Su novio acababa de abandonarla tras enterarse de que estaba embarazada, una historia que se repite en Birmania, donde muchas personas consideran que las mujeres que tienen relaciones sexuales antes del matrimonio son unas "perdidas".
Entonces, Thiri sintió que no tenía más opciones que intentar abortar, con los riesgos para su vida que implica hacerlo clandestinamente, un destino que comparten cientos de miles de mujeres.
En Birmania, la interrupción del embarazo es ilegal en todos los casos, salvo que la vida de la madre esté en peligro. La pena por infringir esta ley es de tres a diez años para los médicos. En teoría las mujeres también se arriesgan a penas de cárcel, pero en general no son acusadas.
"Hoy, estoy inquieta y me pregunto si podré quedar embarazada de nuevo", contó la chica.
El sexo es un tabú muy grande en esta sociedad budista muy tradicional. La lengua birmana no tiene una palabra para designar los órganos genitales femeninos. Aunque la contracepción es de venta libre, pocas mujeres saben cómo utilizarla y las jóvenes, especialmente en el campo, sienten vergüenza cuando van a comprarla.
"Las mujeres no hablan de sexo", explicó Thiri, que sigue sin decirle a su prometido que abortó hace dos años.
Para los expertos, esta cultura del silencio es un elemento clave para explicar la alta tasa de mortalidad materna, vinculada al embarazo o al parto, en el país. Con cerca de 282 muertos por cada 100.000 embarazos, esta incidencia es la más alta de todo el sudeste asiático, después de Laos y se situá dos veces por encima de la media regional.
Según los datos oficiales, los abortos representan cerca de 10% de las muertes, pero los expertos estiman que es probable que la realidad sea peor, ya que las muertes por infección no se toman en cuenta.
"Hasta un tercio de todas las muertes maternas está vinculada con los abortos", estimó Sid Naing, director regional de la ONG Marie Stopes.
Se estima que en Rangún se realizan docenas de cirugías ilegales. En esta ciudad, la mayor aglomeración del país, cada intervención cuesta entre 30.000 y 100.000 kyats (20 - 75 dólares).
Al igual que Thiri, muchas mujeres desesperadas utilizan píldoras compradas en el mercado negro. Otras acuden a clínicas dirigidas por charlatanes que realizan las operaciones con utensilios como varas de paraguas o ramas de bambú.
La doctora Ni Ni, directora de IPAS (Salud, Acceso y Derechos), una oenegé internacional de defensa de los derechos reproductivos de las mujeres, todavía recuerda a una niña de 14 años que tuvo que sufrir una ablación del útero por un aborto hecho con un eje de bicicleta.
La organización estima que cada año se practican 246.000 abortos en Birmania.
Cuando surge la infección, "si las mujeres no vienen enseguida, no podemos ayudarlas", explicó Su Su, que trabajaba como médico en un hospital. "Muchas veces vienen muy tarde porque tienen miedo".
Estas situación también afecta a las mujeres casadas.
"Las mujeres reciben amenazas si se niegan a tener relaciones sexuales con sus maridos", explicó Htar Htar, fundadora del grupo por los derechos de las mujeres, Akhaya Women. "No pueden decir que no y no se atreven a presionar a los hombres para que usen preservativos", agregó.
La junta militar de gobierno, que estuvo al mando del país durante casi 50 años, no quiso instaurar un control de la natalidad, ya que temía tener un desequilibrio demográfico con India, China o con Tailandia, su vecino del este.
Recién en 2011 un gobierno con participación de civiles otorgó a las mujeres casadas el acceso a la contracepción.
"Antes, incluso la 'planificación familiar' era un tabú", explicó Kaori Ishikawa, representante del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en Birmania.
Hoy, oenegés como IPAS ponen a disposición de las mujeres formas de contracepción a largo plazo, en especial en zonas rurales donde las tasas de mortalidad materna son dos veces superiores a las de las áreas urbanas.
El fondo de la ONU ha gastado cerca de 10 millones de dólares (9,15 millones de euros) en dos años para mejorar la salud de las mujeres, pero las costumbres son difíciles de cambiar.
Htar Htar querría que hubiera una gran ley a favor de los derechos de las mujeres que permita despenalizar el aborto. Pero el peso de la religión y de las interpretaciones extremistas del budismo, que consideran que toda vida es sagrada, son un obstáculo.
"Si fuera legal se salvarían tantas vidas", dijo Thiri.
Entonces, Thiri sintió que no tenía más opciones que intentar abortar, con los riesgos para su vida que implica hacerlo clandestinamente, un destino que comparten cientos de miles de mujeres.
En Birmania, la interrupción del embarazo es ilegal en todos los casos, salvo que la vida de la madre esté en peligro. La pena por infringir esta ley es de tres a diez años para los médicos. En teoría las mujeres también se arriesgan a penas de cárcel, pero en general no son acusadas.
"Hoy, estoy inquieta y me pregunto si podré quedar embarazada de nuevo", contó la chica.
El sexo es un tabú muy grande en esta sociedad budista muy tradicional. La lengua birmana no tiene una palabra para designar los órganos genitales femeninos. Aunque la contracepción es de venta libre, pocas mujeres saben cómo utilizarla y las jóvenes, especialmente en el campo, sienten vergüenza cuando van a comprarla.
"Las mujeres no hablan de sexo", explicó Thiri, que sigue sin decirle a su prometido que abortó hace dos años.
Para los expertos, esta cultura del silencio es un elemento clave para explicar la alta tasa de mortalidad materna, vinculada al embarazo o al parto, en el país. Con cerca de 282 muertos por cada 100.000 embarazos, esta incidencia es la más alta de todo el sudeste asiático, después de Laos y se situá dos veces por encima de la media regional.
Según los datos oficiales, los abortos representan cerca de 10% de las muertes, pero los expertos estiman que es probable que la realidad sea peor, ya que las muertes por infección no se toman en cuenta.
"Hasta un tercio de todas las muertes maternas está vinculada con los abortos", estimó Sid Naing, director regional de la ONG Marie Stopes.
- Varas de paraguas o bambú -
Se estima que en Rangún se realizan docenas de cirugías ilegales. En esta ciudad, la mayor aglomeración del país, cada intervención cuesta entre 30.000 y 100.000 kyats (20 - 75 dólares).
Al igual que Thiri, muchas mujeres desesperadas utilizan píldoras compradas en el mercado negro. Otras acuden a clínicas dirigidas por charlatanes que realizan las operaciones con utensilios como varas de paraguas o ramas de bambú.
La doctora Ni Ni, directora de IPAS (Salud, Acceso y Derechos), una oenegé internacional de defensa de los derechos reproductivos de las mujeres, todavía recuerda a una niña de 14 años que tuvo que sufrir una ablación del útero por un aborto hecho con un eje de bicicleta.
La organización estima que cada año se practican 246.000 abortos en Birmania.
Cuando surge la infección, "si las mujeres no vienen enseguida, no podemos ayudarlas", explicó Su Su, que trabajaba como médico en un hospital. "Muchas veces vienen muy tarde porque tienen miedo".
Estas situación también afecta a las mujeres casadas.
"Las mujeres reciben amenazas si se niegan a tener relaciones sexuales con sus maridos", explicó Htar Htar, fundadora del grupo por los derechos de las mujeres, Akhaya Women. "No pueden decir que no y no se atreven a presionar a los hombres para que usen preservativos", agregó.
- El peso de la religión -
La junta militar de gobierno, que estuvo al mando del país durante casi 50 años, no quiso instaurar un control de la natalidad, ya que temía tener un desequilibrio demográfico con India, China o con Tailandia, su vecino del este.
Recién en 2011 un gobierno con participación de civiles otorgó a las mujeres casadas el acceso a la contracepción.
"Antes, incluso la 'planificación familiar' era un tabú", explicó Kaori Ishikawa, representante del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) en Birmania.
Hoy, oenegés como IPAS ponen a disposición de las mujeres formas de contracepción a largo plazo, en especial en zonas rurales donde las tasas de mortalidad materna son dos veces superiores a las de las áreas urbanas.
El fondo de la ONU ha gastado cerca de 10 millones de dólares (9,15 millones de euros) en dos años para mejorar la salud de las mujeres, pero las costumbres son difíciles de cambiar.
Htar Htar querría que hubiera una gran ley a favor de los derechos de las mujeres que permita despenalizar el aborto. Pero el peso de la religión y de las interpretaciones extremistas del budismo, que consideran que toda vida es sagrada, son un obstáculo.
"Si fuera legal se salvarían tantas vidas", dijo Thiri.