En la pequeña explanada de la mezquita, ahora embarcadero del pueblo rodeado por los aluviones, el general Shawkat Iqbal, impecable en su uniforme de campaña de color ocre cubierto de condecoraciones, toma el megáfono.
Detrás de él, la llanura fértil de Jamshoro, un distrito de la extremidad sur de Pakistán, está cubierta hasta el horizonte por un océano de olas de color beige.
"Hemos traído barcos para ponerles al abrigo. ¿Quieren venir con nosotros?", pregunta el comandante de las fuerzas militares de la zona.
"¡No!", responde a coro el grupo de gente que hace cola delante del general y de las raciones de comida descargadas por sus tropas.
Tres semanas atrás, a 10 km de allí, el Indo, inflado por las lluvias torrenciales del monzón, salió brutalmente de su cauce. Impensable hasta entonces: empujar sus aguas tibias hasta Bilawalpur, rodeada ahora por un torrente de cinco metros de profundidad.
Si hubieran subido uno o dos metros más, el pueblo estaría borrado del mapa, como miles más, modestas medinas de tierra seca y piedras.
Las autoridades mandaron soldados, policías, notables y jefes de clanes para incitar a la población a huir.
"Una parte -1.000 de 2.500- se marcharon, pero la mayoría se quedó. No quisieron atender a razones", cuenta Sayed Atahula Shah, un responsable de distrito.
Sin embargo, no parecen muy sobrados de fuerzas los 150 hombres que se han acercado a mendigar para sobrevivir. Delgados, enfundados en sus largas camisas sucias, rendidos, martirizados por un sol de plomo, por 45 grados de calor húmedo y por el ayuno del ramadán que sólo romperán con lo mínimo a la caída de la noche.
Pero por nada en el mundo se subirían a las piraguas fletadas por el Ejército. Para estos campesinos pobres de la llanura del Sind, la perspectiva del exilio sigue siendo espantosa.
¿Acabar en un campo de refugiados cercano sin garantías de regreso? "En los campos no hay comida ni ayuda. Las autoridades no respetan para nada la dignidad humana", responde Mohammed Juman, de 41 años.
¿Engrosar el raudal de refugiados que han ido a parar un poco más al sur, a Karachi, un monstruo urbano de 17 millones de habitantes ensangrentado por la criminalidad? "Las ciudades son sucias, la vida allí es demasiado cara. No se puede vivir decentemente", recalca Haji Gulam.
El Ejército no les obligará a marcharse. Las aguas empezaron a bajar ligeramente el martes alrededor del pueblo. Salvo imprevisto, el pueblo está salvado.
Pero eso no quiere decir que los habitantes de Bilawalpur estén a salvo ellos también.
Las aguas han arrastrado todo el algodón que se disponían a cosechar, los abonos. El agua tardará por lo menos un mes en retirarse completamente, y entonces será quizás demasiado tarde para plantar el trigo invernal.
Esta perspectiva, ilustración de la grave crisis humanitaria que le espera a Pakistán después de las inundaciones, inquieta incluso al Ejército, que no podrá mantener sus operaciones de ayuda alimentaria eternamente.
Desde las primeras lluvias torrenciales hace un mes en el norte, un 20% del territorio se encuentra bajo las aguas, más de 17 millones de paquistaníes están afectados, ocho millones necesitan ayuda humanitaria urgente. Y más de cinco millones necesitan abrigo, según la ONU.
En el barco que le conduce de la isla-pueblo, hasta el portavoz militar en la región, coronel Asad Ahmad Jalali, de ordinario optimista, no se hace ilusiones en cuanto al futuro de los campesinos de Bilawalpur: "Es posible que pasen mucha hambre en los próximos meses".
Detrás de él, la llanura fértil de Jamshoro, un distrito de la extremidad sur de Pakistán, está cubierta hasta el horizonte por un océano de olas de color beige.
"Hemos traído barcos para ponerles al abrigo. ¿Quieren venir con nosotros?", pregunta el comandante de las fuerzas militares de la zona.
"¡No!", responde a coro el grupo de gente que hace cola delante del general y de las raciones de comida descargadas por sus tropas.
Tres semanas atrás, a 10 km de allí, el Indo, inflado por las lluvias torrenciales del monzón, salió brutalmente de su cauce. Impensable hasta entonces: empujar sus aguas tibias hasta Bilawalpur, rodeada ahora por un torrente de cinco metros de profundidad.
Si hubieran subido uno o dos metros más, el pueblo estaría borrado del mapa, como miles más, modestas medinas de tierra seca y piedras.
Las autoridades mandaron soldados, policías, notables y jefes de clanes para incitar a la población a huir.
"Una parte -1.000 de 2.500- se marcharon, pero la mayoría se quedó. No quisieron atender a razones", cuenta Sayed Atahula Shah, un responsable de distrito.
Sin embargo, no parecen muy sobrados de fuerzas los 150 hombres que se han acercado a mendigar para sobrevivir. Delgados, enfundados en sus largas camisas sucias, rendidos, martirizados por un sol de plomo, por 45 grados de calor húmedo y por el ayuno del ramadán que sólo romperán con lo mínimo a la caída de la noche.
Pero por nada en el mundo se subirían a las piraguas fletadas por el Ejército. Para estos campesinos pobres de la llanura del Sind, la perspectiva del exilio sigue siendo espantosa.
¿Acabar en un campo de refugiados cercano sin garantías de regreso? "En los campos no hay comida ni ayuda. Las autoridades no respetan para nada la dignidad humana", responde Mohammed Juman, de 41 años.
¿Engrosar el raudal de refugiados que han ido a parar un poco más al sur, a Karachi, un monstruo urbano de 17 millones de habitantes ensangrentado por la criminalidad? "Las ciudades son sucias, la vida allí es demasiado cara. No se puede vivir decentemente", recalca Haji Gulam.
El Ejército no les obligará a marcharse. Las aguas empezaron a bajar ligeramente el martes alrededor del pueblo. Salvo imprevisto, el pueblo está salvado.
Pero eso no quiere decir que los habitantes de Bilawalpur estén a salvo ellos también.
Las aguas han arrastrado todo el algodón que se disponían a cosechar, los abonos. El agua tardará por lo menos un mes en retirarse completamente, y entonces será quizás demasiado tarde para plantar el trigo invernal.
Esta perspectiva, ilustración de la grave crisis humanitaria que le espera a Pakistán después de las inundaciones, inquieta incluso al Ejército, que no podrá mantener sus operaciones de ayuda alimentaria eternamente.
Desde las primeras lluvias torrenciales hace un mes en el norte, un 20% del territorio se encuentra bajo las aguas, más de 17 millones de paquistaníes están afectados, ocho millones necesitan ayuda humanitaria urgente. Y más de cinco millones necesitan abrigo, según la ONU.
En el barco que le conduce de la isla-pueblo, hasta el portavoz militar en la región, coronel Asad Ahmad Jalali, de ordinario optimista, no se hace ilusiones en cuanto al futuro de los campesinos de Bilawalpur: "Es posible que pasen mucha hambre en los próximos meses".