"Es una palabra clave para la paz, porque la unión hace la fuerza", dice sonriente Sandra Castro, rodeada de un enjambre de mujeres y niños, muchos víctimas del conflicto armado que desde comienzos de 1960 ha desplazado de sus hogares a más de siete millones de colombianos.
Haciendo malabares entre pinceles y botes de pintura morada, rosa, azul, blanca o negra, el grupo se activa sobre la fachada de la casa pastoral de Altos de la Florida, sector de humildes casitas que se apilan a lo largo de calles desgarradas por la lluvia y que se sumergen abruptamente en el corazón de Soacha.
La mayor parte de los habitantes del barrio, y 10% de los 530.000 residentes de este municipio al sur de la capital colombiana, son desplazados, según cifras oficiales de la estatal Unidad para las Víctimas.
"Yo fui una de las que propuso esta palabra Unión", explica orgullosa Castro, afectada por una guerra fratricida de más de medio siglo en la que se han enfrentado guerrillas de izquierda, paramilitares de extrema derecha y agentes estatales dejando unos 260.000 muertos y más de 60.000 desaparecidos.
"Teníamos una finca y ganado y pues la guerrilla se quedó con todo", cuenta Castro a la AFP, evocando con emoción, pero sin odio, su tierra natal de Puerto Guzmán, en Putumayo (suroeste), que tuvo que abandonar precipitadamente en 2003 con unos 15 familiares y cuando su primer bebé tenía apenas un año.
"La vida le cambia a uno mucho (...) a mí me dio duro", asegura. Con 34 años y madre de dos niños, aún teme regresar a "allá", a pesar del acuerdo de paz firmado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas), principal guerrilla del país y en proceso de abandonar sus armas bajo supervisión de la ONU.
No muy lejos, delante del mural que poco a poco va tomando forma, Jessica Hernández, de 27 años, se enorgullece también de haber contribuido a elegir la palabra "Unión". Para ella, se trata de "reconciliación, de apoyarnos entre nosotros".
Acompañada de Juliette, su juguetona hija de 7 años, ha pasado casi todo un fin de semana de fines de abril pintando con otros habitantes y estudiantes voluntarios de la privada Universidad Javeriana, guiados por el artista francés Seb Toussaint.
Desde hace cuatro años, este hombre de 28 años recorre barrios del mundo "para pintar palabras que la gente elige" para expresar lo que tienen que decir. En el marco de su proyecto "Share The Word" (Comparte la palabra), ha realizado 126 grafitis en África, Asia y América Latina, muchos de ellos en Bogotá.
Pero Altos de la Florida no fue elegido por azar, según explica Juanita del Portillo, psicóloga y coordinadora de los voluntarios, aquí hay "una gran diversidad de personas de distintas regiones y experiencias (...) marcadas alrededor del conflicto y de la violencia que ha vivido este país".
Por eso es un lugar que Jessica sueña en convertir en "un barrio ejemplar para todos", mientras que Sandra asegura: "Si no nos unimos, vamos a seguir en una guerra toda la vida".
Pocos hombres se animan a pintar. Juan Joras, de 89 años, observa, sentado en una silla y los niños le explican el grafiti. "Yo no sé ni leer, ni escribir y sé apenas contar", dice este anciano al que la guerra le arrebató un hermano, antes de calificar la pintura como una "maravilla". "La unión es importante", remata.
Haciendo malabares entre pinceles y botes de pintura morada, rosa, azul, blanca o negra, el grupo se activa sobre la fachada de la casa pastoral de Altos de la Florida, sector de humildes casitas que se apilan a lo largo de calles desgarradas por la lluvia y que se sumergen abruptamente en el corazón de Soacha.
La mayor parte de los habitantes del barrio, y 10% de los 530.000 residentes de este municipio al sur de la capital colombiana, son desplazados, según cifras oficiales de la estatal Unidad para las Víctimas.
"Yo fui una de las que propuso esta palabra Unión", explica orgullosa Castro, afectada por una guerra fratricida de más de medio siglo en la que se han enfrentado guerrillas de izquierda, paramilitares de extrema derecha y agentes estatales dejando unos 260.000 muertos y más de 60.000 desaparecidos.
- Perseguidos por la violencia -
"Teníamos una finca y ganado y pues la guerrilla se quedó con todo", cuenta Castro a la AFP, evocando con emoción, pero sin odio, su tierra natal de Puerto Guzmán, en Putumayo (suroeste), que tuvo que abandonar precipitadamente en 2003 con unos 15 familiares y cuando su primer bebé tenía apenas un año.
"La vida le cambia a uno mucho (...) a mí me dio duro", asegura. Con 34 años y madre de dos niños, aún teme regresar a "allá", a pesar del acuerdo de paz firmado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas), principal guerrilla del país y en proceso de abandonar sus armas bajo supervisión de la ONU.
No muy lejos, delante del mural que poco a poco va tomando forma, Jessica Hernández, de 27 años, se enorgullece también de haber contribuido a elegir la palabra "Unión". Para ella, se trata de "reconciliación, de apoyarnos entre nosotros".
Acompañada de Juliette, su juguetona hija de 7 años, ha pasado casi todo un fin de semana de fines de abril pintando con otros habitantes y estudiantes voluntarios de la privada Universidad Javeriana, guiados por el artista francés Seb Toussaint.
- Unión por la paz -
Desde hace cuatro años, este hombre de 28 años recorre barrios del mundo "para pintar palabras que la gente elige" para expresar lo que tienen que decir. En el marco de su proyecto "Share The Word" (Comparte la palabra), ha realizado 126 grafitis en África, Asia y América Latina, muchos de ellos en Bogotá.
Pero Altos de la Florida no fue elegido por azar, según explica Juanita del Portillo, psicóloga y coordinadora de los voluntarios, aquí hay "una gran diversidad de personas de distintas regiones y experiencias (...) marcadas alrededor del conflicto y de la violencia que ha vivido este país".
Por eso es un lugar que Jessica sueña en convertir en "un barrio ejemplar para todos", mientras que Sandra asegura: "Si no nos unimos, vamos a seguir en una guerra toda la vida".
Pocos hombres se animan a pintar. Juan Joras, de 89 años, observa, sentado en una silla y los niños le explican el grafiti. "Yo no sé ni leer, ni escribir y sé apenas contar", dice este anciano al que la guerra le arrebató un hermano, antes de calificar la pintura como una "maravilla". "La unión es importante", remata.