Desde la época de Welles
El poder que poseen los medios de comunicación para incidir en las conductas de la gente se ha comprobado casi sin querer. El 30 de octubre de 1938, el actor, director, guionista y productor estadounidense Orson Welles fue el encargado de dejar escrito en la historia de la humanidad una página que demostraría a la humanidad la otra cara de lo que hasta el momento se creía que era sólo un canal de entretenimiento e información.
Ese día, Welles junto a la compañía del Teatro Mercurio, adaptaron el clásico La guerra de los mundos, novela de ciencia ficción, a un guión de radio. Los hechos literarios se relataron en forma de noticiario, narrando la caída de meteoritos y naves marcianas que derrotaban a las
fuerzas norteamericanas por medio de armas especiales y gases venenosos.
Si bien, en la introducción del programa se explicaba que se trataba de una dramatización de la obra, quince minutos después de su comienzo, la población entera entró en alarma general llegando a pensar que Estados Unidos estaba realmente siendo invadido.
Los oyentes que sintonizaron la emisión y no escucharon la introducción pensaron que se trataba de una emisión real de noticias, lo cual provocó el pánico en las calles de Nueva York y Nueva Jersey, donde supuestamente se habrían originado los informes.
La comisaría de policía y las redacciones de noticias estaban bloqueadas por las llamadas de oyentes aterrorizados y desesperados que intentaban protegerse de los ficticios ataques con gas de los marcianos, e incluso hubo algunos suicidios.
La histeria colectiva demostró el poder de los medios de comunicación de masas, en unos escasos 59 minutos.
Dime quién tiene la concesión y te diré qué intereses tiene
Ese episodio que pasó a la historia de la comunicación, nos demuestra que es necesario tener un control sobre quiénes y de qué manera se manejan los medios.
El poder de los canales masivos traspasa el entretenimiento y la información para comenzar a ser conductor de culturas: maneras de ser, desear, pensar y hasta sentir de toda una sociedad son inducidas mediante mensajes casi imperceptibles o burdos que nos indican cómo debemos ser.
Por ese motivo, no es ilógico que los dueños de los medios en la mayoría de los países en nuestro continente latinoamericano se encarguen de trasmitir mediante sus pantallas contenidos que le sean favorables a sus intereses económicos y políticos.
En nuestras sociedades, los medios de comunicación se encargan de guiar a muchos para satisfacer las necesidades de pocos.
Nuestra realidad
Pero en Venezuela, desde el año 1999, algo está cambiando. Quienes manejan esos poderes mediáticos ya no son los que tiene el poder económico y político que ha sido devuelto por la revolución bolivariana a su dueño natural: el pueblo.
Sin embargo, los canales de información de radio y televisión en su mayoría siguen manejados por representantes de la burguesía nacional, calificada como una de las “más vende-patria” de todo el continente, por haber sido durante 40 años el lacayo preferido de Estados Unidos gracias a que entregaba, sin pedir nada a cambio más allá de una riqueza personal incalculable, todo “el oro negro”.
Un antecedente cercano evidenció qué es lo que buscan realmente los medios privados de comunicación: en 2002, los golpistas reconocieron que sus únicas armas utilizadas para perpetrar el golpe de Estado fueron las emisoras de radio y televisión.
Tras ese hecho, la población venezolana se dio cuenta que actualmente es necesario llevar un control sobre quiénes y de qué manera están manejando los medios de comunicación.
Inventamos o erramos
Y hacia ese reto va el Gobierno Bolivariano, con sus aciertos y errores. El control de las concesiones por parte de Conatel y el Proyecto de Ley especial contra delitos mediáticos intenta poner al resguardo de esas armas masivas de comunicación a una población que está inventando en cada paso su propio destino.
Terminar con el latifundio mediático y prevenir y sancionar acciones u omisiones desplegadas a través de los medios que puedan ser constitutivas de delito, es el objetivo. Los medios para alcanzarlos están siendo debatidos por la sociedad y sus representantes. Si se encuentra una manera de proteger a la población que quede plasmada en la historia, como aquel programa de Welles, entonces el esfuerzo valió la pena.
Mientras tanto, medios privados de comunicación condenen... la historia, nos absolverá.
El poder que poseen los medios de comunicación para incidir en las conductas de la gente se ha comprobado casi sin querer. El 30 de octubre de 1938, el actor, director, guionista y productor estadounidense Orson Welles fue el encargado de dejar escrito en la historia de la humanidad una página que demostraría a la humanidad la otra cara de lo que hasta el momento se creía que era sólo un canal de entretenimiento e información.
Ese día, Welles junto a la compañía del Teatro Mercurio, adaptaron el clásico La guerra de los mundos, novela de ciencia ficción, a un guión de radio. Los hechos literarios se relataron en forma de noticiario, narrando la caída de meteoritos y naves marcianas que derrotaban a las
fuerzas norteamericanas por medio de armas especiales y gases venenosos.
Si bien, en la introducción del programa se explicaba que se trataba de una dramatización de la obra, quince minutos después de su comienzo, la población entera entró en alarma general llegando a pensar que Estados Unidos estaba realmente siendo invadido.
Los oyentes que sintonizaron la emisión y no escucharon la introducción pensaron que se trataba de una emisión real de noticias, lo cual provocó el pánico en las calles de Nueva York y Nueva Jersey, donde supuestamente se habrían originado los informes.
La comisaría de policía y las redacciones de noticias estaban bloqueadas por las llamadas de oyentes aterrorizados y desesperados que intentaban protegerse de los ficticios ataques con gas de los marcianos, e incluso hubo algunos suicidios.
La histeria colectiva demostró el poder de los medios de comunicación de masas, en unos escasos 59 minutos.
Dime quién tiene la concesión y te diré qué intereses tiene
Ese episodio que pasó a la historia de la comunicación, nos demuestra que es necesario tener un control sobre quiénes y de qué manera se manejan los medios.
El poder de los canales masivos traspasa el entretenimiento y la información para comenzar a ser conductor de culturas: maneras de ser, desear, pensar y hasta sentir de toda una sociedad son inducidas mediante mensajes casi imperceptibles o burdos que nos indican cómo debemos ser.
Por ese motivo, no es ilógico que los dueños de los medios en la mayoría de los países en nuestro continente latinoamericano se encarguen de trasmitir mediante sus pantallas contenidos que le sean favorables a sus intereses económicos y políticos.
En nuestras sociedades, los medios de comunicación se encargan de guiar a muchos para satisfacer las necesidades de pocos.
Nuestra realidad
Pero en Venezuela, desde el año 1999, algo está cambiando. Quienes manejan esos poderes mediáticos ya no son los que tiene el poder económico y político que ha sido devuelto por la revolución bolivariana a su dueño natural: el pueblo.
Sin embargo, los canales de información de radio y televisión en su mayoría siguen manejados por representantes de la burguesía nacional, calificada como una de las “más vende-patria” de todo el continente, por haber sido durante 40 años el lacayo preferido de Estados Unidos gracias a que entregaba, sin pedir nada a cambio más allá de una riqueza personal incalculable, todo “el oro negro”.
Un antecedente cercano evidenció qué es lo que buscan realmente los medios privados de comunicación: en 2002, los golpistas reconocieron que sus únicas armas utilizadas para perpetrar el golpe de Estado fueron las emisoras de radio y televisión.
Tras ese hecho, la población venezolana se dio cuenta que actualmente es necesario llevar un control sobre quiénes y de qué manera están manejando los medios de comunicación.
Inventamos o erramos
Y hacia ese reto va el Gobierno Bolivariano, con sus aciertos y errores. El control de las concesiones por parte de Conatel y el Proyecto de Ley especial contra delitos mediáticos intenta poner al resguardo de esas armas masivas de comunicación a una población que está inventando en cada paso su propio destino.
Terminar con el latifundio mediático y prevenir y sancionar acciones u omisiones desplegadas a través de los medios que puedan ser constitutivas de delito, es el objetivo. Los medios para alcanzarlos están siendo debatidos por la sociedad y sus representantes. Si se encuentra una manera de proteger a la población que quede plasmada en la historia, como aquel programa de Welles, entonces el esfuerzo valió la pena.
Mientras tanto, medios privados de comunicación condenen... la historia, nos absolverá.