Las aguas del estanque, que está situado en las faldas del volcán Iztaccíhuatl, unos 90 kilómetros al sureste de Ciudad de México, reflejan el cielo y el paisaje circundante.
El adoratorio mide 11,5 por 9,8 metros y forma parte del sitio Nahualac de la cultura tolteca, que data de los siglos IX a XIII y ha sido explorado desde hace dos siglos.
Para la arqueóloga Iris Hernández, especialista del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el agua y el adoratorio eran parte de un todo, informó el organismo en un comunicado.
"Esos efectos visuales, además de las características de los elementos que conforman el sitio y la relación que guardan entre ellos, hacen suponer que Nahualac pudo representar un microcosmos que evoca a las aguas primigenias y el inicio del tiempo-espacio mítico", dijo la especialista en arqueología subacuática.
La zona fue explorada en el siglo XIX por el francés Desiré Charnay, mientras que en 1957 se hizo un croquis de la estructura del adoratorio, conocida como tetzacualco.
En 2016, después de una denuncia de destrucción del sitio, un equipo multidisciplinario hizo excavaciones que permitieron recuperar fragmentos cerámicos y otros materiales para su estudio.
A la luz de esas investigaciones, Hernández afirma que pudo haber existido un control ritual del agua de manantiales cercanos para irrigar el estanque y crear un efecto visual en el que el adoratorio y montículos de piedra parecen flotar sobre el estanque.
La arqueóloga, que está a cargo de las investigaciones de alta montaña en Nahualac, señaló que "la intención de que el agua rodeara elementos arquitectónicos rituales específicos parece haber sido una parte importante dentro del pensamiento mesoamericano", como se observa también en otros sitios arqueológicos.
Además del adoratorio rectangular, formado con piedras apiladas sin cimentación, hay algunos montículos de piedras. Unos 150 metros al sureste existe un valle con manantiales, en el que se encontraron piezas cerámicas asociadas con Tláloc, el dios de la lluvia.
Los arqueólogos están estudiando esos materiales, así como restos orgánicos, cuyo estudio "podrá dar pistas sobre cuál era el contenido de los recipientes al momento de ser enterrados en la zona de ofrendas", señaló el INAH.
El adoratorio mide 11,5 por 9,8 metros y forma parte del sitio Nahualac de la cultura tolteca, que data de los siglos IX a XIII y ha sido explorado desde hace dos siglos.
Para la arqueóloga Iris Hernández, especialista del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), el agua y el adoratorio eran parte de un todo, informó el organismo en un comunicado.
"Esos efectos visuales, además de las características de los elementos que conforman el sitio y la relación que guardan entre ellos, hacen suponer que Nahualac pudo representar un microcosmos que evoca a las aguas primigenias y el inicio del tiempo-espacio mítico", dijo la especialista en arqueología subacuática.
La zona fue explorada en el siglo XIX por el francés Desiré Charnay, mientras que en 1957 se hizo un croquis de la estructura del adoratorio, conocida como tetzacualco.
En 2016, después de una denuncia de destrucción del sitio, un equipo multidisciplinario hizo excavaciones que permitieron recuperar fragmentos cerámicos y otros materiales para su estudio.
A la luz de esas investigaciones, Hernández afirma que pudo haber existido un control ritual del agua de manantiales cercanos para irrigar el estanque y crear un efecto visual en el que el adoratorio y montículos de piedra parecen flotar sobre el estanque.
La arqueóloga, que está a cargo de las investigaciones de alta montaña en Nahualac, señaló que "la intención de que el agua rodeara elementos arquitectónicos rituales específicos parece haber sido una parte importante dentro del pensamiento mesoamericano", como se observa también en otros sitios arqueológicos.
Además del adoratorio rectangular, formado con piedras apiladas sin cimentación, hay algunos montículos de piedras. Unos 150 metros al sureste existe un valle con manantiales, en el que se encontraron piezas cerámicas asociadas con Tláloc, el dios de la lluvia.
Los arqueólogos están estudiando esos materiales, así como restos orgánicos, cuyo estudio "podrá dar pistas sobre cuál era el contenido de los recipientes al momento de ser enterrados en la zona de ofrendas", señaló el INAH.