Venezuela: el problema del personalismo excluyente


Buenos Aires. - La enfermedad de Hugo Chávez no es lo más importante de este episodio, que es grave y se verá su circunstancia posterior. El venezolano no es el único mandatario o político prominente a quien ese mal atrapa como le ha sucedido antes al paraguayo Fernando Lugo o luego a la brasileña Dilma Rousseff, uno en la presidencia y la otra cuando iba en camino, y lograron vencerlo.



Hugo Chávez.
Hugo Chávez.
Lo realmente relevante es lo que queda hacia adelante, como costo del absolutismo que rige experimentos como el que ha encabezado el bolivariano y que, cuando se producen estas avalanchas de realismo, desvelan el rostro vulnerable y precario de la construcción. En ese sentido más que su mentor, es el modelo el que con él aparece enfermo. La instalación de Chavez en Cuba para combatir su dolencia no debería admitir objeciones. Es su derecho. También ha sido apreciable la resolución con el uso de la verdad sobre lo que sucedía para escapar del laberinto en el que había caído su gobierno y él mismo, por la tendencia a llevar a un extremo imposible la pasión por el secretismo. Pero su negativa, especialmente ahora tras su mensaje, a delegar el poder y mantener la decisión de seguir gobernando Venezuela desde la cama de un hospital en La Habana son señales de tan extraordinaria debilidad política que podría sospecharse una falla menos premeditada, que producto de la improvisación frente a un hecho demoledor.
Es cierto que esto no estaba en los planes de nadie, menos de Chávez que jugó con su salud como hemos visto a muchos otros líderes envueltos en la idea de una impunidad invariable, incluso hasta más allá de esos extremos naturales.
Pero el peso agregado que tiene este nuevo conflicto es que demuestra que uno de sus aspectos, el personalismo excluyente, acabó siempre por herir todo el proyecto y, lo que es aún más grave, amenaza mostrar la índole real de lo que se esconde detrás del discurso; es decir, los elementos sueltos, no claros, diferentes a la apariencia con que se ha insistido en vestir a ese proyecto.
El ideal bolivariano se construyó alrededor del mito de una revolución de contornos por lo menos difíciles de precisar, pero definida como nacional y popular. Nació de modo superestructural en un país arrasado y con más de 80% de pobres que dejaron 40 años de complicidades y corrupción entre los dos partidos tradicionales que se turnaron en el poder, AD y Copei. Esa mística se amplificó con una clave semejante en la región como una consecuencia del abismo de pobres que produjo el extremismo ultraliberal de la década de los 90 . Aquel quebranto social provocó en numerosos países la reacción de los excluidos que apelaron a alternativas que, si bien formalmente no generaron un cambio estructural, sí los revindicaba en el discurso y, de paso, los alejaba de cualquier riesgo de ruptura con el sistema. Buena parte de todo ese edificio se construyó enmascarando con esas enormes cuotas de ideología retórica, la ineficacia, en el mejor de los casos, en el manejo de las cuestiones públicas.
Por esos rincones oscuros se explica una común aberración de esta legión de gobernantes al periodismo insumiso, no porque, como ya hemos dicho, los medios mientan o se equivoquen, que sucede, claro, sino por el riesgo de que averigüen y peor aún, difundan lo que el Estado hace con los dineros públicos.
El caso venezolano es paradigmático. El país más rico en petróleo de la región arrastra dos años de recesión y contracción de su economía con un posible crecimiento este año que el Banco Mundial prevé en 0,9% contra 4,5% de promedio para Latinoamérica. Su inflación es la mayor del área y una de las más altas del mundo en torno al 30% anual.
La deuda pública que estaba en US$ 34.000 millones cuando Chávez llegó al poder hace doce años, se disparó a 137 mil millones y eso pese al torrente de divisas que produjo el valor al alza del crudo. En el paquete de esa deuda, justamente, hay un rojo de US$ 23 mil millones contratado por la estatal de petróleo PDVSA, que ha sido la gran ubre junto con el Banco Central para fondear el gasto público multiplicado exponencialmente en esta larga década.
Para paliar esos desequilibrios y reducir parte de las obligaciones, Chávez apeló a una serie sucesiva de devaluaciones del bolívar con lo que transfirió a las masas la factura de la crisis, cuenta agigantada por el costo de vida en un país que importa 80% de lo que come. Esas políticas arrasaron con el bolívar, relevado por el dólar en todas las operaciones comerciales de Venezuela. No se advirtió allá tampoco, que la moneda no es sólo una herramienta de transacción, sino que es un tejido de símbolos que miden la autoestima de una sociedad.
Esa forma oblicua, sosteniendo una cosa y haciendo la otra, es un atributo no sólo del capitulo chavista. Hace casi un año, en setiembre de 2010, el ecuatoriano Rafael Correa denunció un supuesto golpe “imperialista” después de que se le rebeló la policía y parte de sus legisladores de izquierda en la Alianza País, contrarios a un duro corte del gasto público en el cual, el mandatario abrumado por los números de su presupuesto, incluyó el cercenamiento de parte de los ingresos de las fuerzas de seguridad. Tres meses después el boliviano Evo Morales, otro firme bolivariano, anunció un abrupto aumento de las naftas de entre 73 y 83% que elevó el precio del transporte en más de 60%. El golpe al bolsillo con el que se intentó ordenar de abajo hacia arriba las cuentas públicas, tuvo ecos de los ajustes implacables que aplicaba el ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y que le costó una insurrección que lo sacó del poder en octubre de 2003.
Evo lo advirtió a tiempo y derogó su propia medida . En igual sentido conviene advertir que si algún gobierno de esta legión de retórica similar se rodea sólo de incondicionales, lejos de cualquier aspiración de homogeneidad lo haría, en verdad, para evitar renuncios o traiciones a la hora de ajustar las clavijas.
Chávez agregó otro problema polémico a ese menú que se torna en un socio difícil en esta mala hora. No sólo es la ausencia de herederos de su mando, sino el persistente debilitamiento a que ha sometido a las instituciones. El presidente ha planteado lo innecesario de las internas debido a que él ya ha decidido reelegirse incesantemente, la próxima el año entrante. La pelea por esa heredad se dará ahora inevitablemente en el campo bolivariano, pero a los tumbos y con los “cuchillos afilados” como profetiza el director del diario opositor Tal Cual, el ex guerrillero Teodoro Petkoff.
En la perspectiva tampoco se ven alternativas opositoras sólidas, porque el régimen se ha ocupado de armar causas para procesar y bloquear a las figuras que más sombra pudieran hacerle.
El modelo amontona como “fascistas” y “escuálidos” a toda variante política que no sea propia . Ese desamparo institucional tiene hoy el mismo tamaño del azoramiento que vive el presidente por esta mala jugada de la vida, el tremendo espacio de la impotencia.



Marcelo Cantelmi

Sábado, 2 de Julio 2011
Clarín, Argentina
           


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