
"Nosotros sólo queremos trabajar, irnos de aquí es nuestra único pensamiento", explica en francés a la AFP el joven tostado por el sol.
A su lado, Ali, de 20 años, asiente con la cabeza.
A su alrededor reina el caos: en el puerto al que suelen llegar habitualmente los ferrys turísticos, miles de tunecinos, todos hombres y jóvenes, se apiñan en pequeños espacios rectangulares limitados por cuerdas o bolsas de basura, frente a la embarcación a la que llegaron.
A los que acaban de desembarcar los instalan frente a la estación marítima, mientras que aquellos que llevan más tiempo esperan en la entrada del muelle para ser trasladados a un centro de albergue de Sicilia o del continente.
Lassad denuncia la "desorganización": no hay camas, ni cobijas para protegerse del frío en la noche.
"Nos tratan como a los perros, no, peor, porque a los perros los tratan mejor", se corrige con ojos llenos de cólera.
El olor es pestilente: hay sólo tres baños para las necesidades de miles de inmigrantes, que deben orinar y defecar al aire libre en una pequeña colina que domina el muelle en donde duermen.
Ni hablar de una ducha o agua corriente.
Entonces, ¿Por qué irse de Túnez? "En mi país hay muchas cosas que no funcionan, no hay trabajo y la policía es la misma de la época de Ben Alí", explica.
"Venimos por el trabajo y la libertad, pero sobre todo para trabajar", insiste tras reconocer: "Me gustaría ir a Francia", dice.
Un poco más lejos, Alí, de 29 años, está al borde de las lágrimas: "Mi familia está en Túnez, pero nadie sabe que llegué, ayer hubo muertos y no les he podido advertir".
"Al llegar caminamos en el agua, mi móvil se mojó y se dañó con el agua de mar", cuenta.
Un poco más allá, Abdel, con un cigarrillo en los labios, se sumerge en la incertidumbre: "No sabemos nada, a donde nos enviarán, a Palermo, a Roma... Una cosa la tengo clara, no voy a regresar a Túnez. ¡Allá no logramos vivir, yo quiero sólo trabajar!".
Mientras esperan, la convivencia entre los 5.000 habitantes de la isla y los 6.000 inmigrantes es cada vez más tensa.
"Los tratan en forma inhumana, el nerviosismo aumenta de un lado y del otro", advierte Francesco Solina, portavoz del Movimiento Jóvenes por Lampedusa.
Como primera solución, el gobierno italiano decidió el miércoles enviar seis naves para evacuar a unas 10.000 personas.
"Espero que sea verdad, que no nos abandonen", dice.
A su lado, Ali, de 20 años, asiente con la cabeza.
A su alrededor reina el caos: en el puerto al que suelen llegar habitualmente los ferrys turísticos, miles de tunecinos, todos hombres y jóvenes, se apiñan en pequeños espacios rectangulares limitados por cuerdas o bolsas de basura, frente a la embarcación a la que llegaron.
A los que acaban de desembarcar los instalan frente a la estación marítima, mientras que aquellos que llevan más tiempo esperan en la entrada del muelle para ser trasladados a un centro de albergue de Sicilia o del continente.
Lassad denuncia la "desorganización": no hay camas, ni cobijas para protegerse del frío en la noche.
"Nos tratan como a los perros, no, peor, porque a los perros los tratan mejor", se corrige con ojos llenos de cólera.
El olor es pestilente: hay sólo tres baños para las necesidades de miles de inmigrantes, que deben orinar y defecar al aire libre en una pequeña colina que domina el muelle en donde duermen.
Ni hablar de una ducha o agua corriente.
Entonces, ¿Por qué irse de Túnez? "En mi país hay muchas cosas que no funcionan, no hay trabajo y la policía es la misma de la época de Ben Alí", explica.
"Venimos por el trabajo y la libertad, pero sobre todo para trabajar", insiste tras reconocer: "Me gustaría ir a Francia", dice.
Un poco más lejos, Alí, de 29 años, está al borde de las lágrimas: "Mi familia está en Túnez, pero nadie sabe que llegué, ayer hubo muertos y no les he podido advertir".
"Al llegar caminamos en el agua, mi móvil se mojó y se dañó con el agua de mar", cuenta.
Un poco más allá, Abdel, con un cigarrillo en los labios, se sumerge en la incertidumbre: "No sabemos nada, a donde nos enviarán, a Palermo, a Roma... Una cosa la tengo clara, no voy a regresar a Túnez. ¡Allá no logramos vivir, yo quiero sólo trabajar!".
Mientras esperan, la convivencia entre los 5.000 habitantes de la isla y los 6.000 inmigrantes es cada vez más tensa.
"Los tratan en forma inhumana, el nerviosismo aumenta de un lado y del otro", advierte Francesco Solina, portavoz del Movimiento Jóvenes por Lampedusa.
Como primera solución, el gobierno italiano decidió el miércoles enviar seis naves para evacuar a unas 10.000 personas.
"Espero que sea verdad, que no nos abandonen", dice.