Un farolillo de 18 pisos


"No lo decidí, yo nací siendo arquitecto". Rafael de La-Hoz Castanys es la tercera generación de arquitectos de la familia. Hace años que no visita el edificio Castelar, obra cumbre de su padre, Rafael de La-Hoz Arderius, y el primer edificio en el que participó cuando era un chaval.



Un farolillo de 18 pisos
"¡Qué pequeño parece todo!", exclama en el lobby, como quien revisita el colegio después de mucho tiempo. "De mi padre trabajando recuerdo sobre todo que era entrañable y estaba pendiente de las personas; cuando empezó la obra yo tenía 17 años, él quería que viniera a aprender pero, con Franco muriéndose, yo prefería estar en la calle". Al final tuvo tiempo porque el asunto se alargó de 1974 hasta 1986. Entremedias el Banco Coca, que había encargado el proyecto, se fusionó con Banesto, luego se descubrió que por mucho más de lo que valía. Hubo un juicio, el dueño del Coca se suicidó y Banesto no supo qué hacer con el edificio. "Mis padre les convenció de que para venderlo bien había que acabarlo, les lloró mucho", recuerda De La-Hoz. Al final Banesto pagó la fachada y se lo vendió a la Mutua Madrileña que se lo alquiló a Catalana Occidente hasta hoy.
Ese arrendamiento está a punto de vencer. Varias plantas (antes subarrendadas) están desiertas. Sillas apiladas, mesas sin teléfonos, armarios vacíos. El hijo del arquitecto chasquea la lengua. Parece un mausoleo.
En 2010 el inmueble se cerrará durante un año para ser remodelado por el propio De La-Hoz, que aprovecha la visita para fijarse en los detalles que quiere cambiar. Por dentro, volverá a dejar las plantas diáfanas que soñó su padre (pero años de oficinistas dividieron torpemente con paneles). Por fuera, quitará "las banderas como de hotel de Torremolinos" y la fea barandilla de la escalera. "Mi padre odiaba los rellanos, pero son obligatorios para que si te caes no ruedes hasta abajo", explica De La-Hoz, "su solución fue colocar un rellano tras cada peldaño, de forma que parecen escalones más anchos, se le ocurrió viendo las pirámides de Luxor". ¿Y quién osaría poner una barandilla en la tumba de un faraón?
El edificio Castelar fue un carísimo experimento tecnológico. "Un prototipo nunca es rentable", dice De La-Hoz, "necesitas un mecenas como Coca, un amante del arte". La idea era crear un prisma de cristal que flotase como un farolillo gigantesco. En un alarde, los 18 pisos se sujetan a un sólo brazo de hormigón que ni siquiera está en el centro del edificio, sino más atrás, para que el 85% del suelo quede suspendido sobre el aire. Luego, para colocar la fachada sin fastidiar el efecto "este edificio no toca el suelo", el arquitecto la colgó de tirantes: tan sólo 24 cables -tan finos que cada uno cabe dentro de un puño- sujetan el castillo de naipes.
Quedaba un problema, un edificio de cristal en una ciudad soleada es un horno o, más bien, un invernadero. "Imagina un coche con las ventanas cerradas", dice De La-Hoz, "dentro hace un calor tremendo, pero al otro lado del coche, la luz filtrada ya no calienta". Con esa idea, su padre atrapó el calor del sol en una doble piel de cristal que sólo dejaba pasar al interior la luz fría. El ingenio ha sido repetido una y otra vez, incluso por su hijo en el flamante Distrito C de Telefónica. Para fijar esa segunda piel sin estropear la ingravidez conseguida, se rizó el rizo: "Si quería ser consecuente sólo podía usar vidrio". ¿Pilares de cristal? Parece una contradicción de términos, pero es lo que consiguió el arquitecto tras años de investigación. Aún hoy, este vidrio con función estructural es una excentricidad, una hazaña de ingeniería.
"Muchos años después cada vez que estaba fuera y había tormenta en Madrid", cuenta De La-Hoz, "mi padre me llamaba con una sola pregunta: ¿se ha caído el Coca?". No sólo no se ha caído, sino que se ha revalorizado. "En su momento le criticaron por antiguo, pero ha tenido un reconocimiento tardío, el propio Richard Rogers me dijo que le parecía el mejor de Madrid", dice el hijo del arquitecto con la sonrisa de aquel chaval de 17 años que miraba trabajar a su padre.

Lunes, 21 de Septiembre 2009
El Pais, Madrid, España
           


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