En el Salón Slow Food de Turín, los alimentos son el antídoto contra la guerra


TURïN, Italia. - En un mundo azotado por las guerras, una de las claves para la paz y la reconciliación podría estar en la comida, aseguran chefs y pequeños productores reunidos en el salón del gusto de Turín (norte) por la asociación ecogastronómica Slow Food.



El Slow food de Turín.
El Slow food de Turín.
Entre los miles de pabellones llenos a rebosar de especias, frutas, vinos y confiterías instalados hasta el lunes en las avenidas del salón, un enorme jardín africano propone a los visitantes cítricos, bayas, bananos y árboles.
Este pedazo de paraíso representa a 25 países que participan en el proyecto "Un millar de jardines en Africa", que pretende preservar los alimentos tradicionales y acercar a las comunidades en un continente donde las guerras y los conflictos agravan a menudo las crisis alimentarias.
"El proyecto pretende contribuir a la resolución de conflictos", explica Noel Nanyunja, una joven coordinadora regional del proyecto procedente de Uganda.
"Esto acerca a las comunidades y cambia las actitudes, particularmente entre los jóvenes. Tenemos muchas iniciativas para hacer que la gente sea autosuficiente y ayudarles a combatir el hambre, a menudo una de las causas de los baños de sangre", agrega.
Para Rogers Sserunjogi, que hace de guía en este jardín, vestido con un traje tradicional ugandés, "la implicación del Slow Food es un factor de unidad: la gente olvida la política, la religión y las discriminaciones".
El proyecto fue lanzado hace dos años por el Slow Food, un movimiento fundado en el noroeste de Italia en 1986 en reacción al fast food, la comida rápida.
"No puede haber paz en el mundo sin un buen modelo agrícola", afirma el fundador de Slow Food, Carlo Petrini, antes de agregar que el salón permite reunir pequeños productores procedentes de culturas diferentes o en conflicto.
"Este es un encuentro pacífico: ver a agricultores palestinos al lado de colegas israelíes, de sirios al lado de turcos, tiene un significado que va más allá de las tensiones, de las guerras y de los conflictos entre gobiernos", se jacta.
Frente al jardín, el jefe sri-lankés Duminda Abeysiriwardena prepara un pollo con chutney acompañado con verduras para los visitantes. Tras tres décadas de guerra, su país ha empezado a modernizarse pero esto ha venido acompañado de alimentos baratos y de ínfima calidad, asegura.
"Cuando un país se desarrolla rápidamente, la gente se olvida de la calidad y de los valores tradicionales y piensan esencialmente en los aspectos materiales", confía ante sus fogones, donde trabaja junto a colegas de Túnez y Argelia.
Slow Food permite también a pequeños productores de países autoritarios contar con una vitrina internacional.
Jamilya Ekeyewna, una turcomana de 39 años, les da a los visitantes para que prueben melón seco que produce una empresa familiar. "Somos un país pobre, pero nuestra comida es simple y buena. Aquí podemos mostrar lo que tenemos".
Esta edición de Slow Food está construida en torno a alimentos que cambian el mundo, dice Carlo Petrini. "Si todos los países tuvieran la fuerza de actuar", entonces los alimentos serían la llave para mejorar las relaciones entre los individuos y los países.
Como dice Rogers Sserunjogi, "la gente adora pensar en la comida, esto les acerca. Están orgullosos de sus alimentos locales y regionales y quieren protegerlos. Es por ello que empiezan a colaborar por la paz", asegura.
Sábado, 27 de Octubre 2012
AFP (Agencia France-Presse)
           


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