«He querido contar vidas humanas verosímiles en un contexto también verosímil», afirmó ayer Muñoz Molina en la Residencia de Estudiantes de Madrid, un escenario recurrente a lo largo de su novela. El que fuera en las primera décadas del siglo XX un foco de conocimientos liberal y democrático le permite al autor mirar a la generación que pretendió, y dio los primeros pasos, para modernizar España, un deseo que truncó el golpe de Franco.
Políticos, como Manuel Azaña o Juan Negrín, escritores, como José Bergamín, Zenobia Camprubí y Rafael Alberti, o el pintor José Moreno Villa, entre otros, son algunos personajes reales que han ayudado a Antonio Muñoz Molina a componer el extraño ambiente que reinaba en Madrid hace más de 70 años.
AMOR PERDIDO /El personaje de ficción en torno al que gira la trama de la novela también responde a las claves de los modernizadores. Se trata del arquitecto Ignacio Abel, formado en las vanguardias de la Bauhaus, que a finales del año 1936 viaja a Estados Unidos con la obsesión de recuperar un amor perdido.
Entre este deseo y el dramático recuerdo de los primeros meses de guerra se debate un personaje que ha tenido la posibilidad de cambiar de estatus social sin perder su ideología pero que rechaza, como el autor de El jinete polaco, que las señas de identidad de España sean los toros y las pulsiones fratricidas.
Para definir el «tono moral» del protagonista de La noche de los tiempos, Antonio Muñoz Molina ha echado mano de algunos intelectuales que se atrevieron a contar el mal cariz que tomaron los acontecimientos tras el 19 de julio de 1936.
No son ajenos al resultado de la narración Arturo Barea y La forja de un rebelde; las memorias de Julián Marías, que describe ese momento con la mirada de un republicano y católico; las de Jaime Salinas que, con los ojos de un niño, analiza el comportamiento de su padre, Pedro, o los testimonios de Manuel Chaves Nogal y Julián Zugazagoiti, que «se negaron a no ver el desastre» en que se convirtió la respuesta republicana a los sublevados. En el centro de todo ello hay una apasionada historia de amor que Antonio Muñoz Molina contrapone al «exceso de pudor y frialdad» que imperan en su opinión en la actual narrativa española.
SIN HÉROES /En todo caso, política y sentimientos son las dos caras de un conflicto que sumerge al personaje de Ignacio Abel en una espiral de decisiones. «He querido contar lo fácil que es pasar de la normalidad a la catástrofe», explica Antonio Muñoz Molina, interesado en descubrir qué hacen las personas normales y corrientes en determinadas circunstancias límite sin vestir a su personaje con los ropajes del héroe porque éstos se caracterizan por tener, según el autor, un «comportamiento intachable». Además, para el escritor y académico, «la novela es el reverso de la épica».
Políticos, como Manuel Azaña o Juan Negrín, escritores, como José Bergamín, Zenobia Camprubí y Rafael Alberti, o el pintor José Moreno Villa, entre otros, son algunos personajes reales que han ayudado a Antonio Muñoz Molina a componer el extraño ambiente que reinaba en Madrid hace más de 70 años.
AMOR PERDIDO /El personaje de ficción en torno al que gira la trama de la novela también responde a las claves de los modernizadores. Se trata del arquitecto Ignacio Abel, formado en las vanguardias de la Bauhaus, que a finales del año 1936 viaja a Estados Unidos con la obsesión de recuperar un amor perdido.
Entre este deseo y el dramático recuerdo de los primeros meses de guerra se debate un personaje que ha tenido la posibilidad de cambiar de estatus social sin perder su ideología pero que rechaza, como el autor de El jinete polaco, que las señas de identidad de España sean los toros y las pulsiones fratricidas.
Para definir el «tono moral» del protagonista de La noche de los tiempos, Antonio Muñoz Molina ha echado mano de algunos intelectuales que se atrevieron a contar el mal cariz que tomaron los acontecimientos tras el 19 de julio de 1936.
No son ajenos al resultado de la narración Arturo Barea y La forja de un rebelde; las memorias de Julián Marías, que describe ese momento con la mirada de un republicano y católico; las de Jaime Salinas que, con los ojos de un niño, analiza el comportamiento de su padre, Pedro, o los testimonios de Manuel Chaves Nogal y Julián Zugazagoiti, que «se negaron a no ver el desastre» en que se convirtió la respuesta republicana a los sublevados. En el centro de todo ello hay una apasionada historia de amor que Antonio Muñoz Molina contrapone al «exceso de pudor y frialdad» que imperan en su opinión en la actual narrativa española.
SIN HÉROES /En todo caso, política y sentimientos son las dos caras de un conflicto que sumerge al personaje de Ignacio Abel en una espiral de decisiones. «He querido contar lo fácil que es pasar de la normalidad a la catástrofe», explica Antonio Muñoz Molina, interesado en descubrir qué hacen las personas normales y corrientes en determinadas circunstancias límite sin vestir a su personaje con los ropajes del héroe porque éstos se caracterizan por tener, según el autor, un «comportamiento intachable». Además, para el escritor y académico, «la novela es el reverso de la épica».