El cerdo negro
"Llegamos aquí en mayo de 2012" y "ese mismo año pusimos en marcha la huerta y compramos los primeros animales -dos cerdos, tres cabras y unos conejos", cuenta Marylin, ama de casa que cría dos hijos, de 7 y 10 años.
A unos kilómetros de Saint-Dié-des-Vosges, pequeña ciudad del macizo de los Vosgos franceses, y al final de un camino de tierra, se yergue en la ladera de una colina una gran casona un poco venida a menos, rodeada de árboles frondosos y frutales: manzanos, perales, cerezos, ciruelos y nogales.
Al principio, el proyecto era vivir en "un lugar un poco aislado". Y luego, explica Jérôme, "nos dijimos por qué no ir más allá".
Este técnico audiovisual que trabaja una decena de días al mes en Estrasburgo, a 90 km de casa, dice que "ya no se fía de la agricultura actual" y deplora "las sombras de nuestra alimentación".
"Quiero estar en la acción, porque los discursos no cambian el sistema", explica Jérôme, que asume el lado "radical" de su conducta y expone simplemente su voluntad de "volver a una concepción razonada" de los alimentos.
Ahora bien, advierte, una agricultura más razonada, es decir, alejada de antibióticos y pesticidas, de harinas animales y soja transgénico "quiere decir que no podemos comer tanta carne como hoy en día".
Este hombre de 38 años nacido en un medio obrero no es militante ecologista ni forma parte de asociaciones.
"Nuestros padres están muy marcados por el productivismo de la posguerra y el consumo, no nos entienden mucho", confía la pareja.
"Hoy existen dos caminos: el bío y el intensivo", pero "esa visión debe cambiar", afirma. "Compadezco a los campesinos, veo su trabajo con los animales y al final no deciden ni el precio. En el campo bío, la gente también lo pasa mal porque es un sistema rígido".
Paciencia y cerdo negro
Y desconfía de lo bío: "Un poco un lujo, y la gente no ve necesariamente los kilómetros recorridos por los productos bío hasta las tiendas".
De las cinco hectáreas adyacentes a la casa, una se utiliza para la huerta, que tiene un pequeño invernadero, y para los animales. Las cabras ayudan a desbrozar el terreno en pendiente que estaba cubierto de zarzas.
"Esta primavera ya hemos dejado de comprar verdura", cuenta la joven. Tienen reservas de patatas y enormes calabazas.
Lo demás es cuestión de paciencia.
Los dos cerdos no serán sacrificados, con ayuda de los vecinos, antes del próximo verano. Para entonces las cabras habrán empezado a dar leche. "Aprenderemos a fabricar queso, mi cuñado ya lo hace", se entusiasma Marylin.
"Hemos optado por unos cerdos negros de raza gascona porque son los más rústicos, resisten mejor al frío y a las enfermedades pero requieren quince meses para engordarlos", explica Jérôme, que como muchos particulares no ha declarado sus animales a la administración y por eso prefiere preservar el anonimato. "Con los cerdos clásicos son seis meses, pero con antibióticos y alimentación concentrada", lamenta.
Dentro de unos meses prevén comprar pollos, patos y un par de cerdos más. Para completar la fruta, plantarán fresales, groselleros y casis.
"Vamos paso a paso", explica Jérôme, porque "hay gente que se ha lanzado y al cabo de dos años estaban agotados".
"Tenemos que cambiar nuestras costumbres y es mucho trabajo", admite Marylin, de 37 años.
Sumada a la renovación de la granja, la magnitud de la labor es inmensa pero no parece darles miedo.
El objetivo a un año vista es llegar a ser autónomos al 100% para la verdura de todo el año y al 80% para la fruta. Además de las frescas, tendrán mermeladas, compotas y conservas. "Con la carne, veremos hasta donde llegamos", dice, sin excluir que ya no tengan que comprar más.
El viejo horno de pan "un poco derrumbado" será renovado y la pareja da preferencia a la producción local (queso, miel, etc.).
Siempre tendrán que comprar ciertos productos: café y aceite por ejemplo. No pasarán completamente del supermercado, pero la prioridad es "evitar lo más posible la carnicería, la charcutería y toda la panadería industrial".
A unos kilómetros de Saint-Dié-des-Vosges, pequeña ciudad del macizo de los Vosgos franceses, y al final de un camino de tierra, se yergue en la ladera de una colina una gran casona un poco venida a menos, rodeada de árboles frondosos y frutales: manzanos, perales, cerezos, ciruelos y nogales.
Al principio, el proyecto era vivir en "un lugar un poco aislado". Y luego, explica Jérôme, "nos dijimos por qué no ir más allá".
Este técnico audiovisual que trabaja una decena de días al mes en Estrasburgo, a 90 km de casa, dice que "ya no se fía de la agricultura actual" y deplora "las sombras de nuestra alimentación".
"Quiero estar en la acción, porque los discursos no cambian el sistema", explica Jérôme, que asume el lado "radical" de su conducta y expone simplemente su voluntad de "volver a una concepción razonada" de los alimentos.
Ahora bien, advierte, una agricultura más razonada, es decir, alejada de antibióticos y pesticidas, de harinas animales y soja transgénico "quiere decir que no podemos comer tanta carne como hoy en día".
Este hombre de 38 años nacido en un medio obrero no es militante ecologista ni forma parte de asociaciones.
"Nuestros padres están muy marcados por el productivismo de la posguerra y el consumo, no nos entienden mucho", confía la pareja.
"Hoy existen dos caminos: el bío y el intensivo", pero "esa visión debe cambiar", afirma. "Compadezco a los campesinos, veo su trabajo con los animales y al final no deciden ni el precio. En el campo bío, la gente también lo pasa mal porque es un sistema rígido".
Paciencia y cerdo negro
Y desconfía de lo bío: "Un poco un lujo, y la gente no ve necesariamente los kilómetros recorridos por los productos bío hasta las tiendas".
De las cinco hectáreas adyacentes a la casa, una se utiliza para la huerta, que tiene un pequeño invernadero, y para los animales. Las cabras ayudan a desbrozar el terreno en pendiente que estaba cubierto de zarzas.
"Esta primavera ya hemos dejado de comprar verdura", cuenta la joven. Tienen reservas de patatas y enormes calabazas.
Lo demás es cuestión de paciencia.
Los dos cerdos no serán sacrificados, con ayuda de los vecinos, antes del próximo verano. Para entonces las cabras habrán empezado a dar leche. "Aprenderemos a fabricar queso, mi cuñado ya lo hace", se entusiasma Marylin.
"Hemos optado por unos cerdos negros de raza gascona porque son los más rústicos, resisten mejor al frío y a las enfermedades pero requieren quince meses para engordarlos", explica Jérôme, que como muchos particulares no ha declarado sus animales a la administración y por eso prefiere preservar el anonimato. "Con los cerdos clásicos son seis meses, pero con antibióticos y alimentación concentrada", lamenta.
Dentro de unos meses prevén comprar pollos, patos y un par de cerdos más. Para completar la fruta, plantarán fresales, groselleros y casis.
"Vamos paso a paso", explica Jérôme, porque "hay gente que se ha lanzado y al cabo de dos años estaban agotados".
"Tenemos que cambiar nuestras costumbres y es mucho trabajo", admite Marylin, de 37 años.
Sumada a la renovación de la granja, la magnitud de la labor es inmensa pero no parece darles miedo.
El objetivo a un año vista es llegar a ser autónomos al 100% para la verdura de todo el año y al 80% para la fruta. Además de las frescas, tendrán mermeladas, compotas y conservas. "Con la carne, veremos hasta donde llegamos", dice, sin excluir que ya no tengan que comprar más.
El viejo horno de pan "un poco derrumbado" será renovado y la pareja da preferencia a la producción local (queso, miel, etc.).
Siempre tendrán que comprar ciertos productos: café y aceite por ejemplo. No pasarán completamente del supermercado, pero la prioridad es "evitar lo más posible la carnicería, la charcutería y toda la panadería industrial".