Hildegart fue el sueño revolucionario de Aurora Rodríguez. La concibió con ayuda de un "colaborador fisiológico" (como ella llamaba al padre) para que redimiese a una sociedad que consideraba esclavizada. La educó para ser la Primera Mujer Libre. Con dos años, "jardín de sabiduría" (Hildegart, en alemán), sabía leer. Con tres escribía, con cuatro, a máquina. Con 17 se licenció en Derecho. A su muerte hablaba seis idiomas, había escrito una docena de libros y decenas de artículos, daba conferencias sobre anticoncepción y eugenesia. Era secretaria de la Liga para la Reforma Sexual. Se carteaba con el escritor H. G. Wells... "Hildegart fue un producto de la República: en ningún otro momento de la historia de España se habría permitido que una mujer, y una mujer tan joven además, tocase los temas que tocaba", opina Carmen Domingo, autora de Mi querida hija Hildegart.
Tras las puertas (ambas abiertas, por suerte) del Ateneo hay una exposición titulada Donde se fraguó la República. Es una muestra humilde, porque los dos mil y pico socios y la subvención del Gobierno regional no dan para mantener como se debiera este maravilloso edificio (hay por ejemplo, un intenso olor a comida en sus salas, por algún conducto largamente atascado). La exposición narra, a través de antiguos recortes de prensa, cómo el Ateneo fue el "parlamento paralelo" de la Segunda República. "Nuestro archivo fue destruido por Falange", explica Herrera, "estos recortes son lo único que tenemos para reconstruir la intensa actividad de aquellos años". Entre las crónicas, algunos nombres femeninos: Clara Campoamor, María Martínez Sierra, Victoria Kent... "No eran tantas, pero aquí tenían voz", dice la archivera, que ha entresacado de los viejos periódicos algunas anécdotas "sexistas a tope". En una de ellas los ateneístas debaten la conveniencia del voto femenino. Uno exclama: "Ustedes son viejos y no saben la cantidad de muchachas avanzadas que andan por la calle". "Somos viejos", le contestan, "y no conocemos a las jóvenes delgaditas y avanzadas. Pero usted es joven y no conoce a las mujeres gordas que están metidas en las casas. Y las gordas votan a la derecha".
Hildegart, conocida como "la virgen roja", fue una joven avanzada (se definía "moderna, republicana, laica y rebelde"), pero andaba por la vida de la mano posesiva de su madre que la acompañaba a clase y a las juntas del partido socialista. Incluso dormían en la misma habitación. Cuando la "muñeca" se hizo mujer y reclamó independencia, creció la tensión entre ambas. En el juicio, Aurora dijo que Hildegart le pidió que la matara. Lo hizo para librarla de "las impurezas que querían pudrirle la carne". En su paranoia había espías que deseaban alejarla de su misión. "La maté conscientemente", dijo, "quiero ser vituperada y no compadecida". Los jueces la creyeron y fue a la cárcel. "Fue un juicio político", explica Domingo, "la derecha defendía que no estaba loca porque así se demostraba que las madres de izquierdas podían acabar matando a sus hijos". Sin embargo, al poco, tuvo que ser trasladada al manicomio de Ciempozuelos, donde murió 20 años después, instalada en el delirio. Fabricó incluso un enorme muñeco de trapo al que le dibujó un gran pene y un enorme corazón rojo.
Entre los escasísimos documentos que conserva el Ateneo hay un libro de registro encontrado por un socio en la Cuesta de Moyano. En él aparece el ingreso de Hildegart a los 15 años (entonces costaba 75 pesetas hacerse socio, hoy 110 euros) y su baja, justo el día de su muerte (cuatro días antes asistió a unas jornadas sobre prostitución). Tres años después estallaría la guerra. El Ateneo se vació de intelectuales y se llenó durante 40 años de falangistas, tecnócratas y gente del Opus Dei. Sin embargo, el régimen respetó la biblioteca. Es una de las más bonitas de Madrid y conserva la obra de Hildegart. ¿Se equivocó Marx...? cuestiona el socialismo. La rebeldía sexual de la juventud tiene capítulos como "Matrimonio: prostitución legal". Su primer libro, Tres amores históricos, analiza Romeo y Julieta, Abelardo y Eloísa y los amantes de Teruel. Según el registro, lo donó la propia autora.
Es inquietante hojear la copia que tuvo en sus manos la niña prodigio en este mismo edificio; ambos, niña y edificio, símbolos de un sueño roto a balazos. Y la inquietud crece al leer el premonitorio lema de la tesis: Amor, ut fecundat vitam, donat morte. Amor, como fecundas vida, das muerte.
Tras las puertas (ambas abiertas, por suerte) del Ateneo hay una exposición titulada Donde se fraguó la República. Es una muestra humilde, porque los dos mil y pico socios y la subvención del Gobierno regional no dan para mantener como se debiera este maravilloso edificio (hay por ejemplo, un intenso olor a comida en sus salas, por algún conducto largamente atascado). La exposición narra, a través de antiguos recortes de prensa, cómo el Ateneo fue el "parlamento paralelo" de la Segunda República. "Nuestro archivo fue destruido por Falange", explica Herrera, "estos recortes son lo único que tenemos para reconstruir la intensa actividad de aquellos años". Entre las crónicas, algunos nombres femeninos: Clara Campoamor, María Martínez Sierra, Victoria Kent... "No eran tantas, pero aquí tenían voz", dice la archivera, que ha entresacado de los viejos periódicos algunas anécdotas "sexistas a tope". En una de ellas los ateneístas debaten la conveniencia del voto femenino. Uno exclama: "Ustedes son viejos y no saben la cantidad de muchachas avanzadas que andan por la calle". "Somos viejos", le contestan, "y no conocemos a las jóvenes delgaditas y avanzadas. Pero usted es joven y no conoce a las mujeres gordas que están metidas en las casas. Y las gordas votan a la derecha".
Hildegart, conocida como "la virgen roja", fue una joven avanzada (se definía "moderna, republicana, laica y rebelde"), pero andaba por la vida de la mano posesiva de su madre que la acompañaba a clase y a las juntas del partido socialista. Incluso dormían en la misma habitación. Cuando la "muñeca" se hizo mujer y reclamó independencia, creció la tensión entre ambas. En el juicio, Aurora dijo que Hildegart le pidió que la matara. Lo hizo para librarla de "las impurezas que querían pudrirle la carne". En su paranoia había espías que deseaban alejarla de su misión. "La maté conscientemente", dijo, "quiero ser vituperada y no compadecida". Los jueces la creyeron y fue a la cárcel. "Fue un juicio político", explica Domingo, "la derecha defendía que no estaba loca porque así se demostraba que las madres de izquierdas podían acabar matando a sus hijos". Sin embargo, al poco, tuvo que ser trasladada al manicomio de Ciempozuelos, donde murió 20 años después, instalada en el delirio. Fabricó incluso un enorme muñeco de trapo al que le dibujó un gran pene y un enorme corazón rojo.
Entre los escasísimos documentos que conserva el Ateneo hay un libro de registro encontrado por un socio en la Cuesta de Moyano. En él aparece el ingreso de Hildegart a los 15 años (entonces costaba 75 pesetas hacerse socio, hoy 110 euros) y su baja, justo el día de su muerte (cuatro días antes asistió a unas jornadas sobre prostitución). Tres años después estallaría la guerra. El Ateneo se vació de intelectuales y se llenó durante 40 años de falangistas, tecnócratas y gente del Opus Dei. Sin embargo, el régimen respetó la biblioteca. Es una de las más bonitas de Madrid y conserva la obra de Hildegart. ¿Se equivocó Marx...? cuestiona el socialismo. La rebeldía sexual de la juventud tiene capítulos como "Matrimonio: prostitución legal". Su primer libro, Tres amores históricos, analiza Romeo y Julieta, Abelardo y Eloísa y los amantes de Teruel. Según el registro, lo donó la propia autora.
Es inquietante hojear la copia que tuvo en sus manos la niña prodigio en este mismo edificio; ambos, niña y edificio, símbolos de un sueño roto a balazos. Y la inquietud crece al leer el premonitorio lema de la tesis: Amor, ut fecundat vitam, donat morte. Amor, como fecundas vida, das muerte.