El 21 de septiembre de 2014, los hutíes tomaban la sede del gobierno en Saná con el aparente apoyo de parte del ejército, tras una ofensiva lanzada varios meses antes desde su bastión del norte de Yemen.
Un año después, esos combatientes siguen controlando la capital, a pesar de los bombardeos casi diarios de la coalición y de sus derrotas en el sur del país, donde perdieron Adén, la segunda ciudad yemenita.
"Un derrumbe de la milicia chiita está lejos de ser inminente o probable a medio plazo", considera Verisk Maplecroft, instituto de investigación británico.
Al tomar la capital los rebeldes arruinaron un proceso político que buscaba la instauración de un nuevo sistema en Yemen, más descentralizado, más abierto a las reivindicaciones de los autonomistas del sur.
Los hutíes, procedentes de la minoría zaidita (una rama del chiismo), se sentían marginados y justificaron su ofensiva por la necesidad de luchar contra la corrupción del Estado y de afrontar a los yihadistas sunitas de Al Qaida, que se habían afianzado tras unas revueltas populares contra el expresidente Ali Abdalá Saleh.
Éste acabó cediendo el poder en febrero de 2012, tras 33 años como presidente, pero sin abandonar su ambición de seguir dirigiendo el país. En 2014 no dudo en sellar una alianza con los hutíes, a los que su ejército había derrotado en varias ocasiones en el norte de Yemen.
Después de Saná, los rebeldes extendieron su control sobre el país, alcanzando rápidamente Adén y obligando al presidente Abd Rabo Mansur Hadi a refugiarse en Arabia Saudita, a finales de marzo.
La toma de esta ciudad provocó que una coalición de países árabes liderada por Riad lanzara una campaña aérea contra los rebeldes, seguida hoy por una ofensiva terrestre al este de Saná.
Los bombardeos permitieron a las fuerzas gubernamentales reconquistar cinco provincias del sur, incluida la de Adén, durante el verano (boreal).
- "Todo el mundo pierde" -
"Tras un año de conflicto, todo el mundo pierde: el bando de los hutíes, aliado a Saleh, mostró sus limitaciones; la coalición ha tenido que comprometerse cada vez más en el terreno; los yihadistas de Al Qaida han sido superados por los del Estado Islámico; la población está más que nunca presa entre distintos bandos", explica Mathieu Guidère, experto en Oriente Medio y profesor de islamología en la universidad de Toulouse (Francia).
La población es una de las principales víctimas del conflicto. Desde marzo, los ataques aéreos y los combates terrestres causan una media de 30 muertos y 185 heridos diarios, muchos de ellos civiles, según la ONU.
La coalición, acusada de haber cometido "errores" en sus bombardeos, intenta ahora minimizar los riesgos para sus tropas, tras perder el 4 de septiembre a 67 soldados (52 emiratíes, 10 sauditas y cinco bahreiníes), víctimas de un misil lanzado por los hutíes.
Desplegó sin embargo a 5.000 soldados en la provincia de Marib (este) para retomar la capital, el pasado 13 de septiembre.
En las provincias del sur reconquistadas por las fuerzas antihutíes, el gobierno afronta enormes desafíos políticos y de seguridad. Al Qaida sigue siendo muy activo y hay tensiones en el bando sunita, en particular con los militantes de Al Islah (la rama local de los Hermanos Musulmanes).
"Sea cual sea el final del conflicto, la guerra hizo aflorar las antiguas alianzas tribales y reforzó a los islamistas de Al Islah, que son ineludibles para una posible solución política", asegura Guidère.
Según él, la coalición tendrá que ser pragmática con los Hermanos Musulmanes yemenitas, que son muy diferentes de las otras ramas de la cofradía por su cercanía con los salafistas.