Un soldado, ante el cohete.
Pero la visita se desarrolló finalmente sin incidentes, y los periodistas tuvieron el inusual privilegio de descubrir la flamante rampa de lanzamiento de Tongchang-ri (noroeste), y el cohete que Estados Unidos y sus aliados sospechan que, en realidad, esconde un misil balístico.
Son las 08H30 del domingo cuando dejamos el hotel a bordo de autobuses. Los guías nos advierten: "A partir de ahora, tienen que pedirnos autorización para filmar o hacer fotos".
En cuanto los vehículos se ponen en marcha, fotógrafos y camarógrafos sacan sus aparatos. La mayoría nunca ha venido a Corea del Norte, y es inmensa su necesidad de sacar imágenes. Y, en contra de lo esperado, los guías permiten hacerlo.
Llegamos ante la estación principal de Pyongyang, cuya fachada está coronada por un gran retrato del presidente Kim Il-Sung, fundador de la República Popular Democrática de Corea. Pero los autobuses pasan de largo. Aparentemente, los organizadores no quieren que el grupo de periodistas extranjeros viaje en un tren de pasajeros "normales".
Tras algunos minutos, los autobuses entran en lo que se asemeja a una estación ferroviaria privada, y se detienen directamente en un andén.
El ex dirigente Kim Jong-Il, fallecido en diciembre pasado, detestaba el avión y sólo viajaba en tren. Es probablemente desde ahí de donde salía a bordo de su lujoso tren.
El tren que nos espera, con compartimentos de dos literas, está seguramente reservado a la Nomenklatura del régimen. El almuerzo es servido en bandejas de la compañía aérea nacional, Air Koryo. Nada que ver con el abarrotado tren que une Dandong, del lado chino, con Pyongyang.
Son las 09H00. El tren se pone rápidamente en marcha y aparece el campo, con sus casas de muros blancos y techos en pagoda cubiertos de tejas ocres. Los arrozales y los cultivos están bien cuidados, a un lado y a otro de la vía, pero los tractores son escasos. La mayoría de los campesinos trabaja la tierra directamente con sus manos, o bien con una carreta tirada por un buey.
Muchas mujeres, e incluso niños, laboran a lo largo de la vía férrea, picando piedras para convertirlas en grava, o bien limpiando los arrozales.
Pero la gran mayoría de ellos parecen bien vestidos y abrigados, correctamente calzados. Es cierto que nos hallamos en la región más rica del país, el granero de arroz y cereales de Corea del Norte. En el noreste, las condiciones son más difíciles y la población local padece de desnutrición crónica, según las agencias de Naciones Unidas.
Tras unas cuatro horas de viaje, llegamos a Tongnim, una ciudad de tamaño medio ubicada a 50 km de la frontera china. El tren toma entonces una vía única hacia el sur, que conduce a la península de Cholsan, rodeada por el Mar Amarillo.
Ahí también avistamos amplios arrozales y cultivos, pero los flamantes tractores son mucho más frecuentes. La zona en la que entremos es visiblemente privilegiada, ya que alberga al nuevo Centro Espacial del Oeste, como lo llaman los norcoreanos.
Tras una hora más de viaje, el tren reduce su marcha. A lo lejos, bajo un resplandeciente sol primaveral, aparece un inmueble de dos pisos entre dos colinas, y un cilindro blanco erguido sobre lo que parece ser un gran andamiaje.
"¡Es el cohete!" grita un periodista.
Los camarógrafos y los fotógrafos se abalanzan a las ventanas.
En el andén, un individuo con rostro jovial y casco en la cabeza acoge a los periodistas. Es Jang Myong-Jin, jefe del centro espacial. A los 46 años, está a punto de vivir su momento de gloria, filmado por cámaras de todo el mundo, respondiendo a preguntas técnicas, pero a veces también políticas y polémicas. Lo hará durante cerca de tres horas, siempre sonriente y tranquilo.
Esta inédita operación "transparencia", cuyo objetivo es demostrar las intenciones pacíficas de Corea del Norte, fue decidida y deseada --afirman las autoridades-- por Kim Jong-Un, el nuevo y joven dirigente del país.
Son las 08H30 del domingo cuando dejamos el hotel a bordo de autobuses. Los guías nos advierten: "A partir de ahora, tienen que pedirnos autorización para filmar o hacer fotos".
En cuanto los vehículos se ponen en marcha, fotógrafos y camarógrafos sacan sus aparatos. La mayoría nunca ha venido a Corea del Norte, y es inmensa su necesidad de sacar imágenes. Y, en contra de lo esperado, los guías permiten hacerlo.
Llegamos ante la estación principal de Pyongyang, cuya fachada está coronada por un gran retrato del presidente Kim Il-Sung, fundador de la República Popular Democrática de Corea. Pero los autobuses pasan de largo. Aparentemente, los organizadores no quieren que el grupo de periodistas extranjeros viaje en un tren de pasajeros "normales".
Tras algunos minutos, los autobuses entran en lo que se asemeja a una estación ferroviaria privada, y se detienen directamente en un andén.
El ex dirigente Kim Jong-Il, fallecido en diciembre pasado, detestaba el avión y sólo viajaba en tren. Es probablemente desde ahí de donde salía a bordo de su lujoso tren.
El tren que nos espera, con compartimentos de dos literas, está seguramente reservado a la Nomenklatura del régimen. El almuerzo es servido en bandejas de la compañía aérea nacional, Air Koryo. Nada que ver con el abarrotado tren que une Dandong, del lado chino, con Pyongyang.
Son las 09H00. El tren se pone rápidamente en marcha y aparece el campo, con sus casas de muros blancos y techos en pagoda cubiertos de tejas ocres. Los arrozales y los cultivos están bien cuidados, a un lado y a otro de la vía, pero los tractores son escasos. La mayoría de los campesinos trabaja la tierra directamente con sus manos, o bien con una carreta tirada por un buey.
Muchas mujeres, e incluso niños, laboran a lo largo de la vía férrea, picando piedras para convertirlas en grava, o bien limpiando los arrozales.
Pero la gran mayoría de ellos parecen bien vestidos y abrigados, correctamente calzados. Es cierto que nos hallamos en la región más rica del país, el granero de arroz y cereales de Corea del Norte. En el noreste, las condiciones son más difíciles y la población local padece de desnutrición crónica, según las agencias de Naciones Unidas.
Tras unas cuatro horas de viaje, llegamos a Tongnim, una ciudad de tamaño medio ubicada a 50 km de la frontera china. El tren toma entonces una vía única hacia el sur, que conduce a la península de Cholsan, rodeada por el Mar Amarillo.
Ahí también avistamos amplios arrozales y cultivos, pero los flamantes tractores son mucho más frecuentes. La zona en la que entremos es visiblemente privilegiada, ya que alberga al nuevo Centro Espacial del Oeste, como lo llaman los norcoreanos.
Tras una hora más de viaje, el tren reduce su marcha. A lo lejos, bajo un resplandeciente sol primaveral, aparece un inmueble de dos pisos entre dos colinas, y un cilindro blanco erguido sobre lo que parece ser un gran andamiaje.
"¡Es el cohete!" grita un periodista.
Los camarógrafos y los fotógrafos se abalanzan a las ventanas.
En el andén, un individuo con rostro jovial y casco en la cabeza acoge a los periodistas. Es Jang Myong-Jin, jefe del centro espacial. A los 46 años, está a punto de vivir su momento de gloria, filmado por cámaras de todo el mundo, respondiendo a preguntas técnicas, pero a veces también políticas y polémicas. Lo hará durante cerca de tres horas, siempre sonriente y tranquilo.
Esta inédita operación "transparencia", cuyo objetivo es demostrar las intenciones pacíficas de Corea del Norte, fue decidida y deseada --afirman las autoridades-- por Kim Jong-Un, el nuevo y joven dirigente del país.