Relegado más allá del quinto cinturón periférico, a unos 15 kilómetros del corazón de la capital, Heiqiaocun, que literalmente significa "el pueblo del puente negro", huele al carbón que los migrantes queman en pequeñas estufas para calentarse o cocinar.
El barrio se ha organizado en torno a sus comercios -muchos de los cuales venden la pimienta tan apreciada por los numerosos sichuaneses que llegaron a trabajar a Pekín desde la provincia del sudoeste. Las calles desaparecen entre el vapor de los puestos que cuecen raviolis o los panes típicos del norte de China.
Otros establecimientos con linternas rojas ofrecen masajes o incluso más a las miles de personas solitarias empleadas en las innumerables obras de una capital en incesante transformación.
Heiqiaocun creció en el interior de una vía de tren circular que sirve de línea de prueba para los trenes. La gente ha llegado hasta este lugar empujada por el alza de los precios de los alquileres en Pekín.
A modo de vivienda, familias enteras o grupos de trabajadores se amontonan en habitaciones sin agua corriente. Las mujeres cocinan en los pasillos, que huelen a ajo y a jengibre.
La señora Yang y su marido viven en un solo ambiente lejos de la casa que dejaron en Jiangsu (este). Eligieron Heiqiaocun para ahorrar un poco de dinero. La señora Yang es limpiadora en el centro de la ciudad y su esposo trabaja en la construcción, donde gana unos 10.000 yuanes mensuales (1.375 euros), una suma correcta en una ciudad donde el salario medio es de unos 7.000 yuanes brutos.
Para los menos afortunados, unos cartelitos en las paredes de Heiqiaocun ofrecen una solución: vender su sangre. Pagan entre 400 y 500 yuanes por 400 centilitros, una suma suficiente para permitirse el alquiler de una pequeña habitación.
El barrio se ha organizado en torno a sus comercios -muchos de los cuales venden la pimienta tan apreciada por los numerosos sichuaneses que llegaron a trabajar a Pekín desde la provincia del sudoeste. Las calles desaparecen entre el vapor de los puestos que cuecen raviolis o los panes típicos del norte de China.
Otros establecimientos con linternas rojas ofrecen masajes o incluso más a las miles de personas solitarias empleadas en las innumerables obras de una capital en incesante transformación.
Heiqiaocun creció en el interior de una vía de tren circular que sirve de línea de prueba para los trenes. La gente ha llegado hasta este lugar empujada por el alza de los precios de los alquileres en Pekín.
A modo de vivienda, familias enteras o grupos de trabajadores se amontonan en habitaciones sin agua corriente. Las mujeres cocinan en los pasillos, que huelen a ajo y a jengibre.
La señora Yang y su marido viven en un solo ambiente lejos de la casa que dejaron en Jiangsu (este). Eligieron Heiqiaocun para ahorrar un poco de dinero. La señora Yang es limpiadora en el centro de la ciudad y su esposo trabaja en la construcción, donde gana unos 10.000 yuanes mensuales (1.375 euros), una suma correcta en una ciudad donde el salario medio es de unos 7.000 yuanes brutos.
Para los menos afortunados, unos cartelitos en las paredes de Heiqiaocun ofrecen una solución: vender su sangre. Pagan entre 400 y 500 yuanes por 400 centilitros, una suma suficiente para permitirse el alquiler de una pequeña habitación.