Un tigre
La Convención sobre el Comercio Internacional de las Especies Amenazadas (CITES) debate desde hace una semana en Bangkok sobre la suerte de animales y plantas que pueden desaparecer como consecuencia del comercio a nivel planetario.
Pero prohibirlo implica luchar contra tráficos ilegales. Y no se trata de contrabando a pequeña escala, sino de crimen organizado, muy peligroso.
"El comercio ilegal de vida silvestre alcanzó un nivel que plantea un peligro inmediato para los animales y los seres humanos, incluyendo a los que están en primera línea para proteger" a las especies, declaró John Scanlon, secretario general de la CITES.
La caza ilegal de elefantes y de rinocerontes alcanzó niveles récords en los últimos años. Las imágenes de esqueletos sin cuernos movieron conciencias en la opinión pública internacional, pero los animales no son las únicas víctimas.
"Hemos registrado más de 1.000 guardias forestales muertos en los últimos diez años" en 35 países, afirmó a la AFP Sean Willmore, presidente de la Federación Internacional de Guardabosques.
Algunos sufrieron accidentes o ataques de leones o de elefantes, lo que ya complica bastante su trabajo. Pero el 75% murió a manos de traficantes, aseguró, y denunció la falta de equipos y de formación, sus salarios bajos y la escasez de personal.
En la República Democrática del Congo, "50 guardabosques tienen enfrente a 5.000 cazadores furtivos en un parque nacional, a hombres armados con AK-47 (...). Hay una guerra no declarada, en la primera línea de la conservación".
Una guerra contra la que se lucha con medios inapropiados. Los criminales se aprovechan de un sector "históricamente considerado de bajo riesgo y gran provecho", recalcó Ben Janse Van Rensburg, responsable del servicio de aplicación de las normativas en la CITES.
Una paradoja, si se tiene en consideración que "muy a menudo, estas redes no están sólo involucradas en los crímenes contra la vida silvestre, sino (...) en el tráfico de droga y de seres humanos", destacó, añadiendo que incluso hay casos de vínculo con conflictos armados.
Frente a esta situación, la voluntad de intensificar la lucha es real, pero los medios financieros y legales escasean.
Para empezar, muchos países no adoptaron una legislación represiva, lo que dificulta dictar condenas.
Y la cooperación internacional deja que desear frente a las redes transfronterizas.
"No podemos sólo concentrarnos en los cazadores furtivos", avisó Dan Ashe, jefe de la delegación estadounidense de la CITES. "También tenemos que ocuparnos de los intermediarios en los países de tránsito, de los distribuidores, de los vendedores" en los países de destino, y de los "que financian estas operaciones".
Eso sin olvidarse de castigar a los posibles responsables corrompidos por criminales que disponen de recursos financieros descomunales.
"Pagan para tener el derecho de hacer todo lo que quieran", estimó Steve Galster, director de Freeland.
La ONG acaba de hacer pública una investigación de varios años sobre una red dirigida, según ella, por Vixay Keosavang, un influyente laosiano. Tigres, tortugas, pangolines, serpientes o monos procedentes de África acaban a orillas del río Mekong en supuestos criaderos "utilizados como blanqueo".
Pero prohibirlo implica luchar contra tráficos ilegales. Y no se trata de contrabando a pequeña escala, sino de crimen organizado, muy peligroso.
"El comercio ilegal de vida silvestre alcanzó un nivel que plantea un peligro inmediato para los animales y los seres humanos, incluyendo a los que están en primera línea para proteger" a las especies, declaró John Scanlon, secretario general de la CITES.
La caza ilegal de elefantes y de rinocerontes alcanzó niveles récords en los últimos años. Las imágenes de esqueletos sin cuernos movieron conciencias en la opinión pública internacional, pero los animales no son las únicas víctimas.
"Hemos registrado más de 1.000 guardias forestales muertos en los últimos diez años" en 35 países, afirmó a la AFP Sean Willmore, presidente de la Federación Internacional de Guardabosques.
Algunos sufrieron accidentes o ataques de leones o de elefantes, lo que ya complica bastante su trabajo. Pero el 75% murió a manos de traficantes, aseguró, y denunció la falta de equipos y de formación, sus salarios bajos y la escasez de personal.
En la República Democrática del Congo, "50 guardabosques tienen enfrente a 5.000 cazadores furtivos en un parque nacional, a hombres armados con AK-47 (...). Hay una guerra no declarada, en la primera línea de la conservación".
Una guerra contra la que se lucha con medios inapropiados. Los criminales se aprovechan de un sector "históricamente considerado de bajo riesgo y gran provecho", recalcó Ben Janse Van Rensburg, responsable del servicio de aplicación de las normativas en la CITES.
Una paradoja, si se tiene en consideración que "muy a menudo, estas redes no están sólo involucradas en los crímenes contra la vida silvestre, sino (...) en el tráfico de droga y de seres humanos", destacó, añadiendo que incluso hay casos de vínculo con conflictos armados.
Frente a esta situación, la voluntad de intensificar la lucha es real, pero los medios financieros y legales escasean.
Para empezar, muchos países no adoptaron una legislación represiva, lo que dificulta dictar condenas.
Y la cooperación internacional deja que desear frente a las redes transfronterizas.
"No podemos sólo concentrarnos en los cazadores furtivos", avisó Dan Ashe, jefe de la delegación estadounidense de la CITES. "También tenemos que ocuparnos de los intermediarios en los países de tránsito, de los distribuidores, de los vendedores" en los países de destino, y de los "que financian estas operaciones".
Eso sin olvidarse de castigar a los posibles responsables corrompidos por criminales que disponen de recursos financieros descomunales.
"Pagan para tener el derecho de hacer todo lo que quieran", estimó Steve Galster, director de Freeland.
La ONG acaba de hacer pública una investigación de varios años sobre una red dirigida, según ella, por Vixay Keosavang, un influyente laosiano. Tigres, tortugas, pangolines, serpientes o monos procedentes de África acaban a orillas del río Mekong en supuestos criaderos "utilizados como blanqueo".