REYKJAVIK,Sebastian Smith, (AFP) - La "niebla de Laki" mató a unos 10.000 islandeses antes de afectar Noruega, Alemania, Francia y Gran Bretaña, países donde los investigadores darán cuenta de 20.000 muertos. Ese "verano de arena" causó además graves repercusiones climáticas durante varios años: inviernos rigurosos, veranos caniculares, tormentas devastadoras para las cosechas.
En esta ocasión, el Eyjafjöll es más bien clemente y los 317.000 habitantes de la isla prefieren divertirse con el caos que generó su volcán en Europa.
Los islandeses se divierten erigiendo al Eyjafjöll como una especie de justiciero nacional que los vengaría de las humillaciones a los que los somete Europa desde la crisis financiera de 2008.
Con la bancarrota del sistema bancario islandés, las inversiones de unos 340.000 británicos y holandeses se volatilizaron. Londres y La Haya reclaman desde entonces el reembolso de unos 3.900 millones de euros (unos 5.240 millones de dólares) a un país, otrora muy rico pero que hoy está obligado a pedir ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI).
Inmersos en las negociaciones y negándose a ceder, los islandeses repiten hoy que "al morir, la economía islandesa emitió como última voluntad que sus cenizas sean esparcidas por Europa". O también el más agresivo "¿Te metes con Islandia? ¡Cerramos tus aeropuertos!", que, viniendo de un pequeño país que no inspira miedo a nadie desde la época de los vikingos, tiene un aire más bien irónico.
Detrás de estas bromas se esconde sin embargo la voluntad de encontrar a los verdaderos responsables que condujeron a Islandia a la bancarrota y de determinar las responsabilidades.
"Pensábamos dar una imagen fresca, clara y limpia. Y de repente tenemos toda esa gente en aviones privados, que se suben a los helicópteros para ir a comprarse una hamburguesa... Todo eso no es islandés", se lamenta Erna Kaaber, propietaria de un local en Reykjavic.
Para ella Islandia perdió su alma durante esos años de éxito económico, "de locura" que, al final de cuentas, condujo al país a la ruina, favorecido según un reciente informe parlamentario por la incompetencia del gobierno.
Molestos por esta 'debacle' financiera, los islandeses ven en la erupción del Eyjafjöll una forma de regreso hacia sus verdaderos valores nacionales.
"Esta catástrofe natural nos unió. Luego de la catástrofe de origen humana, la gente se enojó mucho y quería que las cabezas rodaran. Pero ahora, cada uno quiere ayudar y estamos orgullosos de ello", explicó un fotógrafo y cineasta de 28 años, Svavar Jonatansson.
Profesor de política en la universidad de Akureyri, Thoroddur Bjarnason abunda en el mismo sentido: "sabemos que (esta vez) no es por nuestra culpa. Incluso los granjeros cuyo trabajo de toda una vida se vio afectado permanecen tranquilos y humildes. Nadie puede hacer nada".
En esta ocasión, el Eyjafjöll es más bien clemente y los 317.000 habitantes de la isla prefieren divertirse con el caos que generó su volcán en Europa.
Los islandeses se divierten erigiendo al Eyjafjöll como una especie de justiciero nacional que los vengaría de las humillaciones a los que los somete Europa desde la crisis financiera de 2008.
Con la bancarrota del sistema bancario islandés, las inversiones de unos 340.000 británicos y holandeses se volatilizaron. Londres y La Haya reclaman desde entonces el reembolso de unos 3.900 millones de euros (unos 5.240 millones de dólares) a un país, otrora muy rico pero que hoy está obligado a pedir ayuda al Fondo Monetario Internacional (FMI).
Inmersos en las negociaciones y negándose a ceder, los islandeses repiten hoy que "al morir, la economía islandesa emitió como última voluntad que sus cenizas sean esparcidas por Europa". O también el más agresivo "¿Te metes con Islandia? ¡Cerramos tus aeropuertos!", que, viniendo de un pequeño país que no inspira miedo a nadie desde la época de los vikingos, tiene un aire más bien irónico.
Detrás de estas bromas se esconde sin embargo la voluntad de encontrar a los verdaderos responsables que condujeron a Islandia a la bancarrota y de determinar las responsabilidades.
"Pensábamos dar una imagen fresca, clara y limpia. Y de repente tenemos toda esa gente en aviones privados, que se suben a los helicópteros para ir a comprarse una hamburguesa... Todo eso no es islandés", se lamenta Erna Kaaber, propietaria de un local en Reykjavic.
Para ella Islandia perdió su alma durante esos años de éxito económico, "de locura" que, al final de cuentas, condujo al país a la ruina, favorecido según un reciente informe parlamentario por la incompetencia del gobierno.
Molestos por esta 'debacle' financiera, los islandeses ven en la erupción del Eyjafjöll una forma de regreso hacia sus verdaderos valores nacionales.
"Esta catástrofe natural nos unió. Luego de la catástrofe de origen humana, la gente se enojó mucho y quería que las cabezas rodaran. Pero ahora, cada uno quiere ayudar y estamos orgullosos de ello", explicó un fotógrafo y cineasta de 28 años, Svavar Jonatansson.
Profesor de política en la universidad de Akureyri, Thoroddur Bjarnason abunda en el mismo sentido: "sabemos que (esta vez) no es por nuestra culpa. Incluso los granjeros cuyo trabajo de toda una vida se vio afectado permanecen tranquilos y humildes. Nadie puede hacer nada".