--¿De qué huía al salir de Marruecos para instalarse en París?
--De la pobreza, de la banalidad que espera de ti lo que quiere tu familia, poseerte y casarte. Yo soñaba con ser director de cine y pensaba en París como ciudad que me estimularía, y allí vivo hace diez años. Trabajo en un estudio de cine, y mi sueño ha hecho de mí un escritor.
--El amor le cuesta más, ¿no cree posible amar sin sufrir?
--Proust diría que no hay amor sin sufrimiento ni celos. Yo estoy de acuerdo. Cuando se da la explosión, aparece también la necesidad de control.
--Hay amores más saludables.
--Sí, pero igual que uno no elige su sexualidad, tampoco es libre para amar de un modo u otro o para no amar. Yo vivo el amor con exaltación y felicidad, al tiempo que topo con la imposibilidad de lograr ese amor.
--Su libro rebosa tristeza, ¿también por la melancolía árabe?
--Sí, en cierto modo, mi tristeza es la tristeza que respira el mundo árabe, por la sumisión política y la involución. Soy de la generación de las promesas. El gobierno anunciaba cambios que no llegaron, no confía en el pueblo. Hoy no hay cultura en Marruecos, hay un barniz que no corresponde a ninguna realidad.
--Y la libertad sexual es una víctima de esa involución.
--Sí, aunque para Abdelá, la homosexualidad no es problema. El libro no es sobre ese cliché, sino sobre las caídas del corazón, y cómo uno se levanta, se rebela y se redefine.
--Y la fe en Dios a la que recurre Abdelá en el libro, ¿no le ayuda?
--Viví 25 años con el islam como religión de mi madre, pero reinventada por ella. Me quedé con las imágenes que ella producía. Ahora, para lograr paz, intento sentirme libre en medio de creencias y pasión. Soy crítico con el Islam, con todo aquello que somete.
--¿Por qué la mayor parte del libro transcurre en la cama?
--Porque es ahí donde se produce el último combate del día, el abandono total, protegido por una puerta, pero igualmente desprotegido frente al amor.
--De la pobreza, de la banalidad que espera de ti lo que quiere tu familia, poseerte y casarte. Yo soñaba con ser director de cine y pensaba en París como ciudad que me estimularía, y allí vivo hace diez años. Trabajo en un estudio de cine, y mi sueño ha hecho de mí un escritor.
--El amor le cuesta más, ¿no cree posible amar sin sufrir?
--Proust diría que no hay amor sin sufrimiento ni celos. Yo estoy de acuerdo. Cuando se da la explosión, aparece también la necesidad de control.
--Hay amores más saludables.
--Sí, pero igual que uno no elige su sexualidad, tampoco es libre para amar de un modo u otro o para no amar. Yo vivo el amor con exaltación y felicidad, al tiempo que topo con la imposibilidad de lograr ese amor.
--Su libro rebosa tristeza, ¿también por la melancolía árabe?
--Sí, en cierto modo, mi tristeza es la tristeza que respira el mundo árabe, por la sumisión política y la involución. Soy de la generación de las promesas. El gobierno anunciaba cambios que no llegaron, no confía en el pueblo. Hoy no hay cultura en Marruecos, hay un barniz que no corresponde a ninguna realidad.
--Y la libertad sexual es una víctima de esa involución.
--Sí, aunque para Abdelá, la homosexualidad no es problema. El libro no es sobre ese cliché, sino sobre las caídas del corazón, y cómo uno se levanta, se rebela y se redefine.
--Y la fe en Dios a la que recurre Abdelá en el libro, ¿no le ayuda?
--Viví 25 años con el islam como religión de mi madre, pero reinventada por ella. Me quedé con las imágenes que ella producía. Ahora, para lograr paz, intento sentirme libre en medio de creencias y pasión. Soy crítico con el Islam, con todo aquello que somete.
--¿Por qué la mayor parte del libro transcurre en la cama?
--Porque es ahí donde se produce el último combate del día, el abandono total, protegido por una puerta, pero igualmente desprotegido frente al amor.