Las colas se forman delante de las panaderías en donde el pan escasea y en las estaciones de servicio, en donde centenares de vehículos esperan horas en los pocos barrios en donde encuentran resguardo de los francotiradores.
Los servicios municipales, en particular los sistemas de evacuación, la electricidad y las comunicaciones, alcanzados por los bombardeos de las fuerzas de Muamar Gadafi, trabajan de manera reducida.
Para encontrar alimentos y combustible, los habitantes de los barrios del sur controlados por las fuerzas del coronel Gadafi toman a escondidas las calles que llegan a los sectores en donde el control lo tienen los rebeldes.
Cerca del puerto, único acceso al mundo exterior, los trabajadores de los países africanos se refugian debajo de carpas improvisadas con poca comida. El sector está al resguardo de las bombas pero esperan poder ser evacuados en barcos que llegan casi a diario.
"Producimos menos de 20% de la electricidad que producíamos antes de los combates", explica a los periodistas Saleh Siwy, jefe de la unión de ingenieros de Misrata.
En la ciudad falta gasoil para los grupos electrógenos o las bombas de agua, faltan medicamentos y alimentos para los niños, así como una infraestructura de comunicaciones alternativa para reemplazar la de la telefonía movil cortada por Trípoli.
Los niños son particularmente vulnerables. Los periodistas de la AFP vieron varios en los hospitales: uno de 10 años de edad, con respirador artificial, fue alcanzado por una bala de un francotirador, una niña de tres años tiene el estómago desgarrado por una bomba de fragmentación que cayó en el domicilio familiar.
Unos voluntarios se encargaron de unos 101 niños en una escuela trasformada en orfelinato. Estos habían pasado un mes en el subsuelo de su orfelinato en el centro de Misrata, convertido desde entonces en un campo de batalla.
Mustafá Abdelhamed, un voluntario, explica que las fuerzas leales a Gadafi disparan "contra casas y gente misiles Grad, utilizados generalmente contra los tanques". "Cuando formamos fila para buscar pan nos bombardean con misiles", añade.
En una de las seis panaderías aún operacionales, decenas de personas esperan horas debajo del sol para tener pan, el único alimento que consumen numerosas familias.
La panadería, que antes del conflicto suministraba productos como para unas 2.000 personas por día, trabaja hoy febrilmente para proveer a 20.000 personas. El pan está racionado.
Hay suficiente harina pero una penuria de gasoil y levadura, explica Osama Al Sherif, un voluntario de la panadería. "Hay unas 500.000 personas en Misrata. ¿Cuántas bocas se pueden alimentar?", pregunta.
La población se movilizó para ayudarse.
Un punto de distribución fue creado cerca de la mezquita más vieja de la ciudad para entregar arroz, atún y salsa de tomate a las personas que acuden desde los sectores controlados por las fuerzas leales.
La situación es más grave para los inmigrantes nigerinos, chadianos o ghaneses, que antes del conflicto trabajaban en la siderúrgica de Misrata, el puerto y la construcción.
Son miles acampando en condiciones sórdidas en la ruta que lleva al puerto. Son ignorados por la mayoría, menos los trabajadores humanitarios.
"No tenemos agua ni alimentos. La gente está extenuada. Todo lo que queremos es partir", afirma un nigerino, Jacob Alto, de 40 años.
Los servicios municipales, en particular los sistemas de evacuación, la electricidad y las comunicaciones, alcanzados por los bombardeos de las fuerzas de Muamar Gadafi, trabajan de manera reducida.
Para encontrar alimentos y combustible, los habitantes de los barrios del sur controlados por las fuerzas del coronel Gadafi toman a escondidas las calles que llegan a los sectores en donde el control lo tienen los rebeldes.
Cerca del puerto, único acceso al mundo exterior, los trabajadores de los países africanos se refugian debajo de carpas improvisadas con poca comida. El sector está al resguardo de las bombas pero esperan poder ser evacuados en barcos que llegan casi a diario.
"Producimos menos de 20% de la electricidad que producíamos antes de los combates", explica a los periodistas Saleh Siwy, jefe de la unión de ingenieros de Misrata.
En la ciudad falta gasoil para los grupos electrógenos o las bombas de agua, faltan medicamentos y alimentos para los niños, así como una infraestructura de comunicaciones alternativa para reemplazar la de la telefonía movil cortada por Trípoli.
Los niños son particularmente vulnerables. Los periodistas de la AFP vieron varios en los hospitales: uno de 10 años de edad, con respirador artificial, fue alcanzado por una bala de un francotirador, una niña de tres años tiene el estómago desgarrado por una bomba de fragmentación que cayó en el domicilio familiar.
Unos voluntarios se encargaron de unos 101 niños en una escuela trasformada en orfelinato. Estos habían pasado un mes en el subsuelo de su orfelinato en el centro de Misrata, convertido desde entonces en un campo de batalla.
Mustafá Abdelhamed, un voluntario, explica que las fuerzas leales a Gadafi disparan "contra casas y gente misiles Grad, utilizados generalmente contra los tanques". "Cuando formamos fila para buscar pan nos bombardean con misiles", añade.
En una de las seis panaderías aún operacionales, decenas de personas esperan horas debajo del sol para tener pan, el único alimento que consumen numerosas familias.
La panadería, que antes del conflicto suministraba productos como para unas 2.000 personas por día, trabaja hoy febrilmente para proveer a 20.000 personas. El pan está racionado.
Hay suficiente harina pero una penuria de gasoil y levadura, explica Osama Al Sherif, un voluntario de la panadería. "Hay unas 500.000 personas en Misrata. ¿Cuántas bocas se pueden alimentar?", pregunta.
La población se movilizó para ayudarse.
Un punto de distribución fue creado cerca de la mezquita más vieja de la ciudad para entregar arroz, atún y salsa de tomate a las personas que acuden desde los sectores controlados por las fuerzas leales.
La situación es más grave para los inmigrantes nigerinos, chadianos o ghaneses, que antes del conflicto trabajaban en la siderúrgica de Misrata, el puerto y la construcción.
Son miles acampando en condiciones sórdidas en la ruta que lleva al puerto. Son ignorados por la mayoría, menos los trabajadores humanitarios.
"No tenemos agua ni alimentos. La gente está extenuada. Todo lo que queremos es partir", afirma un nigerino, Jacob Alto, de 40 años.