La saudización de Egipto es patente. Los egipcios, piadosos musulmanes, no solo encuentran en aquella monarquía los lugares santos de su religión de La Meca y Medina, sino un estilo de vida económicamente atractivo. Hay millones de habitantes de esta gran nación -Umma el Dunia, la madre del mundo, gustan repetir con orgullo- pero también de esta nación pobre, de magros recursos naturales, que van a trabajar a aquel estado de poder absoluto y de represivas costumbres, su Eldorado particular. Con los ahorros ganados con el sudor de su frente, puedan comprar algún apartamento en estas vastas ciudades periféricas que circundan El Cairo. A su regreso estos emigrantes, muy impregnados de la doctrina radical y puritana wahabita, influyen en el ritmo de la sociedad egipcia. El Islam del consumo de los principados petrolíferos del Golfo, desde Dubai a Qatar ha marcado las nuevas generaciones jóvenes de esta república en trance de reorientar su rumbo.
En la década de los cincuenta con Gamal Abdel Nasser en el poder, cuyo entierro atravesando la plaza del Tahrir en el otoño de 1970 no he olvidado, el reino de Arabia Saudí, calificado de reaccionario, era el polo opuesto del régimen militar que presumía de progresista y de paladín de los paises no alineados, de Egipto. Su hostilidad llegó hasta la guerra civil del Yemen en que apoyaron respectivamente los bandos monárquico y republicano. Esta profunda rivalidad política entre 1920 y 1970 disminuyó con la pujanza económica saudí y la pérdida de influencia regional egipcia. El Rais Anuar el Sadat, antecesor del presidente Mubarak, utilizó a la Cofradía de los Hermanos Musulmanes y a los salafistas para contrarrestar a los grupos izquierdistas y laicos. De todas formas siguen siendo muy grandes las diferencias entre estas dos sociedades árabes.
Antes de la revolución del 25 de enero del Tahrir ya era evidente que en Egipto había un fenómeno de reislamización a la vez que de difusión de la cultura standard consumista. La aparición a partir del año 2005 del movimiento de los bloguers. A mi modo, es expresión de esta realidad.
La fascinación de los estilos de vida de los principados del Golfo, entre un capitalismo floreciente y un Islam reverenciado, se extiende en Egipto rápidamente. Hay flamantes centros comerciales, o malls, con sus restaurantes, cafeterías, salas de cine, y zonas residenciales donde los ricos prefieren vivir. Aumenta la pauperización del Cairo y la religiosidad puritana. Cada vez hay más mujeres tapadas, una mayor segregación de sexos en los transportes públicos como el metro, se ha extendido la práctica del Ramadán, las mezquitas rebosan de fieles, y son raros los establecimientos que expenden alcohol.
Junto al Islam del consumo avanza este otro Islam oscurantista, fomentado por la Arabia Saudí a través de su dinero, de sus televisiones, con exaltados predicadores que han imitado el estilo de los televangelistas norteamericanos, del proselitismo de las mezquitas. Con el éxito electoral de sus partidos aumentará su influencia.
El popular novelista Alaa El Asuani lamenta el contagio de la ¨sociedad beduina, ensimismada, atrasada e hipócrita, sobre el Islam egipcio, tolerante, abierto y civilizado¨. Son los wehabitas, los salafistas, los que amenazan en Egipto, y en los países del Oriente Medio y del África del Norte, las incipientes democracias árabes.
Tomás Alcoverro
En la década de los cincuenta con Gamal Abdel Nasser en el poder, cuyo entierro atravesando la plaza del Tahrir en el otoño de 1970 no he olvidado, el reino de Arabia Saudí, calificado de reaccionario, era el polo opuesto del régimen militar que presumía de progresista y de paladín de los paises no alineados, de Egipto. Su hostilidad llegó hasta la guerra civil del Yemen en que apoyaron respectivamente los bandos monárquico y republicano. Esta profunda rivalidad política entre 1920 y 1970 disminuyó con la pujanza económica saudí y la pérdida de influencia regional egipcia. El Rais Anuar el Sadat, antecesor del presidente Mubarak, utilizó a la Cofradía de los Hermanos Musulmanes y a los salafistas para contrarrestar a los grupos izquierdistas y laicos. De todas formas siguen siendo muy grandes las diferencias entre estas dos sociedades árabes.
Antes de la revolución del 25 de enero del Tahrir ya era evidente que en Egipto había un fenómeno de reislamización a la vez que de difusión de la cultura standard consumista. La aparición a partir del año 2005 del movimiento de los bloguers. A mi modo, es expresión de esta realidad.
La fascinación de los estilos de vida de los principados del Golfo, entre un capitalismo floreciente y un Islam reverenciado, se extiende en Egipto rápidamente. Hay flamantes centros comerciales, o malls, con sus restaurantes, cafeterías, salas de cine, y zonas residenciales donde los ricos prefieren vivir. Aumenta la pauperización del Cairo y la religiosidad puritana. Cada vez hay más mujeres tapadas, una mayor segregación de sexos en los transportes públicos como el metro, se ha extendido la práctica del Ramadán, las mezquitas rebosan de fieles, y son raros los establecimientos que expenden alcohol.
Junto al Islam del consumo avanza este otro Islam oscurantista, fomentado por la Arabia Saudí a través de su dinero, de sus televisiones, con exaltados predicadores que han imitado el estilo de los televangelistas norteamericanos, del proselitismo de las mezquitas. Con el éxito electoral de sus partidos aumentará su influencia.
El popular novelista Alaa El Asuani lamenta el contagio de la ¨sociedad beduina, ensimismada, atrasada e hipócrita, sobre el Islam egipcio, tolerante, abierto y civilizado¨. Son los wehabitas, los salafistas, los que amenazan en Egipto, y en los países del Oriente Medio y del África del Norte, las incipientes democracias árabes.
Tomás Alcoverro