Jorge Edwards
La misteriosa relación entre Montaigne (1533-1592), que se sentía ya "viejo" a los 55 años --moriría cuatro años después-- y la soñadora y ardiente escritora Marie de Gournay, de 22, fue el punto de partida para su novela, publicada en marzo por la editorial española Tusquets.
"No sabemos qué ocurrió entre ellos. Hacemos novelas con historias que no conocemos bien, esa es la ficción. Ella, quien le pidió ser su hija de elección, salvó los Ensayos, hizo la primera edición completa, póstuma, y se los dio a leer a Richelieu", dice en una entrevista con la AFP en París.
Edwards, actual embajador de Chile en Francia, comunica en "La muerte de Montaigne" el entusiasmo de leer los ensayos del pensador de Burdeos a quien relaciona con Cervantes, considerándolos como padres de la novela moderna, que narra y reflexiona a la vez.
"Se dice mucho que el Quijote es la primera novela moderna, y yo digo: y los Ensayos de Montaigne también son novela moderna, en ellos hay anécdotas y relatos maravillosos", declaró Edwards, ganador en 1999 del Premio Cervantes.
"El ensayo es lo más libre que hay: buscar por un lado, buscar por el otro, de repente Montaigne narra, de repente reflexiona, yo digo que la novela contemporánea que ya se desprende del siglo 19 es así: narra y reflexiona".
Edwards nació en Santiago de Chile en 1931. Es diplomático y autor, entre otros libros, de "Persona non grata", donde cuenta por qué, en 1973, siendo embajador del gobierno de Salvador Allende en Cuba, Fidel Castro lo echó de la isla.
Según Edwards, Montaigne es uno de los fundadores de la Francia unida moderna. "Francia era en ese entonces un montón de regiones que se detestaban, que se desgarraban. Montaigne aconsejó a Enrique de Navarra, antes de que fuera rey de Francia, que se acercara a los católicos centristas y no al catolicismo fanático de la Liga", explica.
"El conoció esas guerras de religión terribles, lo que fue la matanza de la San Bartolomé, las aguas del Sena quedaron rojas, los cadáveres de los protestantes se tiraban al río. El vivía en una región estratégica, la región de Bordeaux, división entre la Francia católica, del norte, y los hugonotes en el sur, él trata de acercarlos", cuenta.
"No sé si Montaigne era un buen católico, él amaba la antigüedad, la filosofía humanista, Sócrates, Séneca, Plutarco. Lo que más le interesa es la paz en Francia; encuentra una filosofía de la posible armonía entre los enemigos", añade.
"Otra de las cosas que enseña Montaigne tiene que ver con la concentración, es algo que cuesta mucho, concentrarse bien en lo que vale la pena, en lo que es interesante, y descartar el resto", explica Edwards, quien está de acuerdo en que su lectura es terapéutica, "ayuda a mejorar la calidad de la vida".
"Cuando era adolescente empecé a leer a Azorín, a Pío Baroja, a Miguel de Unamuno, todos ellos autores monteñistas, Azorín lo cita muchas veces, y destaca esa filosofía del instante en Montaigne, quien no es de esos tipos que se pasa pensando en la muerte, él tiene un lado rabelaisiano, un lado libertino, más bien alguien muy libre", cuenta.
"Los ensayos son un retrato de él mismo, el tema de su escritura es él, el yo es algo en el fondo del ser humano, universal, cuando se toca. Se puede llegar a la narración a través del mundo externo, pero también a través de una instrospección en profundidad", dice.
"En Francia existe esa tradición de escritores de memorias: Rousseau, Chateaubriand, Proust, pues 'En busca del tiempo perdido', esa enorme novela, es una crónica personal, ligeramente ficcionalizada; hasta André Gide hizo eso, Cervantes lo hace de otra manera, pero creando esas grandes metáforas que son el Quijote y Sancho Panza", añade Edwards.
El chileno destacó entre los pensamientos de Montaigne su recomendación de "vivir adecuadamente", de manera pertinente, a propósito, "y de gozar de nuestro ser".
"Sí, vivir de acuerdo con uno mismo, por eso Montaigne se aleja de la Corte, que lo obligaba a la hipocresía. La vida de la Corte, como la vida de un embajador, obliga a la mentira en el fondo, por eso uno descansa cuando se aleja, vuelve a ese equilibro maravilloso de estar de acuerdo con uno mismo", dice el embajador y amigo de otro diplomático sui generis, Pablo Neruda.
"Montaigne tiene una mirada maravillosa sobre el instante, le gusta mirar la naturaleza, mirar los animales, los perros, los gatos, los caballos; en su librería, en la torre de su castillo, en su estudio, tenía los libros, las vigas con las frases latinas, griegas y en italiano, pero lo primero que yo vi fue tres sillas de montar a caballo, a él le gustaba viajar", cuenta.
"No sabemos qué ocurrió entre ellos. Hacemos novelas con historias que no conocemos bien, esa es la ficción. Ella, quien le pidió ser su hija de elección, salvó los Ensayos, hizo la primera edición completa, póstuma, y se los dio a leer a Richelieu", dice en una entrevista con la AFP en París.
Edwards, actual embajador de Chile en Francia, comunica en "La muerte de Montaigne" el entusiasmo de leer los ensayos del pensador de Burdeos a quien relaciona con Cervantes, considerándolos como padres de la novela moderna, que narra y reflexiona a la vez.
"Se dice mucho que el Quijote es la primera novela moderna, y yo digo: y los Ensayos de Montaigne también son novela moderna, en ellos hay anécdotas y relatos maravillosos", declaró Edwards, ganador en 1999 del Premio Cervantes.
"El ensayo es lo más libre que hay: buscar por un lado, buscar por el otro, de repente Montaigne narra, de repente reflexiona, yo digo que la novela contemporánea que ya se desprende del siglo 19 es así: narra y reflexiona".
Edwards nació en Santiago de Chile en 1931. Es diplomático y autor, entre otros libros, de "Persona non grata", donde cuenta por qué, en 1973, siendo embajador del gobierno de Salvador Allende en Cuba, Fidel Castro lo echó de la isla.
Según Edwards, Montaigne es uno de los fundadores de la Francia unida moderna. "Francia era en ese entonces un montón de regiones que se detestaban, que se desgarraban. Montaigne aconsejó a Enrique de Navarra, antes de que fuera rey de Francia, que se acercara a los católicos centristas y no al catolicismo fanático de la Liga", explica.
"El conoció esas guerras de religión terribles, lo que fue la matanza de la San Bartolomé, las aguas del Sena quedaron rojas, los cadáveres de los protestantes se tiraban al río. El vivía en una región estratégica, la región de Bordeaux, división entre la Francia católica, del norte, y los hugonotes en el sur, él trata de acercarlos", cuenta.
"No sé si Montaigne era un buen católico, él amaba la antigüedad, la filosofía humanista, Sócrates, Séneca, Plutarco. Lo que más le interesa es la paz en Francia; encuentra una filosofía de la posible armonía entre los enemigos", añade.
"Otra de las cosas que enseña Montaigne tiene que ver con la concentración, es algo que cuesta mucho, concentrarse bien en lo que vale la pena, en lo que es interesante, y descartar el resto", explica Edwards, quien está de acuerdo en que su lectura es terapéutica, "ayuda a mejorar la calidad de la vida".
"Cuando era adolescente empecé a leer a Azorín, a Pío Baroja, a Miguel de Unamuno, todos ellos autores monteñistas, Azorín lo cita muchas veces, y destaca esa filosofía del instante en Montaigne, quien no es de esos tipos que se pasa pensando en la muerte, él tiene un lado rabelaisiano, un lado libertino, más bien alguien muy libre", cuenta.
"Los ensayos son un retrato de él mismo, el tema de su escritura es él, el yo es algo en el fondo del ser humano, universal, cuando se toca. Se puede llegar a la narración a través del mundo externo, pero también a través de una instrospección en profundidad", dice.
"En Francia existe esa tradición de escritores de memorias: Rousseau, Chateaubriand, Proust, pues 'En busca del tiempo perdido', esa enorme novela, es una crónica personal, ligeramente ficcionalizada; hasta André Gide hizo eso, Cervantes lo hace de otra manera, pero creando esas grandes metáforas que son el Quijote y Sancho Panza", añade Edwards.
El chileno destacó entre los pensamientos de Montaigne su recomendación de "vivir adecuadamente", de manera pertinente, a propósito, "y de gozar de nuestro ser".
"Sí, vivir de acuerdo con uno mismo, por eso Montaigne se aleja de la Corte, que lo obligaba a la hipocresía. La vida de la Corte, como la vida de un embajador, obliga a la mentira en el fondo, por eso uno descansa cuando se aleja, vuelve a ese equilibro maravilloso de estar de acuerdo con uno mismo", dice el embajador y amigo de otro diplomático sui generis, Pablo Neruda.
"Montaigne tiene una mirada maravillosa sobre el instante, le gusta mirar la naturaleza, mirar los animales, los perros, los gatos, los caballos; en su librería, en la torre de su castillo, en su estudio, tenía los libros, las vigas con las frases latinas, griegas y en italiano, pero lo primero que yo vi fue tres sillas de montar a caballo, a él le gustaba viajar", cuenta.