Una mezquita antigua en Kashar.
Mientras resuenan los llamados a la oración al terminar uno de los primeros días del Ramadán, el mes de ayuno musulmán, los habitantes de Kashgar acuden a las mezquitas en un paisaje erizado de grúas, que ilustran las transformaciones que está sufriendo la ciudad.
"Este Kashgar es un nuevo Kashgar, no tiene nada que ver con nuestra ciudad centenaria. Nuestra cultura ha sido borrada", se lamenta un comerciante uigur de 24 años, que prefiere mantener el anonimato, ante lo delicado del asunto.
Según el gobierno de la región autónoma de Xinjiang (noroeste de China), las demoliciones en curso conciernen los edificios peligrosos, en el marco de un programa de realojamiento de cerca de 50.000 familias, de un monto de 7.000 millones de yuanes (unos 1.080 millones de dólares).
"Kashgar se sitúa en una zona de actividad sísmica, por lo que es importante que las casas puedan resistir a un temblor de tierra", explica Aysajan Ahat, un responsable del programa. Pero los habitantes responden señalando los edificios que resisten de pie desde hace siglos.
A medida que avanzan las aplanadoras, las casas tradicionales, de ladrillo y adobe, son reemplazadas por edificios de cemento y ladrillo, todos muy parecidos.
Muchos de los habitantes son realojados temporalmente en los nuevos barrios de la periferia, donde se están construyendo torres muy altas, al igual que en la mayoría de las grandes ciudades chinas.
Situado cerca de Asia central, Kashgar era un punto de paso muy frecuentado por los comerciantes que desde el siglo II tomaban la Ruta de la Seda, entre China y Oriente Medio. Además de la comunidad uigur, también viven en ella kazajos y tayikos, y cada vez más Han, la etnia mayoritaria en China.
Ante la transformación emprendida por el gobierno de Pekín, que quiere hacer de Kashgar una zona especial de desarrollo económico, algunos han alzado la voz.
La disidente uigur en el exilio Rebiya Kadeer ha calificado la demolición de los viejos edificios de Kashgar "una afrenta a la identidad uigur", que constituye una "tentativa de asimilar" a esta comunidad de mayoría musulmana y habla turca. "Esta demolición priva al mundo de un lugar irremplazable", añadió.
Los diputados europeos instaron en marzo a China a detener "inmediatamente" la demolición del centro histórico de Kashgar.
Los habitantes obligados a mudarse aseguran que tienen muy poco margen sobre la elección y la concepción de su nueva vivienda. Las autoridades lo niegan firmemente y aseguran que consultan a las familias en cada etapa del proceso.
Según algunos conocedores del mundo uigur, la operación es poco transparente.
"El programa de demolición y de reconstrucción es tan confuso que es imposible decir si todas las casas destruidas son remplazadas", explica Michael Dillon, autor del libro "Xinjiang, China's Muslim Far Northwest".
Algunos uigures acusan a Pekín de no respetar su modo de vida y su cultura, en un clima de tensión persistente.
Prueba de esa tensión, el último fin de semana de julio 21 personas murieron en Kashgar a causa de ataques con arma blanca y la posterior intervención de las fuerzas del orden.
"Este Kashgar es un nuevo Kashgar, no tiene nada que ver con nuestra ciudad centenaria. Nuestra cultura ha sido borrada", se lamenta un comerciante uigur de 24 años, que prefiere mantener el anonimato, ante lo delicado del asunto.
Según el gobierno de la región autónoma de Xinjiang (noroeste de China), las demoliciones en curso conciernen los edificios peligrosos, en el marco de un programa de realojamiento de cerca de 50.000 familias, de un monto de 7.000 millones de yuanes (unos 1.080 millones de dólares).
"Kashgar se sitúa en una zona de actividad sísmica, por lo que es importante que las casas puedan resistir a un temblor de tierra", explica Aysajan Ahat, un responsable del programa. Pero los habitantes responden señalando los edificios que resisten de pie desde hace siglos.
A medida que avanzan las aplanadoras, las casas tradicionales, de ladrillo y adobe, son reemplazadas por edificios de cemento y ladrillo, todos muy parecidos.
Muchos de los habitantes son realojados temporalmente en los nuevos barrios de la periferia, donde se están construyendo torres muy altas, al igual que en la mayoría de las grandes ciudades chinas.
Situado cerca de Asia central, Kashgar era un punto de paso muy frecuentado por los comerciantes que desde el siglo II tomaban la Ruta de la Seda, entre China y Oriente Medio. Además de la comunidad uigur, también viven en ella kazajos y tayikos, y cada vez más Han, la etnia mayoritaria en China.
Ante la transformación emprendida por el gobierno de Pekín, que quiere hacer de Kashgar una zona especial de desarrollo económico, algunos han alzado la voz.
La disidente uigur en el exilio Rebiya Kadeer ha calificado la demolición de los viejos edificios de Kashgar "una afrenta a la identidad uigur", que constituye una "tentativa de asimilar" a esta comunidad de mayoría musulmana y habla turca. "Esta demolición priva al mundo de un lugar irremplazable", añadió.
Los diputados europeos instaron en marzo a China a detener "inmediatamente" la demolición del centro histórico de Kashgar.
Los habitantes obligados a mudarse aseguran que tienen muy poco margen sobre la elección y la concepción de su nueva vivienda. Las autoridades lo niegan firmemente y aseguran que consultan a las familias en cada etapa del proceso.
Según algunos conocedores del mundo uigur, la operación es poco transparente.
"El programa de demolición y de reconstrucción es tan confuso que es imposible decir si todas las casas destruidas son remplazadas", explica Michael Dillon, autor del libro "Xinjiang, China's Muslim Far Northwest".
Algunos uigures acusan a Pekín de no respetar su modo de vida y su cultura, en un clima de tensión persistente.
Prueba de esa tensión, el último fin de semana de julio 21 personas murieron en Kashgar a causa de ataques con arma blanca y la posterior intervención de las fuerzas del orden.