Como era viernes en el autobús abarrotado, había pasajeros que iban con jaulas de canarios, cajas de cartón con palomas o llevando aves de corral al bazar de animales que cada semana se arma junto a la mezquita Al Gazil. COL C-fotoAColCfoto230x310: false Los bagdadíes son muy aficionados a los animales domésticos, a los perros de caza, a las águilas o papagayos, que se venden en humildes mercadillos de la capital. Los caballos árabes tenían y tienen sus estatuas en plazas y parques. Antes de la invasión estadounidense, el autobús era un útil servicio de transporte público en esta población en la que se han hacinado millones de seres humanos. Hoy avanza despacio, abriéndose camino entre taxis, coches, camionetas cargadas de mercancías variopintas, carretones de tracción animal.
Su itinerario por la calle Saadun es muy corto y su principal parada es la de la plaza del Tahrir, con el gran mural arquitectónico de la época de gloria del Baas, con otro mercadillo miserable a su costado. Las violencias espantosas de Bagdad no ocultan las vidas paupérrimas extenuantes de sus habitantes.
Pocos días antes de la ocupación estadounidense del 2003, desde el autobús me sorprendió una ciudad de gran vitalidad en un ambiente de apariencia normal. No había ni patrullas de policía, y menos de soldados. Los pocos viajeros de aquel autobús, cuyo servicio sólo dejo de funcionar unos días antes del bombardeo sobre Bagdad, apenas hablaban. En los retazos de conversaciones que oí, ni una palabra sobre la guerra inminente que, sin embargo, esperaban.
Meses después, subí otra vez al autobús, ya bajo la autoridad de los ocupantes estadounidenses. Las calles se habían llenado de toda clase de vehículos a raíz del final de las sanciones internacionales y de la autorización de su libre importación, y los embotellamientos se agravaban con los controles de las patrullas estadounidenses. Las siluetas desvencijadas de los autobuses se difuminaban entre el tráfico caótico. Posteriormente, han dejado de funcionar en algunos periodos.
Antaño el trayecto se extendía entre los barrios populares más allá de Shorja, hasta la zona de modernos edificios de la plaza Fardus, con sus grandes hoteles, y con la estatua del rais Sadam Husein, la primera en ser derrocada tras la conquista norteamericana. Saadun era la calle más vibrante de Bagdad, orillada de tiendas, agencias de viaje, restaurantes y cines.
El núcleo de este popular centro comercial es la porticada calle Rashid. Entre los zocos de Shorja y Gazil hay varias iglesias de rito caldeo, copto, siriaco. En este perímetro lindante con el río Tigris, con las únicas edificaciones abasidas en pie, tiene Bagdad una callecita dedicada a Mutanabbi, uno de los grandes poetas árabes, en la que todos los viernes hay una feria de libros viejos.
Tanto los pasajeros del autobús como el masculino gentío que avanza a codazos por los zocos es miserable. La pauperización de Iraq es más desgarradora fuera de su capital. Patrullas del ejército acordonan zonas desahuciadas desbordantes de basuras. Y en la calle Mutanabbi no hubo ayer la esperada feria de libros debido a la amenaza de una explosión que obligó a los soldado a prohibir su acceso. La presencia de una patrulla estadounidense intimidó al vecindario.
El itinerario del autobús municipal de Bagdad es la historia de su decadencia y de su miseria.
Su itinerario por la calle Saadun es muy corto y su principal parada es la de la plaza del Tahrir, con el gran mural arquitectónico de la época de gloria del Baas, con otro mercadillo miserable a su costado. Las violencias espantosas de Bagdad no ocultan las vidas paupérrimas extenuantes de sus habitantes.
Pocos días antes de la ocupación estadounidense del 2003, desde el autobús me sorprendió una ciudad de gran vitalidad en un ambiente de apariencia normal. No había ni patrullas de policía, y menos de soldados. Los pocos viajeros de aquel autobús, cuyo servicio sólo dejo de funcionar unos días antes del bombardeo sobre Bagdad, apenas hablaban. En los retazos de conversaciones que oí, ni una palabra sobre la guerra inminente que, sin embargo, esperaban.
Meses después, subí otra vez al autobús, ya bajo la autoridad de los ocupantes estadounidenses. Las calles se habían llenado de toda clase de vehículos a raíz del final de las sanciones internacionales y de la autorización de su libre importación, y los embotellamientos se agravaban con los controles de las patrullas estadounidenses. Las siluetas desvencijadas de los autobuses se difuminaban entre el tráfico caótico. Posteriormente, han dejado de funcionar en algunos periodos.
Antaño el trayecto se extendía entre los barrios populares más allá de Shorja, hasta la zona de modernos edificios de la plaza Fardus, con sus grandes hoteles, y con la estatua del rais Sadam Husein, la primera en ser derrocada tras la conquista norteamericana. Saadun era la calle más vibrante de Bagdad, orillada de tiendas, agencias de viaje, restaurantes y cines.
El núcleo de este popular centro comercial es la porticada calle Rashid. Entre los zocos de Shorja y Gazil hay varias iglesias de rito caldeo, copto, siriaco. En este perímetro lindante con el río Tigris, con las únicas edificaciones abasidas en pie, tiene Bagdad una callecita dedicada a Mutanabbi, uno de los grandes poetas árabes, en la que todos los viernes hay una feria de libros viejos.
Tanto los pasajeros del autobús como el masculino gentío que avanza a codazos por los zocos es miserable. La pauperización de Iraq es más desgarradora fuera de su capital. Patrullas del ejército acordonan zonas desahuciadas desbordantes de basuras. Y en la calle Mutanabbi no hubo ayer la esperada feria de libros debido a la amenaza de una explosión que obligó a los soldado a prohibir su acceso. La presencia de una patrulla estadounidense intimidó al vecindario.
El itinerario del autobús municipal de Bagdad es la historia de su decadencia y de su miseria.