Unas antiguas dependencias de la policía de Nueva York, reconvertidas en imponente edificio de departamentos de lujo, acogen en la Gran Manzana el dúplex que la escritora Toni Morrison llama modestamente "mi estudio". Allí nos recibe para una entrevista que se prolongará, unos días después, en el cercano campus de Princeton, en el que da clases y tiene otra casa, en la avenida principal. Morrison es un auténtico ídolo en EE.UU., la gente la detiene por la calle, la abraza y le comenta sus inquietudes más personales, como si la conocieran de toda la vida ("A mi marido ya no le hago tanta ilusión, ¿sabes?"). Antes de llegar a su piso, en el quiosco de la esquina, encontramos varias revistas negras, escritas por periodistas negros y que hablan de famosos negros (deportistas, presentadores, actores, políticos...), como si existiera un mundo sólo de negros, al igual que, al lado, hay revistas que se diría sólo de blancos. Estados Unidos tiene un problema racial aunque, con la llegada de Barack Obama a la presidencia, las cosas estén cambiando a marchas forzadas. La novela favorita de Obama es, precisamente, La canción de Salomón, que Toni Morrison escribió en 1977, una saga familiar ambientada en los guetos raciales de los años 60. Morrison es el único Premio Nobel vivo de Literatura con nacionalidad estadounidense, y la principal testigo literaria de todos esos cambios que se están produciendo. Cronista de la epopeya de una raza castigada, de personajes que sufren, viven y aman con intensidad, ha publicado recientemente la novela Una bendición. Su voz y sus gestos derrochan tanta autoconfianza como feminidad ("¡No, no me hagan fotos ahora! –comenta–, espérense a la fiesta de fin de curso en la universidad, por favor, que me habré arreglado y puesto guapa").
-¿Por qué vuelve al tema de la esclavitud en su nueva novela?
-No escribía sobre la esclavitud desde 1987, cuando publiqué Beloved. Entonces quise mostrar cómo aquel sistema nos convirtió en infrahumanos a todos. Ahora he querido cuestionar la mitología de este país, ese cuento de hadas nacional sobre cómo era EE.UU. en sus inicios. En los siglos XVII y XVIII, este fue el punto de encuentro de todo el mundo, vino gente de todos los lugares del planeta. Y la esclavitud todavía no se había asociado a la raza negra.
-Gracias a esta novela, se descubre que también había esclavos de raza blanca...
-Así es. Los esclavos eran los parias, los más pobres, miserables y desafortunados, fueran del color que fueran. Más tarde, el racismo separó a los pobres blancos de los pobres negros y se creó una subclase nueva, incluso por debajo de los peores.
-En los años en que se desarrolla su novela, ni siquiera existía Estados Unidos...
-Había colonias y una recepción constante de gente, un movimiento de población humana enorme, un aluvión de gente de todo el mundo que venía aquí atraída por los recursos naturales, por el oro, por la vegetación...
-En ese contexto, las religiones fueron muy importantes...
-Lo relaciono con esa idea tan americana del individualismo: el mito de vivir solo, sin familia o abandonándola para irse a vivir aventuras, es algo que forma parte del imaginario de la nación americana, con la figura del cowboy, un tipo duro, como su máximo exponente. Pero a mí me importa saber qué sucede cuando el hombre se va. ¿Qué tipo de familia y de personas genera eso? La mujer se queda sin ningún apoyo, sola con los niños, y entonces llama a las puertas de la iglesia, que le ofrece ayuda e integración en una comunidad. También he querido transmitir la experiencia que supone llegar a un país desconocido, solo, sin nada en los bolsillos... pero eludiendo esas mentiras del sueño americano.
-Aquí, como en otros de sus libros, aparece un hombre que transforma a la mujer.
-No quise darle un nombre propio, lo llamo el herrero. Libre, africano, negro... Para él, la esclavitud es una cuestión de mentalidad. La esclavitud fue algo universal, se dio en todos los países y regiones. La aportación de mi país fue asociar la raza negra a la falta de libertad, eso fue algo premeditado, construido, legalizado por diferentes procedimientos especiales, con el fin de proteger los privilegios de los más ricos, creando un sistema político, económico y social a gran escala que descansaba sobre la base del trabajo no pagado. Y el racismo todavía sigue operando hoy, mostrando su eficacia como instrumento para perpetuar las divisiones en contra de lo que debería ser una verdadera democracia.
-¿Entonces el racismo no ha desaparecido?
-No. Ni tampoco la esclavitud, que ya no es una institución formal, pero sí existe la absoluta falta de libertad, que es lo mismo.
-¿Cómo describiría a Florens, su personaje principal?
-Ella es joven, hermosa... y se enamora. Lo que suena normal, pero después se convierte en una obsesa, de un modo en que eso ya no es amor, es como una...
-¿Pero todo amor no es una obsesión?
-Nooooo. (Se ríe) He escrito el libro Amor, en el que intento distinguir diferentes tipos de amor: a Dios, a los amigos, a esto y lo otro... Hay muchos tipos de amor. Y sólo los niños tienen amor auténticamente puro.
-Muchos de sus personajes son niños, de hecho.
-Tal vez por eso. Busco en ellos esa pureza de amar. Mi personaje sirve para darse cuenta de que nunca hay que entregarse completamente a nadie de ese modo.
-En los 90, usted dijo: "Mi misión es dar voz a los que no la han tenido, a los negros de América". ¿Lo ha conseguido?
-Sí. La primera generación de un pueblo oprimido es siempre gente silenciosa, desarrollan en su interior una conciencia de la opresión pero no hablan sobre ello. La siguiente generación ya lo hace un poco, empieza a exteriorizar su queja. El silencio es roto, por ejemplo, en las canciones. En el caso de los americanos africanos, bastante gente escribió libros acerca de su historia, pero esa realidad no estaba presente en las novelas. Y ese reto me fascinó, el sentimiento de ser capaz de hacerlo.
-¿Escribe sobre un personaje colectivo?
-Yo lo veo muy diferente. No hago una moralización del negro, no hay los negros que son de una manera. Hay negros buenos, hay negros malos, algunos vagos, otros racistas, otros felices, otros cansados... como el resto del mundo. De hecho, con el tiempo, los críticos están analizando mis novelas de otra manera: se dan cuenta de que la raza no es el único tema presente en ellas, de que hablo del amor, del perdón, de la sexualidad, de los cambios en la estructura familiar, de cuestiones éticas y filosóficas.
-¿La América posracial existe, ahora con Obama?
-Hay algunos cambios, lo veo en los estudiantes que tengo, son más maduros. La diversidad del campus se ha multiplicado. Pero todavía hay profundas zanjas que dividen a la gente por el color de su piel, no hay más que mirar las estadísticas sobre pobreza, crimen o nivel educativo y cruzarlas con los datos de las etnias. El éxito de Obama es estimulante, extremadamente importante, y marca el inicio de algo nuevo, el deseo de superar las divisiones por razas. Se puede sentir por todos lados esta nueva actitud, una excitación que lo invade todo. Hará cosas que no nos gusten, a mí me rebela el mesianismo que algunos profesan hacia su figura. Pero el simple hecho de su victoria ha hecho que a mucha gente le desaparezca el miedo. Es como ponerse en marcha otra vez, hay cosas elementales que ya no hay que explicar.
-Usted tardó en apoyarlo...
-Me gusta mucho Hillary Clinton. Cualquier persona capaz de ganarle a Bush me parecía bien. Estudié detenidamente a los candidatos demócratas y, al final, lo apoyé a él, pero no me basé en criterios de raza ni de género para decidirme, lo apoyé porque estaba muy preparado. La gente no ha votado a Obama porque fuera negro, sino por las cosas que proponía.
-¿Cómo ve a Obama? ¿No va a decepcionarla?
-Espero que no lo haga, claro, porque no me llama cada día por teléfono para preguntarme: "Toni, he pensado emprender esta medida, ¿a ti qué te parece?". No vivimos en un mundo perfecto.
-¿Cuándo fue la última vez que la llamó?
-Hablé con él dos veces, durante la campaña electoral.
-Parece que es un fan de "La canción de Salomón", ¿no?
-¡Sí! Me estuvo hablando de ese libro y de lo que le había afectado. Mire, él tiene que gobernar y eso significa que tiene que tratar con mucha gente, con los congresistas y senadores, no puede hacer las cosas solo, decidir: "OK, sanidad para todos" y ya está, para conseguirlo tiene que persuadir, maniobrar, hablar con mucha gente, transaccionar... Eso es gobernar, es un trabajo duro y complicado. Considerando que sólo lleva unos meses, y que ya ha hecho que se muevan más cosas que en toda una década, creo que hay que verlo positivamente.
-Usted aprecia, además, sus cualidades literarias.
-¿Ha leído sus memorias? Es un buen escritor, muy bueno, cosa que pocos políticos son porque no suelen leer nunca literatura. Es ameno, tiene ritmo, utiliza metáforas profundas.
-Vivió la depresión de los 30. ¿Cómo ve la crisis de ahora?
-En los años 30 vivimos una vida realmente miserable porque éramos pobres, había un montón de familias realquiladas viviendo en las habitaciones de pisos de otras familias... Sobre la situación actual, lo más precioso de todo es que el capitalismo está acabado. Toda aquella mierda se ha acabado. Parece un milagro. En The New York Times vemos aparecer esposados a esos millonarios que tenían tantos yates y tanto dinero escondido en Suiza, a esos oligarcas que ganaban un millón de dólares a la semana. Esos excesos se han acabado, ya no podemos más. Eso es bueno. Este país puede volver a empezar. Tras el 11-S, ¿cuál fue el mensaje que nos envió el presidente Bush? Apareció solemne en la tele y nos dijo: "Vayan al cine, a las tiendas, ¡compren!". ¡Compren! ¿Usted cree? Era un comerciante, no un presidente, hablaba no a ciudadanos sino a consumidores. No nos dijo que fuéramos a ver a nuestros vecinos y les diéramos un abrazo.
-¿Cómo la cambió el Nobel?
El principal cambio se dio en cosas superficiales como el dinero. Lo mejor es que he concentrado mucha más atención sobre mí y mi obra. Pero no he cambiado mi vida doméstica, o mi vida como escritora. Ni el Nobel ni nada de lo que me ha dado me hace mejor escritora o mejor persona.
-¿Cómo es un día normal en su vida?
-No soy muy disciplinada, en los períodos en que escribo lo hago dos o tres horitas al día. Para mí no es un trabajo, siempre me he ganado la vida de otra manera: como editora, como profesora...
-¿Quién es Chloe Wofford?
-Soy yo. Es el nombre que figura en mis documentos y como me llaman mi familia y mis seres queridos.
-¿Y quién es, entonces, Toni Morrison?
La mayoría de la gente me conoce por este nombre. Pero los que me conocen bien me llaman Chloe, Toni Morrison es como un apodo. Me sirve para separar al personaje, la escritora que ganó el Nobel, de la persona real, que es la importante.
La Vanguardia y Clarín
-¿Por qué vuelve al tema de la esclavitud en su nueva novela?
-No escribía sobre la esclavitud desde 1987, cuando publiqué Beloved. Entonces quise mostrar cómo aquel sistema nos convirtió en infrahumanos a todos. Ahora he querido cuestionar la mitología de este país, ese cuento de hadas nacional sobre cómo era EE.UU. en sus inicios. En los siglos XVII y XVIII, este fue el punto de encuentro de todo el mundo, vino gente de todos los lugares del planeta. Y la esclavitud todavía no se había asociado a la raza negra.
-Gracias a esta novela, se descubre que también había esclavos de raza blanca...
-Así es. Los esclavos eran los parias, los más pobres, miserables y desafortunados, fueran del color que fueran. Más tarde, el racismo separó a los pobres blancos de los pobres negros y se creó una subclase nueva, incluso por debajo de los peores.
-En los años en que se desarrolla su novela, ni siquiera existía Estados Unidos...
-Había colonias y una recepción constante de gente, un movimiento de población humana enorme, un aluvión de gente de todo el mundo que venía aquí atraída por los recursos naturales, por el oro, por la vegetación...
-En ese contexto, las religiones fueron muy importantes...
-Lo relaciono con esa idea tan americana del individualismo: el mito de vivir solo, sin familia o abandonándola para irse a vivir aventuras, es algo que forma parte del imaginario de la nación americana, con la figura del cowboy, un tipo duro, como su máximo exponente. Pero a mí me importa saber qué sucede cuando el hombre se va. ¿Qué tipo de familia y de personas genera eso? La mujer se queda sin ningún apoyo, sola con los niños, y entonces llama a las puertas de la iglesia, que le ofrece ayuda e integración en una comunidad. También he querido transmitir la experiencia que supone llegar a un país desconocido, solo, sin nada en los bolsillos... pero eludiendo esas mentiras del sueño americano.
-Aquí, como en otros de sus libros, aparece un hombre que transforma a la mujer.
-No quise darle un nombre propio, lo llamo el herrero. Libre, africano, negro... Para él, la esclavitud es una cuestión de mentalidad. La esclavitud fue algo universal, se dio en todos los países y regiones. La aportación de mi país fue asociar la raza negra a la falta de libertad, eso fue algo premeditado, construido, legalizado por diferentes procedimientos especiales, con el fin de proteger los privilegios de los más ricos, creando un sistema político, económico y social a gran escala que descansaba sobre la base del trabajo no pagado. Y el racismo todavía sigue operando hoy, mostrando su eficacia como instrumento para perpetuar las divisiones en contra de lo que debería ser una verdadera democracia.
-¿Entonces el racismo no ha desaparecido?
-No. Ni tampoco la esclavitud, que ya no es una institución formal, pero sí existe la absoluta falta de libertad, que es lo mismo.
-¿Cómo describiría a Florens, su personaje principal?
-Ella es joven, hermosa... y se enamora. Lo que suena normal, pero después se convierte en una obsesa, de un modo en que eso ya no es amor, es como una...
-¿Pero todo amor no es una obsesión?
-Nooooo. (Se ríe) He escrito el libro Amor, en el que intento distinguir diferentes tipos de amor: a Dios, a los amigos, a esto y lo otro... Hay muchos tipos de amor. Y sólo los niños tienen amor auténticamente puro.
-Muchos de sus personajes son niños, de hecho.
-Tal vez por eso. Busco en ellos esa pureza de amar. Mi personaje sirve para darse cuenta de que nunca hay que entregarse completamente a nadie de ese modo.
-En los 90, usted dijo: "Mi misión es dar voz a los que no la han tenido, a los negros de América". ¿Lo ha conseguido?
-Sí. La primera generación de un pueblo oprimido es siempre gente silenciosa, desarrollan en su interior una conciencia de la opresión pero no hablan sobre ello. La siguiente generación ya lo hace un poco, empieza a exteriorizar su queja. El silencio es roto, por ejemplo, en las canciones. En el caso de los americanos africanos, bastante gente escribió libros acerca de su historia, pero esa realidad no estaba presente en las novelas. Y ese reto me fascinó, el sentimiento de ser capaz de hacerlo.
-¿Escribe sobre un personaje colectivo?
-Yo lo veo muy diferente. No hago una moralización del negro, no hay los negros que son de una manera. Hay negros buenos, hay negros malos, algunos vagos, otros racistas, otros felices, otros cansados... como el resto del mundo. De hecho, con el tiempo, los críticos están analizando mis novelas de otra manera: se dan cuenta de que la raza no es el único tema presente en ellas, de que hablo del amor, del perdón, de la sexualidad, de los cambios en la estructura familiar, de cuestiones éticas y filosóficas.
-¿La América posracial existe, ahora con Obama?
-Hay algunos cambios, lo veo en los estudiantes que tengo, son más maduros. La diversidad del campus se ha multiplicado. Pero todavía hay profundas zanjas que dividen a la gente por el color de su piel, no hay más que mirar las estadísticas sobre pobreza, crimen o nivel educativo y cruzarlas con los datos de las etnias. El éxito de Obama es estimulante, extremadamente importante, y marca el inicio de algo nuevo, el deseo de superar las divisiones por razas. Se puede sentir por todos lados esta nueva actitud, una excitación que lo invade todo. Hará cosas que no nos gusten, a mí me rebela el mesianismo que algunos profesan hacia su figura. Pero el simple hecho de su victoria ha hecho que a mucha gente le desaparezca el miedo. Es como ponerse en marcha otra vez, hay cosas elementales que ya no hay que explicar.
-Usted tardó en apoyarlo...
-Me gusta mucho Hillary Clinton. Cualquier persona capaz de ganarle a Bush me parecía bien. Estudié detenidamente a los candidatos demócratas y, al final, lo apoyé a él, pero no me basé en criterios de raza ni de género para decidirme, lo apoyé porque estaba muy preparado. La gente no ha votado a Obama porque fuera negro, sino por las cosas que proponía.
-¿Cómo ve a Obama? ¿No va a decepcionarla?
-Espero que no lo haga, claro, porque no me llama cada día por teléfono para preguntarme: "Toni, he pensado emprender esta medida, ¿a ti qué te parece?". No vivimos en un mundo perfecto.
-¿Cuándo fue la última vez que la llamó?
-Hablé con él dos veces, durante la campaña electoral.
-Parece que es un fan de "La canción de Salomón", ¿no?
-¡Sí! Me estuvo hablando de ese libro y de lo que le había afectado. Mire, él tiene que gobernar y eso significa que tiene que tratar con mucha gente, con los congresistas y senadores, no puede hacer las cosas solo, decidir: "OK, sanidad para todos" y ya está, para conseguirlo tiene que persuadir, maniobrar, hablar con mucha gente, transaccionar... Eso es gobernar, es un trabajo duro y complicado. Considerando que sólo lleva unos meses, y que ya ha hecho que se muevan más cosas que en toda una década, creo que hay que verlo positivamente.
-Usted aprecia, además, sus cualidades literarias.
-¿Ha leído sus memorias? Es un buen escritor, muy bueno, cosa que pocos políticos son porque no suelen leer nunca literatura. Es ameno, tiene ritmo, utiliza metáforas profundas.
-Vivió la depresión de los 30. ¿Cómo ve la crisis de ahora?
-En los años 30 vivimos una vida realmente miserable porque éramos pobres, había un montón de familias realquiladas viviendo en las habitaciones de pisos de otras familias... Sobre la situación actual, lo más precioso de todo es que el capitalismo está acabado. Toda aquella mierda se ha acabado. Parece un milagro. En The New York Times vemos aparecer esposados a esos millonarios que tenían tantos yates y tanto dinero escondido en Suiza, a esos oligarcas que ganaban un millón de dólares a la semana. Esos excesos se han acabado, ya no podemos más. Eso es bueno. Este país puede volver a empezar. Tras el 11-S, ¿cuál fue el mensaje que nos envió el presidente Bush? Apareció solemne en la tele y nos dijo: "Vayan al cine, a las tiendas, ¡compren!". ¡Compren! ¿Usted cree? Era un comerciante, no un presidente, hablaba no a ciudadanos sino a consumidores. No nos dijo que fuéramos a ver a nuestros vecinos y les diéramos un abrazo.
-¿Cómo la cambió el Nobel?
El principal cambio se dio en cosas superficiales como el dinero. Lo mejor es que he concentrado mucha más atención sobre mí y mi obra. Pero no he cambiado mi vida doméstica, o mi vida como escritora. Ni el Nobel ni nada de lo que me ha dado me hace mejor escritora o mejor persona.
-¿Cómo es un día normal en su vida?
-No soy muy disciplinada, en los períodos en que escribo lo hago dos o tres horitas al día. Para mí no es un trabajo, siempre me he ganado la vida de otra manera: como editora, como profesora...
-¿Quién es Chloe Wofford?
-Soy yo. Es el nombre que figura en mis documentos y como me llaman mi familia y mis seres queridos.
-¿Y quién es, entonces, Toni Morrison?
La mayoría de la gente me conoce por este nombre. Pero los que me conocen bien me llaman Chloe, Toni Morrison es como un apodo. Me sirve para separar al personaje, la escritora que ganó el Nobel, de la persona real, que es la importante.
La Vanguardia y Clarín