La sangre salpica la conciencia de la derecha


No contentos con detenerlos, torturarlos, asesinarlos y hacerlos desaparecer para justificar lo inexplicable, desatan una nueva operación mentira, que demuestra la desesperación culpable del pinochetismo. Por Fernando Barraza.



La sangre salpica la conciencia de la derecha

Luis Emilio Recabarren Mena, tenía sólo dos años y medio de edad, cuando, en las primeras horas de la mañana del 29 de abril de 1976, fue lanzado desde un taxi, a dos cuadras de su casa, en el sector de Sebastopol con Santa Rosa, minutos después de haber sido detenido por efectivos militares de la DINA, junto a sus padre, Luis Emilio, su madre, Nalbia, embarazada de tres meses y su tío, Manuel, quiénes hasta hoy son detenidos-desaparecidos, además de su abuelo, Manuel Segundo Recabarren Rojas, que, dos días después fue a buscar pistas de sus familiares y no volvió nunca más, sin que tampoco se conozca su paradero.

Tras permanecer seis meses en estado de shock, tras ver como los militares golpeaban el vientre de su madre con las culatas de sus ametralladoras, Luis Emilio pudo recuperarse, asistido amorosamente por su abuela, Ana González, (ver entrevista exclusiva en las páginas siguientes) hasta que partió a Suecia, a los ocho años, donde residió hasta ahora, tratando de superar tan dramático episodio.

En parte lo había logrado, hasta que, la semana pasada, la parlamentaria de Renovación Nacional, Karla Rubilar, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, hizo estallar una burda bomba mediática, denunciando que varias de las víctimas de la dictadura, incluyendo a Luis Emilio Recabarren González, estaban vivos y eran falsos detenidos-desaparecidos.

La efectividad de la noticia se desvaneció rápidamente, cuando se supo que los “informantes” de la diputada, respaldada desde el primer momento por el candidato presidencial derechista Sebastián Piñera, eran Javier Gómez, asesor y amigo íntimo del encarcelado ex jerarca de la DINA, Manuel Contreras y el tomo segundo del libro en que éste pretende negar la existencia de los detenidos-desaparecidos.

La Operación del Mamo quedó en evidencia, remeció la conciencia moral de la opinión pública, le costó el puesto de Presidencia de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara y un posible desafuero a Karla Rubilar, y reabrió el dolor de los familiares de las víctimas, evocando los versos de Pablo Neruda, en su “Tonada de José Miguel Carrera”:

“Una descarga en su pecho,

abrió un manantial morado,

pasan y pasan los años,

la herida no se ha cerrado”

El repudio ante la maquinación derechista, que trata vanamente, de acallar su conciencia culpable por los horrorosos crímenes de lesa humanidad cometidos  por la dictadura de Pinochet,  alcanzó hasta a Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales, que en su columna habitual de los domingos de “El Mercurio”, afirmó: “Como todos sabemos, en Chile se hizo desaparecer personas, se ejecutó a otras y se torturó, y todo ello por motivos políticos.

Formular mentiras, trampas, zancadillas, coartadas, excusas y encubrimientos (que no provienen precisamente de las víctimas), y lanzar denuncias vistosas, obtenidas con negligencia, prestar fe a criminales y sacar conclusiones absurdas y ni siquiera plausibles, no alcanza a ser malo, es simplemente estúpido.”

Los conceptos del mercurial comentarista, que por cierto, implican al diario en que escribe, incluyeron también a Sebastián Piñera: “Desde luego Piñera, que aspira a la Presidencia de la República, nada menos, debiera mostrar una visión más global y exigir a los partidos, y a los dirigentes que lo apoyan, mayor circunspección intelectual y moral.”

Una receta conocida

La burda conspiración a que hemos asistido en estos días responde a una vieja estrategia de la derecha, ni siquiera actualizada o más eficiente que en el pasado. La Operación Colombo, que intentó  negar el asesinato de 119 miristas en Argentina y  Chile, la Operación Cóndor, que coordinó a las policías de las dictaduras militares del Cono Sur, para exterminar a los líderes de izquierda, son ejemplos de la aplicación literal del consejo del lider nazi Goebbels, que afirmaba: “Mentir, mentir, que algo queda…”, con la complicidad culpable de los medios de comunicación de la época,  únicos referentes periodísticos en dictadura.

En el caso de Chile, la batuta de la tergiversación y la felonía la llevaron “El Mercurio” y “La tercera”, que llegaron a límites increíbles de mentira y desorientación, con títulos que hicieron historia en el periodismo mundial, como el famoso del vespertino  “La Segunda” : “Miristas se exterminan como ratas.”

También cabe recordar episodios como el supuesto crimen pasional de la comunista Marta Ugarte, asesinada por la DINA, la Operación Albania o los sucesos de la visita del Papa Juan Pablo Segundo, en que Agustín Edwards y la cadena “El Mercurio” tuvieron triste protagonismo.

Por cierto, los noticiarios televisivos estaban prestos a servir de caja de resonancia a las tramas de mentiras, urdidas por la DINA, con la colaboración activa de periodistas proclives e incondicionales de la dictadura, como Julio López Blanco, Claudio Sánchez, Mónica Cerda, Pablo Honorato, Silvia Pinto, Ricardo Coya y Beatriz Undurraga, entre muchos otros.

Las actuales “denuncias” de la diputada Rubilar, no hacen sino reeditar esta táctica derechista que, en definitiva, demuestra los escrúpulos y las culpas éticas que siguen remeciendo a ese sector político, que preparó el Golpe y, posteriormente, participó y fue cómplice directo de la dictadura, sin que nunca la haya dado una explicación al país, ni a las víctimas.

A su vez, la camarilla que rodea al Mamo Contreras, no descansa en su intento de sembrar dudas sobre los detenidos-desaparecidos, como una forma de asegurarse impunidad frente a sus crímenes.

Todo ello puede ser hasta explicable, desde las posturas desesperadas de los asesinos, pero no tiene justificación alguna que la derecha política y el candidato presidencial del sector, el empresario Sebastián Piñera, aparezcan claramente coludidos con procedimientos tan repudiables.

Por Fernando Barraza
Domingo, 1 de Febrero 2009
El Siglo, Chile
           


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