Pasado el túnel de Guadarrama, y calmado el lógico disgusto por el extravío del equipaje, Scola se recoloca su bufanda roja y comienza la conversación. Antes de que suene una primera pregunta, asegura: "Está muy bien lo que hace su periódico ahondando en la herida italiana". Berlusconi. El patrone de Italia. "Silvio Berlusconi lo controla todo, incluido la producción de cine a través de su empresa Medusa o de la RAI; al fin y al cabo como primer ministro es el responsable de la televisión pública. Siento cierta amargura. Para hacer una película debes amar la ciudad o el país donde transcurre, y yo no siento amor por Italia. No la odio, pero sí que me invade la tristeza".
Scola sigue siendo el rojo Scola, el cineasta que se preocupa por la gente de la calle, el realizador que mejor ha retratado Italia, un país por otra parte sobrepoblado de cineastas que han sabido exprimir su alma. En la Seminci de Valladolid recibió anoche la Espiga de Oro de Honor- "premios así son clavos para tu ataúd"- y además comenzó su labor como presidente del jurado de la sección oficial.
"Eso de ser jurado es complicado. Yo he presidido el de Cannes y el de Venecia. En el certamen francés apoyé No matarás, de Krzysztof Kieslowski, y sin embargo un distribuidor francés apostaba por Pelle, el conquistador, de Billie August, que era más televisiva. Como era una votación democrática, perdí, y descubrí que había medio comprado al resto de mis compañeros ofreciéndoles sus servicios".
Vuelta a Berlusconi. "Lo posee todo. El cine italiano está perdido, y parte es por culpa de Berlusconi, porque sólo las pequeñas productoras independientes son valientes. No tenemos una línea clara, sólo algún destello de calidad, como Gomorra. Igual que la izquierda de mi país. Ni los políticos ni los intelectuales hemos hecho lo suficiente para encararlo, para pararlo. Lo peor es que Italia no mejorará si muere Berlusconi. Su ideología está ya enraizada". Y aún le duele más el espíritu compungido de los cineastas: "En realidad, creo que Berlusconi no censura, sino que los directores se autocensuran, ellos solos se cortan las alas", sostiene.
Ettore Scola ha basado su carrera de 35 películas en el cariño a lo cotidiano, como demuestran Una jornada particular, La cena, La familia, Splendor o ¿Qué hora es? Reflejo de esa conexión con la calle es su última película hasta el momento: Gente de Roma (2003). "Amo a la gente. La era berlusconiana y sus velinas no son culpa de la gente común, sino de cómo han manipulado sus ideales".
Pregunta por Azcona -"ya murió, ¿no?"-, por Berlanga, por Manolo Zarzo, con quien rodó en Madrid en 1970 El demonio de los celos. Y recuerda a Gassman, Mastroianni, Vitti, la Loren... "Yo nunca trabajé una vez con un actor, sino que repetía mucho. Porque cuanto más les conoces, más les sacas. Gassman era el más inteligente".
Confiesa que desde hace cinco años lee clásicos griegos y latinos -"ya tengo una concepción distinta del paso del tiempo"- y espera volver detrás de la cámara. ¿Hace como Azcona, que viajaba en autobús para escuchar y tomar notas? "Ya nadie quiere ser guionista, ¿verdad? Azcona era grande. Yo soy guionista. Pero también director, y por eso viajo en taxi". Y se permite una gran carcajada.
Scola sigue siendo el rojo Scola, el cineasta que se preocupa por la gente de la calle, el realizador que mejor ha retratado Italia, un país por otra parte sobrepoblado de cineastas que han sabido exprimir su alma. En la Seminci de Valladolid recibió anoche la Espiga de Oro de Honor- "premios así son clavos para tu ataúd"- y además comenzó su labor como presidente del jurado de la sección oficial.
"Eso de ser jurado es complicado. Yo he presidido el de Cannes y el de Venecia. En el certamen francés apoyé No matarás, de Krzysztof Kieslowski, y sin embargo un distribuidor francés apostaba por Pelle, el conquistador, de Billie August, que era más televisiva. Como era una votación democrática, perdí, y descubrí que había medio comprado al resto de mis compañeros ofreciéndoles sus servicios".
Vuelta a Berlusconi. "Lo posee todo. El cine italiano está perdido, y parte es por culpa de Berlusconi, porque sólo las pequeñas productoras independientes son valientes. No tenemos una línea clara, sólo algún destello de calidad, como Gomorra. Igual que la izquierda de mi país. Ni los políticos ni los intelectuales hemos hecho lo suficiente para encararlo, para pararlo. Lo peor es que Italia no mejorará si muere Berlusconi. Su ideología está ya enraizada". Y aún le duele más el espíritu compungido de los cineastas: "En realidad, creo que Berlusconi no censura, sino que los directores se autocensuran, ellos solos se cortan las alas", sostiene.
Ettore Scola ha basado su carrera de 35 películas en el cariño a lo cotidiano, como demuestran Una jornada particular, La cena, La familia, Splendor o ¿Qué hora es? Reflejo de esa conexión con la calle es su última película hasta el momento: Gente de Roma (2003). "Amo a la gente. La era berlusconiana y sus velinas no son culpa de la gente común, sino de cómo han manipulado sus ideales".
Pregunta por Azcona -"ya murió, ¿no?"-, por Berlanga, por Manolo Zarzo, con quien rodó en Madrid en 1970 El demonio de los celos. Y recuerda a Gassman, Mastroianni, Vitti, la Loren... "Yo nunca trabajé una vez con un actor, sino que repetía mucho. Porque cuanto más les conoces, más les sacas. Gassman era el más inteligente".
Confiesa que desde hace cinco años lee clásicos griegos y latinos -"ya tengo una concepción distinta del paso del tiempo"- y espera volver detrás de la cámara. ¿Hace como Azcona, que viajaba en autobús para escuchar y tomar notas? "Ya nadie quiere ser guionista, ¿verdad? Azcona era grande. Yo soy guionista. Pero también director, y por eso viajo en taxi". Y se permite una gran carcajada.