El juicio al exdirector del Fondo Monetario Internacional Dominique Strauss-Kahn, acusado de proxenetismo pero que reivindica su condición de libertino, ha atraído la atención hacia este tipo de clubes.
"Hay mucha gente conocida como él, que vienen a éste o a otos clubes", explica a la AFP Bernard Crouzas, propietario de una de esas salas de fiesta, Quai 17, situada en el noreste de la capital francesa.
"Recibo gente que veo en la televisión, miembros de la policía, magistrados", agrega bajando la voz para evocar a una edil. "Todos tenemos una cara oculta sexual", sostiene.
Contables, ingenieros, empresarios entran uno a uno en el establecimiento discreto, de luces tenues y decorado rojo y violeta.
A primera vista nada distingue este club de cualquier discoteca común. Ahí están el bar y la pista de danza.
Pero en la barra, al lado de los cubos en los que se enfría el champán y los cuencos con cacahuetes, hay fuentes de cristal llenas de preservativos.
Nathalie y Antonio o Maxime y Aurelia, que prefieren no dar sus apellidos, son algunas de las parejas que frecuentan este club libertino, uno de los cerca de 500 que hay en Francia.
Las prácticas sexuales libertinas tienen una larga historia, desde la Grecia y la Roma antiguas pasando por el Kamasutra.
Francia fue pionera del libertinaje europeo, que a partir del siglo XVI fue una reacción filosófica a las imposiciones morales de la iglesia. Durante siglos la literatura francesa dio a muchos escritores libertinos, el más conocido de los cuales es el marqués de Sade.
Hoy en día hay personas de todos los orígenes acuden a clubs libertinos, que pueden ser saunas sórdidas o elegantes discotecas con precios exorbitantes.
Según Crouzas, cada vez más jóvenes se unen a la clientela tradicional de viejas parejas que quieren ponerle picante a su vida sexual. "Está de moda", afirma. Algunos clientes se visten de gala pero otros llevan cuero y encaje, con ligueros y tacones vertiginosos.
- La mujer decide -
Casados desde hace 25 años y padres de tres hijos, Nathalie y Antonio tuvieron ganas de "romper la rutina". "Esto evita la infidelidad, esto no es engañarla. Quiero a mi esposa", afirma Antonio, un empresario de 47 años. "Aquí se respeta a la gente", comenta. Su esposa, de 46 años, lo confirma: "Si yo digo no es no, hay noches en las que no pasa nada".
Maxime, de 24 años, sentado en el bar con su pareja, Aurelia, de 23, asegura que frecuentan estos clubs desde hace seis meses. "Sabemos los límites antes de venir, pusimos barreras", dice.
Según la sexóloga Lauriane Cydzik, "en el libertinaje ninguna mujer cobra por ir a una fiesta, por tener relaciones sexuales" porque "es la mujer la que decide".
"Si un hombre quiere tocarla y ella se niega, porque el hombre no la atrae, sólo tiene que hacer una señal con la mano para decir no, y el hombre retrocede", asegura.
A medida que la noche avanza, el ambiente se hace más sensual. Maxime y Aurelia bailan en la pista, Nathalie y Antonio se unen a otros clientes para dirigirse a otras habitaciones del club.
Hay dos habitaciones en las que las camas están cubiertas de tela y en las que se puede mirar una película pornográfica. También hay alcobas privadas para las parejas que lo desean.
Artemisa, profesora, y su pareja, Cyril, funcionario, permanecen de pie mirando los cuerpos desnudos enlazados en una cama. "No somos muy participativos, pero es excitante", dice Artemisa riendo.