Manifestantes en Hama, Siria.
En la plaza del Reloj, entonces bautizada plaza de los Mártires, donde latían los jóvenes corazones de los manifestantes pacíficos entonando una canción que se hizo muy popular Vete ya Bashar, los agentes del Mujabarat (servicios secretos) cortaron las cuerdas vocales al creador de la misma para arrojarlas al río. Ahora, en la plaza han vuelto los embotellamientos de coches, autobuses, camiones y taxis amarillos de la ciudad de las norias.
Hama ha recobrado su vida cotidiana con animación de sus calles y la reapertura de tiendas y establecimientos públicos. Los tanques fueron retirados de esta población de mayoría suní, muy conservadora, símbolo de la resistencia al poder de los Asad que en el invierno de 1982 se había levantado contra el padre del actual presidente, que la castigó con una cruenta venganza de casi veinte mil muertos.
En las esquinas de las calles, como la Nasser, o en las rotondas ajardinadas, hay soldados detrás de sacos terreros con banderas e imágenes del rais. En la sede del Gobierno provincial, el nuevo gobernador mostró en una gran pantalla imágenes del desmantelamiento de las barricadas de los sublevados, armadas con contenedores, automóviles calcinados, faroles. Este gobernador fue nombrado para sustituir al que en el mes de julio pasado había ordenado una primera evacuación de las unidades militares y permitió a los activistas establecer su embrionaria autoridad ilusionada pero anárquica con sus anhelos de libertad y ansias de derrocar la dictadura.
En una plazuela queda el pedestal decapitado de Hafiz el Asad. En Hama vive una minoría alauí, núcleo del poder del régimen baasista, y otra cristiana. El gobernador, que trata a los activistas de criminales y desmiente que como difundieron las televisiones Al Yazira y Al Arabiya mezquitas y hospitales fuesen bombardeados, se preguntaba si los sublevados “aspiraban a una revolución social o bien a una acción terrorista”.
Ante un centenar de periodistas árabes, rusos y turcos, explicó que unos centenares de insurrectos fueron detenidos, otros se dieron a la fuga y que sus armas fueron incautadas. Pero no esclareció ni la procedencia de las armas ni la supuesta vinculación de los sublevados a grupos terroristas. “Inventaron –afirmó– una guerra y en todos los países hay manifestaciones y disturbios”.
El Gobernador lamentó que el embajador estadounidense en Damasco, Robert Ford, se entrevistara con manifestantes el pasado 7 de junio.
En cambio saludó afectuosamente a un ex embajador en Bagdad, invitado junto a este grupo de periodistas.
En los barrios residenciales de la ciudad sobre las orillas del río Orontes, cantado por poetas árabes y literatos románticos europeos, fueron incendiados y saqueados un club de oficiales y el palacio de Justicia. En medio de un suburbio queda la fachada calcinada del cuartelillo de policía asaltado por los insurrectos.
Si es verdad que estas manifestaciones son pacíficas, es evidente que hay una minoría de elementos armados. Francotiradores y agentes provocadores del ejército intervienen en fomentar las violencias. La situación en Siria es extremadamente complicada y confusa y la ausencia de corresponsales agrava la situación.
Hama es bajo el sol una ciudad fantasma. ¿Donde han ido a parar sus miles y miles de manifestantes que coreaban: “¡Oh jóvenes de Damasco, nosotros en Hama derribaremos al régimen”, “El ejército y el pueblo son una misma mano”, “Hama es el cementerio del régimen”. Muchas de las pintadas de los muros han sido embadurnadas. Durante una semana la ciudad vivió una espontánea fiebre revolucionaria sin programas ni líderes, pero también en un ambiente turbulento de bandidaje sin ley.
El Gobierno justificó su despliegue de carros de combate y de unidades militares de élite para aplastar la rebelión “a fin salvar a la aterrorizada población”. Cuando un periodista libanés preguntó a un muchacho de un grupo de vecinos pobres que con recelo nos observaban si estaba con el Gobierno o con los manifestantes, contestó prudentemente “estamos con el derecho”.
Sólo a 40 kilómetros de Hama vi a un convoy de soldados armados hasta los dientes que hacían la señal de la victoria. En este mediterráneo paisaje el viento es tan fuerte que hace doblegar pinos y abetos plantados junto a esta carretera casi desierta.
Tomás Alcoverro
Hama ha recobrado su vida cotidiana con animación de sus calles y la reapertura de tiendas y establecimientos públicos. Los tanques fueron retirados de esta población de mayoría suní, muy conservadora, símbolo de la resistencia al poder de los Asad que en el invierno de 1982 se había levantado contra el padre del actual presidente, que la castigó con una cruenta venganza de casi veinte mil muertos.
En las esquinas de las calles, como la Nasser, o en las rotondas ajardinadas, hay soldados detrás de sacos terreros con banderas e imágenes del rais. En la sede del Gobierno provincial, el nuevo gobernador mostró en una gran pantalla imágenes del desmantelamiento de las barricadas de los sublevados, armadas con contenedores, automóviles calcinados, faroles. Este gobernador fue nombrado para sustituir al que en el mes de julio pasado había ordenado una primera evacuación de las unidades militares y permitió a los activistas establecer su embrionaria autoridad ilusionada pero anárquica con sus anhelos de libertad y ansias de derrocar la dictadura.
En una plazuela queda el pedestal decapitado de Hafiz el Asad. En Hama vive una minoría alauí, núcleo del poder del régimen baasista, y otra cristiana. El gobernador, que trata a los activistas de criminales y desmiente que como difundieron las televisiones Al Yazira y Al Arabiya mezquitas y hospitales fuesen bombardeados, se preguntaba si los sublevados “aspiraban a una revolución social o bien a una acción terrorista”.
Ante un centenar de periodistas árabes, rusos y turcos, explicó que unos centenares de insurrectos fueron detenidos, otros se dieron a la fuga y que sus armas fueron incautadas. Pero no esclareció ni la procedencia de las armas ni la supuesta vinculación de los sublevados a grupos terroristas. “Inventaron –afirmó– una guerra y en todos los países hay manifestaciones y disturbios”.
El Gobernador lamentó que el embajador estadounidense en Damasco, Robert Ford, se entrevistara con manifestantes el pasado 7 de junio.
En cambio saludó afectuosamente a un ex embajador en Bagdad, invitado junto a este grupo de periodistas.
En los barrios residenciales de la ciudad sobre las orillas del río Orontes, cantado por poetas árabes y literatos románticos europeos, fueron incendiados y saqueados un club de oficiales y el palacio de Justicia. En medio de un suburbio queda la fachada calcinada del cuartelillo de policía asaltado por los insurrectos.
Si es verdad que estas manifestaciones son pacíficas, es evidente que hay una minoría de elementos armados. Francotiradores y agentes provocadores del ejército intervienen en fomentar las violencias. La situación en Siria es extremadamente complicada y confusa y la ausencia de corresponsales agrava la situación.
Hama es bajo el sol una ciudad fantasma. ¿Donde han ido a parar sus miles y miles de manifestantes que coreaban: “¡Oh jóvenes de Damasco, nosotros en Hama derribaremos al régimen”, “El ejército y el pueblo son una misma mano”, “Hama es el cementerio del régimen”. Muchas de las pintadas de los muros han sido embadurnadas. Durante una semana la ciudad vivió una espontánea fiebre revolucionaria sin programas ni líderes, pero también en un ambiente turbulento de bandidaje sin ley.
El Gobierno justificó su despliegue de carros de combate y de unidades militares de élite para aplastar la rebelión “a fin salvar a la aterrorizada población”. Cuando un periodista libanés preguntó a un muchacho de un grupo de vecinos pobres que con recelo nos observaban si estaba con el Gobierno o con los manifestantes, contestó prudentemente “estamos con el derecho”.
Sólo a 40 kilómetros de Hama vi a un convoy de soldados armados hasta los dientes que hacían la señal de la victoria. En este mediterráneo paisaje el viento es tan fuerte que hace doblegar pinos y abetos plantados junto a esta carretera casi desierta.
Tomás Alcoverro