Cuando el ex guerrillero tomó el mando en 1979, la ex colonia portuguesa ya estaba despedazada por la guerra civil. Desde su independencia de Portugal cuatro años antes, los combates se encontraban en su punto más fuerte entre el gobierno de su partido de inspiración marxista, el MPLA, y los rebeldes de la Unita.
Angola recobró la paz desde 2002, pero su población sigue profundamente marcada por ese conflicto, principal escenario africano del enfrentamiento que opuso a las dos superpotencias de la guerra fría, Estados Unidos y la Unión soviética.
Tras el fin de los combates, el país, principal productor de petróleo de Africa subsahariana, con Nigeria, se benefició de un verdadero auge financiero que vio surgir rascacielos en Luanda pero dejo fuera del camino a la mayoría de su población, una de las más pobres del planeta.
Además, la caída de los precios del petróleo, que dura desde hace dos años, hundió al país en una grave crisis económica.
José Eduardo dos Santos condujo el país durante 37 años, en uno de los más largos reinos de la historia política africana.
"De alguna manera, encarna todavía ampliamente la imagen del padre de la nación, el que es visto, con razón o sin ella, como quien puso fin a la guerra", dice el especialista Soren Kirk Jensen, del centro de estudios Chatham House de Londres.
Pero desde hace unos años, la sociedad angoleña parece cada vez más dividida en torno al legado que Dos Santos dejará al país.
"La clase media educada es cada vez más crítica, lo considera un autócrata y le reprocha los fracasos económicos", añade Kirk Jensen. "Por el contrario, amplias capas de la población angoleña, especialmente en las zonas rurales, que sufrieron la guerra, siguen viéndolo de manera favorable", agregó.
"Dos Santos no sacó al país de la guerra, por el contrario es un belicista que arruinó al país y lo saqueó en beneficio de su familia", considera Marques, quien fue condenado en dos ocasiones por haber difamado al jefe de Estado.
"Ahora ha agotado todos los recursos que le hacían posible mantener un sistema de padrinazgos en el país" y "entonces se ha vuelto más vulnerable a la presión del partido", agrega.
"Luego de 37 años en el poder, tras años de prosperidad petrolera, Angola es unos rascacielos modernos que brillan y la miseria del pueblo, la corrupción, la represión y la ausencia de libertad de expresión", agrega el escritor y periodista.
"La única cosa positiva que puede llegar ahora, es que enfrente la justicia", dice Rafael Marques, quien no tiene muchas ilusiones al respecto. "Pero su salida no significa el fin del régimen...", puntualiza.
Su dominio sobre el país fue tal que muchos angoleses imaginan mal ahora al país liberado de la sombra tutelar de "Zedu".
Durante todos estos años, él encarnó todos los poderes. Jefe de partido, dirigió al gobierno, comandó el ejército y la policía, nombró a los jueces del país y a los presidentes de las principales empresas y controló la mayoría de los medios de comunicación.
"Ejerció una represión feroz durante años contra sus adversarios", dice Martin Plaut, del Instituto de estudios de la Commonwealth.
"De alguna forma dio estabilidad a la región y a su país", pero "con mano de hierro", concluyó.
Angola recobró la paz desde 2002, pero su población sigue profundamente marcada por ese conflicto, principal escenario africano del enfrentamiento que opuso a las dos superpotencias de la guerra fría, Estados Unidos y la Unión soviética.
Tras el fin de los combates, el país, principal productor de petróleo de Africa subsahariana, con Nigeria, se benefició de un verdadero auge financiero que vio surgir rascacielos en Luanda pero dejo fuera del camino a la mayoría de su población, una de las más pobres del planeta.
Además, la caída de los precios del petróleo, que dura desde hace dos años, hundió al país en una grave crisis económica.
José Eduardo dos Santos condujo el país durante 37 años, en uno de los más largos reinos de la historia política africana.
"De alguna manera, encarna todavía ampliamente la imagen del padre de la nación, el que es visto, con razón o sin ella, como quien puso fin a la guerra", dice el especialista Soren Kirk Jensen, del centro de estudios Chatham House de Londres.
Pero desde hace unos años, la sociedad angoleña parece cada vez más dividida en torno al legado que Dos Santos dejará al país.
"La clase media educada es cada vez más crítica, lo considera un autócrata y le reprocha los fracasos económicos", añade Kirk Jensen. "Por el contrario, amplias capas de la población angoleña, especialmente en las zonas rurales, que sufrieron la guerra, siguen viéndolo de manera favorable", agregó.
- "Arruinó al país" -
Escritor famoso y gran voz de la oposición, Rafael Marques tiene una idea distinta del líder angoleño, y desmiente categóricamente que la mayoría pobre del país le manifieste aun la más mínima admiración."Dos Santos no sacó al país de la guerra, por el contrario es un belicista que arruinó al país y lo saqueó en beneficio de su familia", considera Marques, quien fue condenado en dos ocasiones por haber difamado al jefe de Estado.
"Ahora ha agotado todos los recursos que le hacían posible mantener un sistema de padrinazgos en el país" y "entonces se ha vuelto más vulnerable a la presión del partido", agrega.
"Luego de 37 años en el poder, tras años de prosperidad petrolera, Angola es unos rascacielos modernos que brillan y la miseria del pueblo, la corrupción, la represión y la ausencia de libertad de expresión", agrega el escritor y periodista.
"La única cosa positiva que puede llegar ahora, es que enfrente la justicia", dice Rafael Marques, quien no tiene muchas ilusiones al respecto. "Pero su salida no significa el fin del régimen...", puntualiza.
Su dominio sobre el país fue tal que muchos angoleses imaginan mal ahora al país liberado de la sombra tutelar de "Zedu".
Durante todos estos años, él encarnó todos los poderes. Jefe de partido, dirigió al gobierno, comandó el ejército y la policía, nombró a los jueces del país y a los presidentes de las principales empresas y controló la mayoría de los medios de comunicación.
"Ejerció una represión feroz durante años contra sus adversarios", dice Martin Plaut, del Instituto de estudios de la Commonwealth.
"De alguna forma dio estabilidad a la región y a su país", pero "con mano de hierro", concluyó.