El rey de España, Juan Carlos, a la izquierda, y el presidente ruso, Dmitri Medvédev.
Y es que se pueden encontrar similitudes increíbles, rasgos comunes que, por muy paradójicos que parezcan, son reales.
¿Acaso existe algún parecido entre el frío ruso y el calor propio de España? Si se considera la apasionada naturaleza de personajes ficticios y reales, se nota que no son tan opuestos.
El ardiente amor y la pasión desbordante características de Carmen y Ana Karenina de las novelas de Prosper Mérimée y León Tolstoi, el ardor guerrero de los hinchas de fútbol, la hospitalidad, la devoción por la música, la afición al arte de los gitanos y el espíritu indomable de los dos pueblos: en los demás países europeos, personalidades con estos rasgos son más bien extrañas.
Se conoce de sobra que los rusos desde siempre han sentido una especial atracción hacia los españoles y su cultura: la música, la guitarra española, el vino, la cocina tradicional, los caracteres apasionados, el romanticismo, el calzado, los muebles, el jamón, la corrida de toros, las mujeres hermosas, los artistas, el flamenco, el museo del Prado, Madrid y Granada y un sinnúmero de cosas más.
A los españoles en Rusia se les adora por su amor a la libertad y en España se siente lo mismo por los soviéticos que incluso llegaron a participar en la Guerra Civil de 1936-1939 y a acoger en la URSS a decenas de miles de niños españoles.
Merece la pena señalar que muchos españoles dudan a la hora de evaluar esta participación del pueblo ruso en su historia.
Más aún, dudan a la hora de dar evaluación a su propia Guerra Civil y siguen dándole vueltas a aquellos acontecimientos del pasado.
Rusia entró en contacto con los españoles hace siglos: la primera Embajada rusa fue enviada a España durante el gobierno del zar Vasily III, en 1525 y el retrato del Conde Zasekin-Yaroslavski se puede encontrar en el museo del Prado.
Sin embargo, este soleado país fue “descubierto” para Rusia por el zar Pedro el Grande, quien envió en 1722 a España una Embajada permanente y abrió un consulado ruso en la ciudad portuaria de Cádiz.
España entró de pleno en la historia rusa en 1808, al viajar a Rusia en 1808 Agustín de Betancourt y Molina. Pocos saben que era español y que hizo para nuestro país este arquitecto, ingeniero y estadista, nombrado coronel general del Ejército Ruso.
De haber vivido en la actualidad, seguramente recibiría una medalla por las innovaciones y tecnologías innovadoras introducidas en Rusia.
Betancourt construyó, proyectó, dirigió y asistió la construcción de una serie de obras importantes como la Catedral de San Isaac, la Columna de Alejandro en la plaza de los Palacios de San Petersburgo, el primer puente de piedra a través del río Neva, el picadero de Moscú, la feria de Nizhni Nóvgorod y la fábrica de cañones de Kazán.
Betancourt modernizó la fábrica de armas de Tula, enseñó a Rusia a “imprimir dinero en papel”, construyendo e instalando equipo necesario en la fábrica de papel moneda e instituyó en San Petersburgo el Instituto del Cuerpo de Ingenieros de Vías de Comunicación.
Hasta su muerte en 1824 fue Director del Departamento General de Vías de Comunicación, y, a lo mejor, debería ser considerado padre fundador de los ferrocarriles rusos.
Después de la Revolución de 1917 las relaciones bilaterales con Rusia, por supuesto, fueron interrumpidas para reanudarse en 1933 y volver a interrumpirse tras la victoria del general Franco en 1939. Hasta su muerte en 1975 siguió sin haber relaciones diplomáticas oficiales, que sólo fueron restablecidas en 1977.
En general, nuestras relaciones desde aquel momento no ha dejado de tener un carácter un tanto extraño: los líderes parecen coincidir en muchos puntos de vista, se muestran dispuestos a incentivar el desarrollo de las relaciones comerciales, lo que se declara sin cesar durante todas las visitas y negociaciones al más alto nivel que no han sido pocas, pero en práctica el proceso avanza muy lentamente, cuando no se detiene del todo.
La visita oficial a España del presidente de Rusia, Dmitri Medvedev, en el año 2009 imprimió un nuevo ritmo a las relaciones bilaterales. Se firmaron en Madrid numerosos acuerdos en la esfera política, económica, comercial, jurídica y de turismo.
El documento más importante fue la Declaración sobre la cooperación estratégica que, según se manifestó, “fortalecerá el nivel actual de las relaciones y trazará las perspectivas de una cooperación multifacética ruso-española”.
El comercio entre los dos países se encuentra en un estado más complicado que las relaciones políticas, aunque se lleve mucho tiempo comerciando y el consumidor ruso sienta una especial afición por los productos españoles.
Y es que las relaciones comerciales entre Rusia y España empezaron a restablecerse desde los años 50 del siglo pasado, todavía durante el régimen franquista.
No se trataba de volúmenes considerables y las transacciones se realizaban a través de terceros países, pero no por ello este hecho deja de tener importancia.
Los volúmenes del intercambio comercial entre Rusia y España aparentan ser más significativos de los que son en realidad. Y es que la presencia de los productos españoles en el mercado ruso llama bastante la atención. En Rusia se consume mucho vino español (el segundo lugar en las importaciones de vino a granel) y bastante fiambre y salchichas, así como dulces, concentrados y salsas.
A los rusos les gusta usar el calzado español, las alfombras españolas con muebles españoles distribuidos sobre éstas.
Y sin embargo los volúmenes del intercambio comercial entre Rusia en España, en comparación con otros países de la Unión Europea, no llegan a alcanzar un nivel considerable ni aprovechan el potencial existente.
Por su PIB, España ocupa un lugar destacado en la UE y, sin embargo, en la lista de los socios comerciales de Rusia figura en el lugar número 14, con un volumen de intercambio de unos 9.500 millones de euros.
Rusia exporta a España dos veces más de lo que importa. Sin embargo, el 90% de exportaciones rusas a España son derivados de petróleo y productos metalúrgicos.
Los volúmenes de intercambio comercial entre Rusia e Italia, de composición muy parecida, son varias veces mayores. Y entonces, ¿qué pasa con España?
Los rusos apenas tenemos la culpa de que las relaciones comerciales y económicas con España no se desarrollen en estos momentos de una manera tan satisfactoria como podrían.
Las razones, más bien, radican en la actitud de los españoles y tienen un carácter político, teñidos de las discrepancias ideológicas de antaño.
Estamos acostumbrados hasta tal punto a percibir a España como un país amante de libertad y dado al romanticismo que simplemente no cuadra en su imagen no tenerle muchas simpatías a Rusia. En realidad, todo es más complicado y los españoles deberían cambiar algo.
He aquí las palabras de Héctor Morell, ex presidente de la Cámara de Comercio de Andalucía: “España es un país en el que la tradicional influencia de las estructuras bancarias conservadoras y del gran capital industrial que imponen su voluntad al Gobierno, sea de izquierdas o de derechas, siempre ha ido frenando de manera artificial sus relaciones con Rusia. A fin de cuentas, España sigue siendo víctima de la propaganda anti-comunista y no es de sorprender, por lo tanto, que el nivel de nuestras relaciones siga siendo extremadamente bajo y no corresponda con las posibilidades de los dos países”.
Lo que sí intenta cambiar la actitud de los españoles es el turismo proveniente de Rusia. Mejor que en ninguna parte se entiende eso en el extenso litoral mediterráneo donde, por las ciudades andaluzas de Marbella, Torremolinos, Mijas, Fuengirola, Estepona, etc. se han formado zonas “casi por completo rusas”.
Lo mismo pasa en las ciudades y pueblos de Cataluña situados en la Costa Brava y en las menos pretenciosas playas de la Costa Blanca y Valencia. Lo mismo pasa en las islas Canarias. Se espera que este año visiten España cerca de 600.000 turistas rusos, frente a los 500.000 del año pasado.
¿Acaso existe algún parecido entre el frío ruso y el calor propio de España? Si se considera la apasionada naturaleza de personajes ficticios y reales, se nota que no son tan opuestos.
El ardiente amor y la pasión desbordante características de Carmen y Ana Karenina de las novelas de Prosper Mérimée y León Tolstoi, el ardor guerrero de los hinchas de fútbol, la hospitalidad, la devoción por la música, la afición al arte de los gitanos y el espíritu indomable de los dos pueblos: en los demás países europeos, personalidades con estos rasgos son más bien extrañas.
Se conoce de sobra que los rusos desde siempre han sentido una especial atracción hacia los españoles y su cultura: la música, la guitarra española, el vino, la cocina tradicional, los caracteres apasionados, el romanticismo, el calzado, los muebles, el jamón, la corrida de toros, las mujeres hermosas, los artistas, el flamenco, el museo del Prado, Madrid y Granada y un sinnúmero de cosas más.
A los españoles en Rusia se les adora por su amor a la libertad y en España se siente lo mismo por los soviéticos que incluso llegaron a participar en la Guerra Civil de 1936-1939 y a acoger en la URSS a decenas de miles de niños españoles.
Merece la pena señalar que muchos españoles dudan a la hora de evaluar esta participación del pueblo ruso en su historia.
Más aún, dudan a la hora de dar evaluación a su propia Guerra Civil y siguen dándole vueltas a aquellos acontecimientos del pasado.
Rusia entró en contacto con los españoles hace siglos: la primera Embajada rusa fue enviada a España durante el gobierno del zar Vasily III, en 1525 y el retrato del Conde Zasekin-Yaroslavski se puede encontrar en el museo del Prado.
Sin embargo, este soleado país fue “descubierto” para Rusia por el zar Pedro el Grande, quien envió en 1722 a España una Embajada permanente y abrió un consulado ruso en la ciudad portuaria de Cádiz.
España entró de pleno en la historia rusa en 1808, al viajar a Rusia en 1808 Agustín de Betancourt y Molina. Pocos saben que era español y que hizo para nuestro país este arquitecto, ingeniero y estadista, nombrado coronel general del Ejército Ruso.
De haber vivido en la actualidad, seguramente recibiría una medalla por las innovaciones y tecnologías innovadoras introducidas en Rusia.
Betancourt construyó, proyectó, dirigió y asistió la construcción de una serie de obras importantes como la Catedral de San Isaac, la Columna de Alejandro en la plaza de los Palacios de San Petersburgo, el primer puente de piedra a través del río Neva, el picadero de Moscú, la feria de Nizhni Nóvgorod y la fábrica de cañones de Kazán.
Betancourt modernizó la fábrica de armas de Tula, enseñó a Rusia a “imprimir dinero en papel”, construyendo e instalando equipo necesario en la fábrica de papel moneda e instituyó en San Petersburgo el Instituto del Cuerpo de Ingenieros de Vías de Comunicación.
Hasta su muerte en 1824 fue Director del Departamento General de Vías de Comunicación, y, a lo mejor, debería ser considerado padre fundador de los ferrocarriles rusos.
Después de la Revolución de 1917 las relaciones bilaterales con Rusia, por supuesto, fueron interrumpidas para reanudarse en 1933 y volver a interrumpirse tras la victoria del general Franco en 1939. Hasta su muerte en 1975 siguió sin haber relaciones diplomáticas oficiales, que sólo fueron restablecidas en 1977.
En general, nuestras relaciones desde aquel momento no ha dejado de tener un carácter un tanto extraño: los líderes parecen coincidir en muchos puntos de vista, se muestran dispuestos a incentivar el desarrollo de las relaciones comerciales, lo que se declara sin cesar durante todas las visitas y negociaciones al más alto nivel que no han sido pocas, pero en práctica el proceso avanza muy lentamente, cuando no se detiene del todo.
La visita oficial a España del presidente de Rusia, Dmitri Medvedev, en el año 2009 imprimió un nuevo ritmo a las relaciones bilaterales. Se firmaron en Madrid numerosos acuerdos en la esfera política, económica, comercial, jurídica y de turismo.
El documento más importante fue la Declaración sobre la cooperación estratégica que, según se manifestó, “fortalecerá el nivel actual de las relaciones y trazará las perspectivas de una cooperación multifacética ruso-española”.
El comercio entre los dos países se encuentra en un estado más complicado que las relaciones políticas, aunque se lleve mucho tiempo comerciando y el consumidor ruso sienta una especial afición por los productos españoles.
Y es que las relaciones comerciales entre Rusia y España empezaron a restablecerse desde los años 50 del siglo pasado, todavía durante el régimen franquista.
No se trataba de volúmenes considerables y las transacciones se realizaban a través de terceros países, pero no por ello este hecho deja de tener importancia.
Los volúmenes del intercambio comercial entre Rusia y España aparentan ser más significativos de los que son en realidad. Y es que la presencia de los productos españoles en el mercado ruso llama bastante la atención. En Rusia se consume mucho vino español (el segundo lugar en las importaciones de vino a granel) y bastante fiambre y salchichas, así como dulces, concentrados y salsas.
A los rusos les gusta usar el calzado español, las alfombras españolas con muebles españoles distribuidos sobre éstas.
Y sin embargo los volúmenes del intercambio comercial entre Rusia en España, en comparación con otros países de la Unión Europea, no llegan a alcanzar un nivel considerable ni aprovechan el potencial existente.
Por su PIB, España ocupa un lugar destacado en la UE y, sin embargo, en la lista de los socios comerciales de Rusia figura en el lugar número 14, con un volumen de intercambio de unos 9.500 millones de euros.
Rusia exporta a España dos veces más de lo que importa. Sin embargo, el 90% de exportaciones rusas a España son derivados de petróleo y productos metalúrgicos.
Los volúmenes de intercambio comercial entre Rusia e Italia, de composición muy parecida, son varias veces mayores. Y entonces, ¿qué pasa con España?
Los rusos apenas tenemos la culpa de que las relaciones comerciales y económicas con España no se desarrollen en estos momentos de una manera tan satisfactoria como podrían.
Las razones, más bien, radican en la actitud de los españoles y tienen un carácter político, teñidos de las discrepancias ideológicas de antaño.
Estamos acostumbrados hasta tal punto a percibir a España como un país amante de libertad y dado al romanticismo que simplemente no cuadra en su imagen no tenerle muchas simpatías a Rusia. En realidad, todo es más complicado y los españoles deberían cambiar algo.
He aquí las palabras de Héctor Morell, ex presidente de la Cámara de Comercio de Andalucía: “España es un país en el que la tradicional influencia de las estructuras bancarias conservadoras y del gran capital industrial que imponen su voluntad al Gobierno, sea de izquierdas o de derechas, siempre ha ido frenando de manera artificial sus relaciones con Rusia. A fin de cuentas, España sigue siendo víctima de la propaganda anti-comunista y no es de sorprender, por lo tanto, que el nivel de nuestras relaciones siga siendo extremadamente bajo y no corresponda con las posibilidades de los dos países”.
Lo que sí intenta cambiar la actitud de los españoles es el turismo proveniente de Rusia. Mejor que en ninguna parte se entiende eso en el extenso litoral mediterráneo donde, por las ciudades andaluzas de Marbella, Torremolinos, Mijas, Fuengirola, Estepona, etc. se han formado zonas “casi por completo rusas”.
Lo mismo pasa en las ciudades y pueblos de Cataluña situados en la Costa Brava y en las menos pretenciosas playas de la Costa Blanca y Valencia. Lo mismo pasa en las islas Canarias. Se espera que este año visiten España cerca de 600.000 turistas rusos, frente a los 500.000 del año pasado.