Maruja, adiós - Periodistas en Beirut


Cuando fui a despedirme a su piso en una hermosa casa antigua en un recoleto callejón del barrio de Achrafie, estaba enviando su artículo semanal del "Perdonen si no me levanto". Y Maruja Torres no se levantó porque todavía sufría las consecuencias de su aparatosa caída que ha vuelto a castigar sus sufridas piernas. Necesitará unas prótesis, le hará falta un tiempo tranquilo de descanso.



Maruja Torres
Maruja Torres
Tomás Alcoverro | Beirut. - Siempre he creído que la buena salud es imprescindible para vivir en el extranjero. Unas desagradables peripecias con su permiso de residencia, su indignación por los escándalos e injusticias de nuestra "piel de toro" de la que nunca se ha apartado, la han empujado a dejar Beirut tras cuatro años de fructífero trabajo y de estimulante vida en esta ciudad árabe, occidentalizada y mediterránea que tanto ama.

 Maruja ha sido generosa, espléndida con los libaneses en los restaurantes, en las cafeterías, en las tiendas, en los taxis. Muchas veces, antes y después de la guerra del 2006 -¡ay! ahora como antes, los beirutíes vuelven a enarbolar, alegremente, una profusión de banderas brasileñas, alemanas, italianas por la copa mundial de fútbol- viajamos en automóvil alquilado por este país donde quizá lo más sorprendente sea que en su espacio geográfico de solo diez mil kilómetros cuadrados, se hayan acumulado, desde la antigüedad, tantas historias y mitos que han conmovido al mundo.

 La guerra del verano, que ella cubrió con estilo de narradora, nos volvió a unir, y a Maruja le sirvió para reconciliarse con la ciudad. "Una guerra me dio Beirut escribió y -cuando creía haberla perdido para siempre- otra guerra me la devolvió".  Varias veces visitamos el abrupto pueblo de Becharre en el valle de la Kadicha, cerca de los Cedros; Jezine con su cascada de agua despeñandose en el valle; Saida, la Sidón de los fenicios, con los zocos de sus casas vetustas, entre las que hay el cuidado museo del jabón de la familia de los banqueros Audi; o la playita de Enefe, como un Miknos primitivo, a la que nos invitaban Yola, Pascal Feghali y Jesús Santos, consejero de la embajada de España.

 Maruja se aficionó a la terraza del deslucido "Sporting Club", este club tan beirutí de Rauche, sobre la playa. con una clientela de siempre, además de residentes extranjeros arraigados en la ciudad. Allí escribía, leía, tomaba el sol, era feliz. Compartíamos amables y lentas sobremesas, extasiados ante el mar.

 Frecuentaba también el café de los espejos de Gemaize, más cerca de su casa. Maruja ha vuelto en Beirut a renovar la tradición de escritores que antaño en Barcelona, o en Madrid, escribían en algunas cafeterías como Oro del Rhin o el Café Gijón. Algunas veces en la terraza del "Sporting", fumando su narguile, me leyó pasajes del texto en gestación de su novela "Esperadme en el cielo", ganadora del premio Nadal, con la que volvió a sus temas iniciales barceloneses y evocaba el tiempo de una generación, de aquella "década prodigiosa" como la llamó Terenci Moix.

 Maruja se ha convertido en novelista de Barcelona y de Beirut, dos "Ciudades-estado" mediterráneas, de historias divergentes, una pujante, otra plena de vitalidad, pero de futuro incierto. "Beirut es una novela que se ha metido en mi -escribió- en sus primeras páginas de "Amante en guerra" editada tras la guerra del 2006. "Para Tomás –estampó en la dedicatoria-. Por los días de Beirut".

 Tres años antes había publicado "Hijos de la lluvia" y en 1999 "Mujer en guerra" en el que narraba las peripecias de la enviada especial por estos mundos de Dios y de conflictos bélicos. Es como una trilogía de Beirut, a la que Maruja ha hecho entrar en la historia de la literatura contemporánea española.

 En los últimos meses sé que andaba dando vueltas a un texto a lo Agatha Crhistie, sobre un intrigante crimen en esta capital. Una mujer que ha escrito este párrafo "Abrazarme a la ciudad y acostarme con ella, cerrar los ojos todas las noches y soñar que cuando vuelva a abrirlos por la mañana Beirut seguirá conmigo" no puede despegarse para siempre de la ciudad.

 Fue en 1987 en su primera visita como enviada especial, ejerciendo de comodín de la redacción como gusta decir, cuando me la presentó en el Hotel Cavalier Javier Valenzuela, mi entrañable amigo, entonces corresponsal de El País. Nunca nos encontramos en Barcelona, nuestra ciudad, pese a tantos amigos cercanos y a tantas ilusiones rebeldes compartidas.

 Estoy percatado de que Beirut es propicia a los encuentros conmovedores, estimulantes y sinceros, por lo que sé que algún día Maruja volverá ¿Qué podía ofrecerle en su discreta despedida silenciosa? Un vecino libanés me aconsejó comprar una antigua moneda de oro, acuñada en el reinado de Eduardo VII de Inglaterra, muy apreciada como regalo en las costumbres locales. Entonces Maruja se levantó para indicarme que me llevase un cuadro de una vieja fotografía de Marylin, que aun colgaba de las paredes de su piso con balcones de flores de Beirut.
Sábado, 1 de Mayo 2010
La Vanguardia, Barcelona, España
           


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