El campanario de la iglesia Felicitas, en Buenos Aires.
La Argentina no escapa a esta tendencia. Más aún: aquí el futuro de las campanas está más comprometido debido al creciente costo de su fabricación , producto del sostenido aumento de los metales con que se hacen (bronce, cobre, estaño), lo que retrae los pedidos. Pruebas al canto: Bellini Hermanos, la única fábrica de campanas de Sudamérica, ubicada en la localidad santafesina de San Carlos Centro, redujo su producción anual en la última década a la cuarta parte: pasó de 40 campanas a 10.
El tema cobró actualidad en el país esta semana a raíz de que una jueza de Faltas le aplicó una multa de 177 pesos a una capilla de Santa Rosa, tras una presentación de un grupo de vecinos, molestos por el ruido de sus campanas. Si bien no ordenó su silenciamiento, la jueza dispuso que el sacerdote debía acotar el tiempo del repiqueteo y bajar los decibeles. Además, le advirtió que, si no cumplía, la campana –que venían sonando tres veces al día (a las 8, 12 y 19) durante ocho minutos– sería decomisada.
“No conozco los detalles del caso de la capilla de Santa Rosa, pero cada vez hay más quejas de vecinos por las campanas de las iglesias y en muchos casos observo que ello es producto de la falta de tolerancia”, dice a Clarín Juan Bellini, uno de los dueños de la fábrica de campanas, fundada en 1892. Agrega que “en una ciudad hay muchos otros sonidos fuertes, como el de los colectivos, pero se las agarran con las campanas”. Y completa: “Parecería haber en algunos una cierta inquina hacia la Iglesia católica”.
Pero en el caso de Santa Rosa, el padre Alejandro, a cargo de la capilla multada, fue mucho más duro. Acusó de “satanistas” a los que motorizaron la denuncia. Con todo, las autoridades eclesiásticas –en general– buscan armonizar con los vecinos que se quejan. Por caso, ya a principios de los ’70 el entonces arzobispo coadjutor de Buenos Aires, cardenal Juan Carlos Aramburu, difundió orientaciones sobre el funcionamiento de las campanas de las iglesias porteñas que lo limitaban.
Hay ciudades en el mundo que tomaron decisiones drásticas en este tema.
En París, por ejemplo, está prohibido que suenen las campanas. Sólo se permiten las de la célebre iglesia de Notre Dame.
Y una vez al año: en Navidad. ¿Estaremos oyendo los últimos repiqueteos de las campanas que anuncian su propia muerte?
El tema cobró actualidad en el país esta semana a raíz de que una jueza de Faltas le aplicó una multa de 177 pesos a una capilla de Santa Rosa, tras una presentación de un grupo de vecinos, molestos por el ruido de sus campanas. Si bien no ordenó su silenciamiento, la jueza dispuso que el sacerdote debía acotar el tiempo del repiqueteo y bajar los decibeles. Además, le advirtió que, si no cumplía, la campana –que venían sonando tres veces al día (a las 8, 12 y 19) durante ocho minutos– sería decomisada.
“No conozco los detalles del caso de la capilla de Santa Rosa, pero cada vez hay más quejas de vecinos por las campanas de las iglesias y en muchos casos observo que ello es producto de la falta de tolerancia”, dice a Clarín Juan Bellini, uno de los dueños de la fábrica de campanas, fundada en 1892. Agrega que “en una ciudad hay muchos otros sonidos fuertes, como el de los colectivos, pero se las agarran con las campanas”. Y completa: “Parecería haber en algunos una cierta inquina hacia la Iglesia católica”.
Pero en el caso de Santa Rosa, el padre Alejandro, a cargo de la capilla multada, fue mucho más duro. Acusó de “satanistas” a los que motorizaron la denuncia. Con todo, las autoridades eclesiásticas –en general– buscan armonizar con los vecinos que se quejan. Por caso, ya a principios de los ’70 el entonces arzobispo coadjutor de Buenos Aires, cardenal Juan Carlos Aramburu, difundió orientaciones sobre el funcionamiento de las campanas de las iglesias porteñas que lo limitaban.
Hay ciudades en el mundo que tomaron decisiones drásticas en este tema.
En París, por ejemplo, está prohibido que suenen las campanas. Sólo se permiten las de la célebre iglesia de Notre Dame.
Y una vez al año: en Navidad. ¿Estaremos oyendo los últimos repiqueteos de las campanas que anuncian su propia muerte?