierto aire que puede parecer frialdad pero que no es otra cosa que el más que fraguado estilo de la casa: un tipo de ballet que nació en la Gran Manzana.
Nos debía llenar de orgullo que una función como ésta estuviera liderada por dos primeros bailarines españoles, de carrera sólida, de virtuosismo indiscutido y de posibilidades escénicas elevadas. Son el propio Joaquín de Luz y Gonzalo García; el primero, formado en el Víctor Ullate, el segundo, en la fragua zaragozana de María de Ávila: el mismo tronco, donde se postula el valor de la respiración en la musicalidad, el deseo de transmitir algo esencialmente artístico que debe llevar aparejado toda ejecución de ballet. De Luz y García se han ido ya hace años y han hecho las Américas instalándose y triunfando en el sitio más difícil: Nueva York. Ellos no son esencialmente mediáticos, sino profesionales entregados a su causa primera: el ballet. Los dos se distinguen, y esto es muy importante, por su intensidad. Los dos dominan, entienden el estilo Balanchine y su repertorio, pero lo hacen de manera particular.
La gala contenía desde Apollo (donde Gonzalo bordó una interpretación emocional, magnífica) hasta Agon y Tchaicovski pas de deux. Para completar el arco, Other dances, de Jerome Robbins, Don Quijote y Tributo a Ray Charles de Peter Martins.
En Don Quijote Joaquín estuvo acompañado de Ana Sofia Scheller, que no le dio una contrapartida redonda, y donde el madrileño debió sacar su brioso amor por la danza española para dar lustre al famoso pas de deux.
Agon (1957) fue bailado por Kaitlyn Gilliand y Ask LaCour con concentrada geometría. Es un paso a dos decisivo para el desarrollo del ballet moderno y su disuasión del armónico ha inspirado el nuevo enfoque de un William Forsythe, entre otros. Se trata de una lección de plástica geometrista tan abstracta como potente.
El otro punto culminante estuvo en Other dances, de nuevo con García y Tiler Peck. Esta obra fue creada por Robbins en 1976 para una gala que recogía fondos para la biblioteca del Metropolitan; lo montó para Natalia Makarova y Mijail Barishnikov y, sin pretenderlo, se instaló en el repertorio para siempre. Era la tercera vez que Robbins trabajaba sobre piezas para piano de Chopin, y Natacha y Misha dejaron una estela y larga sombra que se añade a las dificultades de la propia lectura, un juego entre el humor y lo lírico que transita por sutiles evocaciones a las czardas y mazurcas. Los dos estuvieron sumados a una poesía de comunicación y diálogo en pareja, además de cumplir con creces en cuanto a su elevado ritmo. En el Chaicovski, Megan Fairchild va camino de ser una estrella: limpia, segura en la dinámica, estuvo impecable, lo mismo Andrew Vedette, su preciso y elegante partenaire. Cerró el homenaje a Ray Charles, divertimento muy apropiado para cerrar jornada y pensado sobre todo para el lucimiento de los chicos. Brillaron otra vez De Luz, Jared Angle y Amar Ramasar, un torbellino de ritmo y sensualidad.
Elegancia, formas distintivas, búsqueda de equilibrio entre la técnica y su disfrute musical, cierto aire que puede parecer frialdad pero que no es otra cosa que el más que fraguado estilo de la casa: un tipo de ballet que nació en la Gran Manzana.
Nos debía llenar de orgullo que una función como ésta estuviera liderada por dos primeros bailarines españoles, de carrera sólida, de virtuosismo indiscutido y de posibilidades escénicas elevadas. Son el propio Joaquín de Luz y Gonzalo García; el primero, formado en el Víctor Ullate, el segundo, en la fragua zaragozana de María de Ávila: el mismo tronco, donde se postula el valor de la respiración en la musicalidad, el deseo de transmitir algo esencialmente artístico que debe llevar aparejado toda ejecución de ballet. De Luz y García se han ido ya hace años y han hecho las Américas instalándose y triunfando en el sitio más difícil: Nueva York. Ellos no son esencialmente mediáticos, sino profesionales entregados a su causa primera: el ballet. Los dos se distinguen, y esto es muy importante, por su intensidad. Los dos dominan, entienden el estilo Balanchine y su repertorio, pero lo hacen de manera particular.
La gala contenía desde Apollo (donde Gonzalo bordó una interpretación emocional, magnífica) hasta Agon y Tchaicovski pas de deux. Para completar el arco, Other dances, de Jerome Robbins, Don Quijote y Tributo a Ray Charles de Peter Martins.
En Don Quijote Joaquín estuvo acompañado de Ana Sofia Scheller, que no le dio una contrapartida redonda, y donde el madrileño debió sacar su brioso amor por la danza española para dar lustre al famoso pas de deux.
Agon (1957) fue bailado por Kaitlyn Gilliand y Ask LaCour con concentrada geometría. Es un paso a dos decisivo para el desarrollo del ballet moderno y su disuasión del armónico ha inspirado el nuevo enfoque de un William Forsythe, entre otros. Se trata de una lección de plástica geometrista tan abstracta como potente.
El otro punto culminante estuvo en Other dances, de nuevo con García y Tiler Peck. Esta obra fue creada por Robbins en 1976 para una gala que recogía fondos para la biblioteca del Metropolitan; lo montó para Natalia Makarova y Mijail Barishnikov y, sin pretenderlo, se instaló en el repertorio para siempre. Era la tercera vez que Robbins trabajaba sobre piezas para piano de Chopin, y Natacha y Misha dejaron una estela y larga sombra que se añade a las dificultades de la propia lectura, un juego entre el humor y lo lírico que transita por sutiles evocaciones a las czardas y mazurcas. Los dos estuvieron sumados a una poesía de comunicación y diálogo en pareja, además de cumplir con creces en cuanto a su elevado ritmo. En el Chaicovski, Megan Fairchild va camino de ser una estrella: limpia, segura en la dinámica, estuvo impecable, lo mismo Andrew Vedette, su preciso y elegante partenaire. Cerró el homenaje a Ray Charles, divertimento muy apropiado para cerrar jornada y pensado sobre todo para el lucimiento de los chicos. Brillaron otra vez De Luz, Jared Angle y Amar Ramasar, un torbellino de ritmo y sensualidad.