Trump dijo en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, "Estados Unidos no brindará ningún apoyo al reconocimiento de la Corte Penal Internacional. En lo que respecta a Estados Unidos, la CPI no tiene jurisdicción, ni legitimidad, ni autoridad".
¡Maduro debe haber festejado con champán el discurso de Trump! De hecho, la petición de varios países para que la CPI investigue a Maduro ha sido una de las mayores aspiraciones de la oposición de Venezuela en los últimos meses.
Los cinco cancilleres latinoamericanos anunciaron el martes que postergaron la firma de su petición a la CPI para el miércoles, sin dar ninguna razón.
No está claro si el ataque de Trump contra la CPI los llevó a evitar firmar su petición el mismo día.
Pero ese no fue el único daño que causó Trump. En su discurso, en el que afirmó que "rechazamos la ideología del globalismo y aceptamos la doctrina del patriotismo", apoyó casi todas las causas equivocadas, haciendo casi imposible que los Estados Unidos lideren cualquier ofensiva internacional para buscar la restauración de la democracia en Venezuela.
Trump defendió sus políticas racistas contra la inmigración, elogió su plan de construir un muro en la frontera con México, anunció que no firmará el Pacto Mundial sobre Migración, arremetió contra "acuerdos comerciales malos y rotos" que en las últimas cuatro décadas hicieron que la mayor parte de la humanidad saliera de la pobreza, e ignoró los llamados a luchar contra el cambio climático.
Además, Trump invocó la doctrina Monroe —una política estadounidense de principios del siglo XIX que advertía a las potencias no regionales que se mantuvieran alejadas de América Latina—, que muchos en la región ven como un resabio del pasado.
Si Trump quería energizar a los enemigos de Estados Unidos y molestar a sus aliados en la región, elogiar la doctrina Monroe fue la mejor manera de hacerlo.
Nadie debería sorprenderse de que los diplomáticos que escuchaban su discurso se rieran colectivamente cuando Trump dijo que "en menos de dos años, mi administración ha logrado más que casi cualquier administración en la historia de nuestro país". Muchos pensaron que estaba bromeando. Trump, sorprendido por las risas, se vio obligado a decir: "No esperaba esa reacción".
También significativamente, Trump no mencionó los abusos contra los derechos humanos del presidente ruso Vladimir Putin o su invasión de Crimea, ni criticó a la mayoría de los violadores de derechos humanos más sangrientos del mundo, como el dictador norcoreano Kim Jong-un.
"Es vergonzoso que el presidente Trump vaya a las Naciones Unidas y denigre a la CPI en un momento en que cinco democracias latinoamericanas están a punto de presentar una petición a ese mismo tribunal para llevar a Maduro ante la justicia", me dijo José Miguel Vivanco, jefe de la división de las Américas de Human Rights Watch. "Le quitó el piso a todo el esfuerzo por encausar a Nicolás Maduro y su mafia".
Con todo, Trump anunció nuevas sanciones individuales contra altos funcionarios del régimen encabezado por Maduro, incluida justamente la esposa de Maduro.
Pero los partidarios de la democracia en Venezuela no deberían dejarse engañar por las duras palabras de Trump, ni por sus acciones en gran parte simbólicas.
Maduro estaría mucho más amenazado si —en lugar de lidiar con un presidente estadounidense del que la mayoría del mundo se ríe, como lo hizo el martes durante el discurso de Trump en la Asamblea— Estados Unidos tuviera un líder con autoridad moral y políticas globalistas que le permitirían liderar una coalición diplomática internacional para restablecer la democracia en Venezuela.
Como lo demostró el torpe ataque de Trump contra la CPI, su patriotismo barato y su caótica política exterior a menudo son el mayor obstáculo para la causa de la libertad en Venezuela, y muchos otros países.
Andrés Oppenheimer