Restauradores y arqueólogos, principalmente afganos, alemanes, japoneses y franceses que trabajan en el valle de Bamiyán (centro), calificado "en peligro" por la Unesco, se reúnen del 1 al 3 de diciembre en Múnich, en Alemania.
Intentarán avanzar en este espinoso tema, que involucra tanto a la conservación del patrimonio como a la cultura de una comunidad vapuleada.
Todo el mundo en Bamiyán --incluyendo los campesinos que cultivan patatas frente a los acantilados --, echa de menos a los budas gigantes.
El más grande, Salsal, medía 56 metros de altura, y su versión femenina, la Shamama, 38 metros.
Fueron dinamitados en abril de 2001 en nombre del islam por los talibanes, que quisieron borrar este pasado budista tras haber tomado el control de la provincia, donde además mataron a miles de civiles hazaras, minoría musulmana chiita a sus ojos herética.
"Tenemos la sensación de haber perdido a un familiar", dice el representante del ministerio afgano de Cultura, Hakim Safa, de 27 años, que recuerda su estupor al descubrir su ausencia cuando regresó de su exilio en Pakistán.
"En los pueblos, la gente espera realmente que sean reconstruidos y nos dice: '¿Entonces, cuándo empiezan?'", confirma Rassul Chojai, profesor de arqueología de la Universidad de Bamiyán y hotelero para ganarse la vida.
Los budas fueron sin embargo destruidos a tal punto que es pertinente interrogarse acerca de la posibilidad de reconstruirlos: al pie de los nichos excavados en el acantilado, la Unesco y los arqueólogos reunieron los fragmentos de rocas y piedras de distintos tamaños, pero lo esencial de las estatuas fue reducido a polvo.
"La destrucción es total en el caso del gran buda", señala Julio Bendezu-Sarmiento, director de la delegación arqueológica francesa en Afganistán (DAFA) y miembro del comité para la preservación de Bamiyán que se reúne en Alemania.
"Del otro tampoco subsiste gran cosa. El acantilado amenaza con derrumbarse algún día: es un queso agujereado por miles de grutas decoradas, unidas entre ellas por escaleras, corredores, utilizadas en otra época por monjes y ermitaños", hasta la llegada de los musulmanes de los siglos VIII al XI.
El acantilado, explica el arqueólogo, es un aglomerado de tierras compactas, fáciles de tallar pero muy debilitadas por la explosión de 2001, que dejó profundas grietas por las que se infiltran la lluvia y la nieve.
Los desplazados de guerra actuales hallaron refugio en estas grutas, antes utilizadas como establos por los campesinos.
"La prioridad para la Unesco es preservar el sitio y los restos" de las estatuas, indica Ghulam Reza Mohammadi, representante de la agencia de la ONU en Bamiyán.
Gracias a un financiamiento japonés, la Unesco consolidó el nicho de la Shamama y comenzó a trabajar en el de Salsal, ya cubierto por un andamiaje gigante, señala.
Por su parte, desde 2001, investigadores alemanes comenzaron a "proteger los murales" de las 4.000 grutas y, partidarios de una "reconstrucción" de las estatuas a partir de fragmentos, ya reconstituyeron los pies del buda más pequeño.
"El término reconstrucción siempre es engañoso, da a entender que vamos a recrear a los budas", rectifica Bert Praxenthaler, historiador del arte que trabaja en Bamiyán desde 2003. "Tenemos fragmentos, podemos colocarlos en el lugar donde estaban antes, obtendremos una estatua con agujeros, pero es un enfoque honorable", defiende este bávaro.
"Nos alcanza con hallar su emplazamiento original. No es fácil, pero hay posibilidades. Con un buen financiamiento, podemos hacerlo en 5 años".
¿Por qué reconstruir?, se interroga Julio Bendezu-Sarmiento: "¿Para los turistas? A lo largo de la Historia han desaparecido tantas cosas cuyo recuerdo hemos conservado a pesar de todo. Los budas permanecerán de todas formas en la memoria colectiva".
"Dejemos de lado la nostalgia. La urgencia es impedir que se reproduzca", dijo en referencia a Palmira, un oasis grecorromano del desierto sirio devastado en 2015 por el grupo Estado islámico.
Sin embargo, el debate acerca de los budas no es sólo técnico, insiste Masanori Nagaoka, director del patrimonio cultural para la Unesco en Kabul.
"Hay que considerar la conservación desde un punto de vista ético, humanitario y de derechos humanos. Las estatuas son más que una representación física, son un testimonio para la población de su historia en su diversidad y su diálogo interreligioso". "Si reconstruir los budas contribuye a revitalizar esa memoria, debe ser tenido en cuenta, como una contribución a un mundo más pacífico".
El debate no quedará zanjado en Múnich, donde los expertos sólo buscarán ponerse de acuerdo sobre los trabajos de preservación del sitio. Pero la cuestión ya figura en el menú de una conferencia internacional sobre Bamiyán, prevista a fines de 2017 en Tokio.
Simultáneamente, una conferencia internacional se inicia este viernes en Abu Dhabi para lanzar un fondo mundial de respaldo al "Patrimonio de la humanidad en peligro", a la que asistirá el presidente afgano, Ashraf Ghani.
Intentarán avanzar en este espinoso tema, que involucra tanto a la conservación del patrimonio como a la cultura de una comunidad vapuleada.
Todo el mundo en Bamiyán --incluyendo los campesinos que cultivan patatas frente a los acantilados --, echa de menos a los budas gigantes.
El más grande, Salsal, medía 56 metros de altura, y su versión femenina, la Shamama, 38 metros.
Fueron dinamitados en abril de 2001 en nombre del islam por los talibanes, que quisieron borrar este pasado budista tras haber tomado el control de la provincia, donde además mataron a miles de civiles hazaras, minoría musulmana chiita a sus ojos herética.
- Sentimiento de pérdida -
"Tenemos la sensación de haber perdido a un familiar", dice el representante del ministerio afgano de Cultura, Hakim Safa, de 27 años, que recuerda su estupor al descubrir su ausencia cuando regresó de su exilio en Pakistán.
"En los pueblos, la gente espera realmente que sean reconstruidos y nos dice: '¿Entonces, cuándo empiezan?'", confirma Rassul Chojai, profesor de arqueología de la Universidad de Bamiyán y hotelero para ganarse la vida.
Los budas fueron sin embargo destruidos a tal punto que es pertinente interrogarse acerca de la posibilidad de reconstruirlos: al pie de los nichos excavados en el acantilado, la Unesco y los arqueólogos reunieron los fragmentos de rocas y piedras de distintos tamaños, pero lo esencial de las estatuas fue reducido a polvo.
"La destrucción es total en el caso del gran buda", señala Julio Bendezu-Sarmiento, director de la delegación arqueológica francesa en Afganistán (DAFA) y miembro del comité para la preservación de Bamiyán que se reúne en Alemania.
"Del otro tampoco subsiste gran cosa. El acantilado amenaza con derrumbarse algún día: es un queso agujereado por miles de grutas decoradas, unidas entre ellas por escaleras, corredores, utilizadas en otra época por monjes y ermitaños", hasta la llegada de los musulmanes de los siglos VIII al XI.
El acantilado, explica el arqueólogo, es un aglomerado de tierras compactas, fáciles de tallar pero muy debilitadas por la explosión de 2001, que dejó profundas grietas por las que se infiltran la lluvia y la nieve.
Los desplazados de guerra actuales hallaron refugio en estas grutas, antes utilizadas como establos por los campesinos.
- Reconstruir o recrear -
"La prioridad para la Unesco es preservar el sitio y los restos" de las estatuas, indica Ghulam Reza Mohammadi, representante de la agencia de la ONU en Bamiyán.
Gracias a un financiamiento japonés, la Unesco consolidó el nicho de la Shamama y comenzó a trabajar en el de Salsal, ya cubierto por un andamiaje gigante, señala.
Por su parte, desde 2001, investigadores alemanes comenzaron a "proteger los murales" de las 4.000 grutas y, partidarios de una "reconstrucción" de las estatuas a partir de fragmentos, ya reconstituyeron los pies del buda más pequeño.
"El término reconstrucción siempre es engañoso, da a entender que vamos a recrear a los budas", rectifica Bert Praxenthaler, historiador del arte que trabaja en Bamiyán desde 2003. "Tenemos fragmentos, podemos colocarlos en el lugar donde estaban antes, obtendremos una estatua con agujeros, pero es un enfoque honorable", defiende este bávaro.
"Nos alcanza con hallar su emplazamiento original. No es fácil, pero hay posibilidades. Con un buen financiamiento, podemos hacerlo en 5 años".
- Ética y derechos humanos -
¿Por qué reconstruir?, se interroga Julio Bendezu-Sarmiento: "¿Para los turistas? A lo largo de la Historia han desaparecido tantas cosas cuyo recuerdo hemos conservado a pesar de todo. Los budas permanecerán de todas formas en la memoria colectiva".
"Dejemos de lado la nostalgia. La urgencia es impedir que se reproduzca", dijo en referencia a Palmira, un oasis grecorromano del desierto sirio devastado en 2015 por el grupo Estado islámico.
Sin embargo, el debate acerca de los budas no es sólo técnico, insiste Masanori Nagaoka, director del patrimonio cultural para la Unesco en Kabul.
"Hay que considerar la conservación desde un punto de vista ético, humanitario y de derechos humanos. Las estatuas son más que una representación física, son un testimonio para la población de su historia en su diversidad y su diálogo interreligioso". "Si reconstruir los budas contribuye a revitalizar esa memoria, debe ser tenido en cuenta, como una contribución a un mundo más pacífico".
El debate no quedará zanjado en Múnich, donde los expertos sólo buscarán ponerse de acuerdo sobre los trabajos de preservación del sitio. Pero la cuestión ya figura en el menú de una conferencia internacional sobre Bamiyán, prevista a fines de 2017 en Tokio.
Simultáneamente, una conferencia internacional se inicia este viernes en Abu Dhabi para lanzar un fondo mundial de respaldo al "Patrimonio de la humanidad en peligro", a la que asistirá el presidente afgano, Ashraf Ghani.