La preocupación y el miedo siguen siendo fuertes en la región de Kasserine, en el históricamente abandonado interior de Túnez, una de las zonas más afectadas por el fenómeno.
Oriundo de esta comarca montañosa cercana a la frontera argelina, Adnen Helali, un profesor de francés de 42 años, se muestra firme en su determinación a no ceder en nada.
¿Su arma? La cultura. "Nuestro proyecto de 'Teatro del Jbal' ("monte", en árabe) apunta principalmente hacia los jóvenes, el futuro del país. Queremos enseñarles que la montaña es un lugar de creatividad (...). En ningún caso, un lugar para albergar la cultura de la muerte", afirma.
- 'Escenario de vida' -
Su idea de teatro rural nació hace dos años y se topó, en un primer momento, con el escepticismo, debido a la ausencia crónica de la implicación del Estado. Pero, aún así, sigue a flote.
Se trata de un proyecto modesto, con su escenario en plena tierra y al aire libre, pero la ambición es grande: "crear una tradición teatral en Sammama" y "erradicar el extremismo a través de la cultura y la inteligencia".
Los yihadistas "están a 200 metros con sus armas. Rechazamos esta cohabitación catastrófica pues, para nosotros, la montaña es un escenario de la vida", exclama Helali.
Poco a poco, el proyecto ha ido calando y el primer ministro Youssef Shahed insistió el mes pasado en el papel de la cultura como "refugio" y "esperanza" contra los extremismos, durante una reunión de países del Mediterráneo.
Además, en Sammama se anunció a principios de año la construcción de un centro cultural de una hectárea, con la ayuda financiera de una oenegé, la "Fundación Rambourg", que aportará 200.000 euros.
En abril comenzarán los actos del programa de "Sammama, capital universal de la cultura".
Se espera una gran afluencia pues cientos de colegiales y habitantes asistieron al lanzamiento de los nuevos talleres de música, cantos beduinos, poesía o hip hop al comienzo del invierno.
- 'Guerra con las palabras' -
"¡Queremos que esta generación aprenda la cultura de la vida! Protegerla de cualquier riesgo de reclutamiento por parte de esos terroristas", afirma por su parte Ellafi Jashnaui, un profesor de música de 70 años.
Hace más de un año, la mayor protesta social desde la revolución salió de Kasserine, tras la muerte de un joven en una manifestación por el empleo. Numerosos vecinos advirtieron de la falta de esperanzas de la juventud, un caldo de cultivo para la propaganda yihadista.
A falta de una mejora de la economía, "el oscurantismo sigue ganando terreno", avisa Adnen Helali. "Como prueba, el éxodo se acentúa estos últimos tiempos. Hay minas, hay miedo (...) y hay muerte".
En mayo de 2016, Maalia, de 32 años, estaba recolectando romero por la noche (una costumbre local) cuando estalló una mina colocada por los extremistas.
Al contrario que su prima y su amiga, que murieron en el acto, ella se despertó en el hospital, con los ojos vendados. Tras varias operaciones, los médicos solo consiguieron salvarle un ojo.
La joven, con el rostro medio tapado por unas enormes gafas negras, cuenta su historia en forma de canción en el teatro del Jbal. "La cultura es el arma principal en la guerra contra la perversidad", asegura a la AFP.
Con un nudo en la garganta por la emoción, precisa que "nunca dejará Sammama". "Fue aquí donde nací, y a pesar de todo lo que me ha pasado, ¡no tengo miedo! Voy a seguir haciendo la guerra con las palabras".