De una plantación de bambúes que bordea el río de la reserva de Nahampoana salen gritos estridentes. La pequeña cabeza de un hapalémur gris asoma entre los largos tallos, mientras que un poco más lejos otros tres animales brincan entre los árboles.
"Aquí, tenemos seis especies de lémures, cuatro diurnos y dos nocturnos", explica a la AFP Léonard Dauphin, el jefe del personal del santuario.
"Los lémures de los bambúes llegaron aquí naturalmente, porque en la reserva están tranquilos y protegidos. El número aumenta, ahora hay cuatro familias", comenta satisfecho el anciano, quien participó en la creación del parque en 1997.
La población del parque ha alcanzado las 150 cabezas. Los lémures de cola anillada, auténticos símbolos de esta isla del océano Índico, saltan en medio de las tortugas, cocodrilos y ranas que pueblan la reserva de 50 hectáreas.
"Antes era el paraíso. Llamaban a este lugar la 'montaña en las nubes' porque el bosque atrapaba las nubes. Ahora es un desierto. Los habitantes cortan árboles a diario", lamenta Gauthier, uno de los guías del parque, señalando con el dedo el pico Saint-Louis, el más alto de la región.
Desde hace casi 20 años, este antiguo jardín colonial francés sobrevive gracias a los fondos de Aziz Badouraly, jefe de una agencia de viajes de la ciudad vecina de Fort Dauphin.
"Cuando empezamos, el parque estaba al abandono, era desolador", recuerda.
Pero, con sólo 3.000 turistas al año, el número de visitantes es insuficiente para garantizar la financiación del parque.
Y las autoridades de Madagascar, donde nueve de cada diez habitantes viven bajo el umbral de la pobreza, carecen de medios para una política activa de protección del medio ambiente.
"Nos gustaría que el Estado nos ayudase más, o al menos que construyera una carretera correcta" entre la ciudad y la reserva, lamenta Aziz Badouraly.
Pero Julio Pierrot Razafindramaro, director de la región de Anosy, donde está el santuario, reconoce su impotencia: "Nos limitamos al seguimiento de los proyectos" de las oenegés o del sector privado, explica.
Según las oenegés de protección de la fauna silvestre, la supervivencia de decenas de especies de lémures, cuya población es inferior a 10.000 ejemplares, no está garantizada.
El 94% de las especies de lémures está amenazado de extinción, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
"Sólo los hay en un lugar del mundo, en Madagascar", destaca Jeff Flocken, del Fondo Mundial para el Bienestar de los Animales (IFAW). "Urge".
Los lémures figuran en el anexo I del Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que prohíbe estrictamente el comercio de animales o plantas en peligro.
La sensibilización de los habitantes de los alrededores de Nahampoana sobre la importancia de proteger a este primo lejano del mono comienza a dar resultado.
"Colaboramos con los lugareños", explica Léonard Dauphin. "Les vendemos, por ejemplo, lichis de la reserva a un precio tres veces inferior al del mercado. A cambio les pedimos que respeten a los animales. Es beneficioso para todos".
"Aquí, tenemos seis especies de lémures, cuatro diurnos y dos nocturnos", explica a la AFP Léonard Dauphin, el jefe del personal del santuario.
"Los lémures de los bambúes llegaron aquí naturalmente, porque en la reserva están tranquilos y protegidos. El número aumenta, ahora hay cuatro familias", comenta satisfecho el anciano, quien participó en la creación del parque en 1997.
La población del parque ha alcanzado las 150 cabezas. Los lémures de cola anillada, auténticos símbolos de esta isla del océano Índico, saltan en medio de las tortugas, cocodrilos y ranas que pueblan la reserva de 50 hectáreas.
"Antes era el paraíso. Llamaban a este lugar la 'montaña en las nubes' porque el bosque atrapaba las nubes. Ahora es un desierto. Los habitantes cortan árboles a diario", lamenta Gauthier, uno de los guías del parque, señalando con el dedo el pico Saint-Louis, el más alto de la región.
Desde hace casi 20 años, este antiguo jardín colonial francés sobrevive gracias a los fondos de Aziz Badouraly, jefe de una agencia de viajes de la ciudad vecina de Fort Dauphin.
"Cuando empezamos, el parque estaba al abandono, era desolador", recuerda.
Pero, con sólo 3.000 turistas al año, el número de visitantes es insuficiente para garantizar la financiación del parque.
Y las autoridades de Madagascar, donde nueve de cada diez habitantes viven bajo el umbral de la pobreza, carecen de medios para una política activa de protección del medio ambiente.
- Urgencia -
"Nos gustaría que el Estado nos ayudase más, o al menos que construyera una carretera correcta" entre la ciudad y la reserva, lamenta Aziz Badouraly.
Pero Julio Pierrot Razafindramaro, director de la región de Anosy, donde está el santuario, reconoce su impotencia: "Nos limitamos al seguimiento de los proyectos" de las oenegés o del sector privado, explica.
Según las oenegés de protección de la fauna silvestre, la supervivencia de decenas de especies de lémures, cuya población es inferior a 10.000 ejemplares, no está garantizada.
El 94% de las especies de lémures está amenazado de extinción, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
"Sólo los hay en un lugar del mundo, en Madagascar", destaca Jeff Flocken, del Fondo Mundial para el Bienestar de los Animales (IFAW). "Urge".
Los lémures figuran en el anexo I del Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), que prohíbe estrictamente el comercio de animales o plantas en peligro.
La sensibilización de los habitantes de los alrededores de Nahampoana sobre la importancia de proteger a este primo lejano del mono comienza a dar resultado.
"Colaboramos con los lugareños", explica Léonard Dauphin. "Les vendemos, por ejemplo, lichis de la reserva a un precio tres veces inferior al del mercado. A cambio les pedimos que respeten a los animales. Es beneficioso para todos".