La última palabra, no obstante, no está dicha. El pacto contiene una cláusula que establece que Lieberman será canciller si al Ejecutivo no se suma finalmente la presidenta de Kadima, Tzipi Livni. Tildado de "racista", el dirigente que acapara el voto de la minoría rusa suscita las iras de la minoría árabe de Israel, y despierta recelos en Estados Unidos, la Unión Europea y en toda capital de Oriente Próximo.
Queda tiempo hasta el 3 de abril, fecha límite para recabar el respaldo parlamentario, y Netanyahu hará lo posible -nunca proclamar que la solución al conflicto es la fundación de un Estado palestino, tal como plantea Livni- para que la jefa de Kadima se suba al carro. La coalición más verosímil es la formada por el Likud, Yisrael Beiteinu, los ultraortodoxos del Shas y de la Unidad por la Torá y el Judaísmo, y la Casa Judía, partido que se nutre en la derecha religiosa y nacionalista: los colonos. Suman 61 de los 120 escaños de la Kneset. El partido de Lieberman también asumirá las carteras de Seguridad Pública, Inmigración, Turismo e Infraestructuras. Ha tenido que renunciar a la continuidad del actual ministro de Justicia, Daniel Friedman, partidario de reformas en el sistema judicial que despiertan el rechazo abierto de amplios sectores políticos y de la judicatura.
Es una alianza sumamente inestable, siempre a expensas de los caprichos de unos socios que nunca han demostrado fiabilidad. Lo sabe bien Netanyahu porque su primera etapa como primer ministro (1996-1999) estuvo marcada por las fricciones con dirigentes de su propio partido y con las formaciones que representan a los colonos y a los ultraortodoxos. Según partía hacia Estados Unidos para negociar con los palestinos, sus aliados extremistas le dejaron en la estacada y en minoría en la Cámara. En las elecciones posteriores, el laborismo de Ehud Barak salió triunfador.
Objetivo: Hamás
Lieberman, que ha propuesto el empleo del arma nuclear en Gaza y lanzar a los prisioneros palestinos al mar Muerto, ha pactado con Netanyahu que uno de los objetivos será "derribar al Gobierno de Hamás". Una misión que, visto lo sucedido en la reciente guerra de Gaza, sólo sería posible perpetrando una matanza descomunal. También mandó al infierno al presidente egipcio, Hosni Mubarak, socio crucial de Israel en Oriente Próximo, y se declara dispuesto a dibujar nuevas fronteras para Cisjordania y a un intercambio de territorios en un eventual acuerdo con los palestinos. Todo con tal de que Israel se convierta en un Estado judío sin presencia de ciudadanos árabes.
Sin la participación de Livni en el Gobierno, este político radical -visto por prominentes académicos como un peligro para la continuidad de un Estado democrático- es un socio indispensable que aporta 15 diputados a la alianza de Netanyahu. No obstante, hasta que la Kneset no dé su visto bueno al Gobierno, no puede descartarse un revolcón que a día de hoy se augura improbable.
Livni exige la rotación. Netanyahu ejercería de primer ministro durante dos años, para ser sustituido después por la presidenta de Kadima. Es una alternativa que pierde fuste cada jornada que pasa. Pero nada hay imposible en la política israelí. La semana pasada ambos dirigentes sostuvieron dos reuniones secretas que sólo trascendieron días después, una extrañeza porque en Israel todo se filtra con rapidez inaudita.
El panorama se asemeja al de 1996. Es un calco. "Formar un Gobierno de extrema derecha y con los ultraortodoxos fue el error más grave de mi vida", dijo años más tarde Netanyahu. Livni -que aboga por crear un Estado palestino, aunque el Ejecutivo del que es parte ha ampliado asentamientos en Cisjordania y promovido la judaización de Jerusalén Este- no le deja otra vía de escape. La mayoría de analistas aseguran que la todavía ministra de Exteriores pretende dejar que la frágil coalición encabezada por el Likud colapse en pocos meses para tomar el relevo.
Queda tiempo hasta el 3 de abril, fecha límite para recabar el respaldo parlamentario, y Netanyahu hará lo posible -nunca proclamar que la solución al conflicto es la fundación de un Estado palestino, tal como plantea Livni- para que la jefa de Kadima se suba al carro. La coalición más verosímil es la formada por el Likud, Yisrael Beiteinu, los ultraortodoxos del Shas y de la Unidad por la Torá y el Judaísmo, y la Casa Judía, partido que se nutre en la derecha religiosa y nacionalista: los colonos. Suman 61 de los 120 escaños de la Kneset. El partido de Lieberman también asumirá las carteras de Seguridad Pública, Inmigración, Turismo e Infraestructuras. Ha tenido que renunciar a la continuidad del actual ministro de Justicia, Daniel Friedman, partidario de reformas en el sistema judicial que despiertan el rechazo abierto de amplios sectores políticos y de la judicatura.
Es una alianza sumamente inestable, siempre a expensas de los caprichos de unos socios que nunca han demostrado fiabilidad. Lo sabe bien Netanyahu porque su primera etapa como primer ministro (1996-1999) estuvo marcada por las fricciones con dirigentes de su propio partido y con las formaciones que representan a los colonos y a los ultraortodoxos. Según partía hacia Estados Unidos para negociar con los palestinos, sus aliados extremistas le dejaron en la estacada y en minoría en la Cámara. En las elecciones posteriores, el laborismo de Ehud Barak salió triunfador.
Objetivo: Hamás
Lieberman, que ha propuesto el empleo del arma nuclear en Gaza y lanzar a los prisioneros palestinos al mar Muerto, ha pactado con Netanyahu que uno de los objetivos será "derribar al Gobierno de Hamás". Una misión que, visto lo sucedido en la reciente guerra de Gaza, sólo sería posible perpetrando una matanza descomunal. También mandó al infierno al presidente egipcio, Hosni Mubarak, socio crucial de Israel en Oriente Próximo, y se declara dispuesto a dibujar nuevas fronteras para Cisjordania y a un intercambio de territorios en un eventual acuerdo con los palestinos. Todo con tal de que Israel se convierta en un Estado judío sin presencia de ciudadanos árabes.
Sin la participación de Livni en el Gobierno, este político radical -visto por prominentes académicos como un peligro para la continuidad de un Estado democrático- es un socio indispensable que aporta 15 diputados a la alianza de Netanyahu. No obstante, hasta que la Kneset no dé su visto bueno al Gobierno, no puede descartarse un revolcón que a día de hoy se augura improbable.
Livni exige la rotación. Netanyahu ejercería de primer ministro durante dos años, para ser sustituido después por la presidenta de Kadima. Es una alternativa que pierde fuste cada jornada que pasa. Pero nada hay imposible en la política israelí. La semana pasada ambos dirigentes sostuvieron dos reuniones secretas que sólo trascendieron días después, una extrañeza porque en Israel todo se filtra con rapidez inaudita.
El panorama se asemeja al de 1996. Es un calco. "Formar un Gobierno de extrema derecha y con los ultraortodoxos fue el error más grave de mi vida", dijo años más tarde Netanyahu. Livni -que aboga por crear un Estado palestino, aunque el Ejecutivo del que es parte ha ampliado asentamientos en Cisjordania y promovido la judaización de Jerusalén Este- no le deja otra vía de escape. La mayoría de analistas aseguran que la todavía ministra de Exteriores pretende dejar que la frágil coalición encabezada por el Likud colapse en pocos meses para tomar el relevo.