Taghazout
Cerca de lugares turísticos y conocidos internacionalmente como Essaouira o Agadir, Taghazout aparece en la costa como un conjunto de construcciones algo anárquicas y sin gran uniformidad, donde se suceden además negocios como restaurantes, tiendas de comida y, sobre todo, de utensilios relacionados con el surf, como buena 'Meca' de los amantes de este deporte.
"Las condiciones aquí en diciembre son perfectas: las olas del invierno y con sol. De repente, los surfistas están llegando desde todos los lugares, principalmente de Europa", explica Mohammed, que trabaja en la reparación de tablas de surf.
Con 24 grados centígrados de temperatura ambiental y 19 grados en el agua, Taghazout reúne unas condiciones casi ideales para un surfista y además cuenta en las cercanías con un aeropuerto internacional donde aterrizan los aviones de compañías de bajo coste.
La familia Cecille, originaria de La Rochelle, en la costa atlántica francesa, viajó desde su país a Agadir, pero no con el objetivo de quedarse en esa ciudad, sino con la intención de acercarse a Taghazout.
Tom, un treintañero procedente de Alemania, también ha viajado a Marruecos para practicar surf, pero su tabla ha sido dañada durante el viaje. Es un habitual de las playas californianas y dice que en Marruecos encuentra "olas más pequeñas, pero un clima mejor que en San Diego en estos momentos".
Junto a él, Phil, un neozelandés que vive en Londres, y Antton, finlandés, también han sido conquistados por los atractivos del lugar: "En Europa hay oscuridad y frío en estos momentos", explica Phil.
La alternativa a Marruecos, dicen, sería ir a las islas Canarias (España), vecinas del sur del país norteafricano, pero allí los precios son más elevados.
La frecuentación en Taghazout depende de las condiciones del mar y en la arena, las tablas de surf comparten espacio con las barcas de los pescadores del lugar. Hay espacio también para cursos para no expertos.
A partir de abril, "ya no hay mucha gente", explica Xavier Frédéric, un francés que tiene desde 2005 una pizzería en el pueblo.
Los peligros, como para tantos lugares costeros, es la masificación y que la llegada del turismo de masas termine con el encanto del lugar, subraya Mehdi, que apunta que hay proyectos para "la construcción de hoteles de lujo y de un campo de golf".
El gobierno asegura que se trata de un proyecto de "turismo sostenible", teniendo en cuenta que está en "un pueblo de surfistas", pero muchos temen que Taghazout pierda su alma.
"Al principio sólo llegaban aquí unos cuantos hippies", explica Marco, un francés con 'look' de viejo marinero, que vive allí desde hace 25 años. "Ahora esto puede convertirse en un gran negocio, en una Costa Azul", estima, en referencia a las glamourosas playas mediterráneas del sur de Francia.
"Las condiciones aquí en diciembre son perfectas: las olas del invierno y con sol. De repente, los surfistas están llegando desde todos los lugares, principalmente de Europa", explica Mohammed, que trabaja en la reparación de tablas de surf.
Con 24 grados centígrados de temperatura ambiental y 19 grados en el agua, Taghazout reúne unas condiciones casi ideales para un surfista y además cuenta en las cercanías con un aeropuerto internacional donde aterrizan los aviones de compañías de bajo coste.
La familia Cecille, originaria de La Rochelle, en la costa atlántica francesa, viajó desde su país a Agadir, pero no con el objetivo de quedarse en esa ciudad, sino con la intención de acercarse a Taghazout.
Tom, un treintañero procedente de Alemania, también ha viajado a Marruecos para practicar surf, pero su tabla ha sido dañada durante el viaje. Es un habitual de las playas californianas y dice que en Marruecos encuentra "olas más pequeñas, pero un clima mejor que en San Diego en estos momentos".
Junto a él, Phil, un neozelandés que vive en Londres, y Antton, finlandés, también han sido conquistados por los atractivos del lugar: "En Europa hay oscuridad y frío en estos momentos", explica Phil.
La alternativa a Marruecos, dicen, sería ir a las islas Canarias (España), vecinas del sur del país norteafricano, pero allí los precios son más elevados.
La frecuentación en Taghazout depende de las condiciones del mar y en la arena, las tablas de surf comparten espacio con las barcas de los pescadores del lugar. Hay espacio también para cursos para no expertos.
A partir de abril, "ya no hay mucha gente", explica Xavier Frédéric, un francés que tiene desde 2005 una pizzería en el pueblo.
Los peligros, como para tantos lugares costeros, es la masificación y que la llegada del turismo de masas termine con el encanto del lugar, subraya Mehdi, que apunta que hay proyectos para "la construcción de hoteles de lujo y de un campo de golf".
El gobierno asegura que se trata de un proyecto de "turismo sostenible", teniendo en cuenta que está en "un pueblo de surfistas", pero muchos temen que Taghazout pierda su alma.
"Al principio sólo llegaban aquí unos cuantos hippies", explica Marco, un francés con 'look' de viejo marinero, que vive allí desde hace 25 años. "Ahora esto puede convertirse en un gran negocio, en una Costa Azul", estima, en referencia a las glamourosas playas mediterráneas del sur de Francia.