Iraq es hoy en día el país con mayor número relativo y absoluto de refugiados y desplazados, casi cinco millones de personas en total. En la foto, refugiados iraquíes en Damasco.
La ocupación de Iraq ha generado la mayor y más rápida crisis mundial de refugiados de las últimas décadas. Según Naciones Unidas, el reciente incremento mundial registrado en número de personas refugiadas y desplazadas [en 2008] se debe a la crisis que asola Iraq [1]. Iraq es hoy en día el país con mayor número de personas que se han visto forzadas a abandonar su hogar, casi cinco millones en total, según las cifras más conservadoras [2]. Las más recientes —siempre aproximadas— elevan hasta 2,77 millones el número de desplazados internos iraquíes y a una cifra ligeramente inferior —2,2 millones— la de aquellas personas que han buscado refugio en el exterior de Iraq. Con una población de 26,8 millones de ciudadanos, Iraq es asimismo el país con mayor tasa de refugiados y desplazados del mundo: casi el 18 por 100 de sus habitantes han perdido su hogar. Comparativamente, las cifras no dejan lugar a dudas: en los tres países con mayor número de refugiados y desplazados tras Iraq, Afganistán, Colombia y la República Democrática del Congo, estas tasas son del 11,6, el 8,1 y el 4,4 por 100, respectivamente. En la región de Oriente Próximo, el éxodo provocado por la ocupación de Iraq ha superado numéricamente al que generó en 1948 la creación del Estado de Israel (entonces, 700.000 palestinos desplazados; en la actualidad, 4,6 millones de refugiados, según la agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos, UNRWA); fuera de la región Iraq supera igualmente a la catástrofe humana más reciente generada por un conflicto local, la de la región de los Grandes Lagos de África (dos millones de ruandeses refugiados en países vecinos y otro millón y medio más de desplazados internos). De nuevo, según las estimaciones más recientes —y ponderadas— del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Iraq asume el 17,5 por 100 de todos los refugiados y desplazados del planeta, cifrados en 2008 por el organismo internacional en 27,4 millones de seres humanos [3].
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Naciones Unidas calcula que la crisis de Iraq ha provocado que, como media, 60.000 personas al mes (2.000 al día) se hayan visto forzadas a abandonar sus hogares, convirtiéndose en refugiadas en su propio país. La cifra global antes avanzada de 2,77 millones de desplazados internos es oficial y la más reciente en el momento de escribir estas líneas [enero de 2009], pero ha de considerase, en cualquier caso, aproximada dadas las dificultades de recopilación de información veraz e independiente en Iraq.
Todas las provincias de la geografía iraquí han generado refugiados y desplazados y acogen desplazados internos, pero es la provincia de Bagdad la que ocupa el primer lugar en los movimientos forzados de población, sobre todo en los últimos años, incluido 2008. Las causas del desplazamiento interno de la población iraquí (como las del éxodo hacia el exterior) han ido sucediéndose, entrelazándose y retroalimentándose: los operativos militares de los ocupantes y la destrucción sistemática de las infraestructuras; el deterioro de las condiciones básicas de vida de la población debido al colapso del Estado, la inseguridad, la rampante corrupción y el afianzamiento de mafias locales; y, finalmente, la violencia, genéricamente calificada como “sectaria” pero que responde a claves políticas de control del territorio y que esencialmente ha sido desarrollada a partir de 2005 por servicios de seguridad, milicias y escuadrones de la muerte vinculados todos ellos a las formaciones que integran el gobierno iraquí y, por ende, en menor o mayor medida, a los ocupantes.
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[Se estima que menos de un 5 por ciento de los refugiados iraquíes ha retornado a su país en 2008. Los refugiados en el exterior no han podido votar en las elecciones locales de febrero de 2008, y la estimación del número de desplazados internos que han podido hacerlo es incierta, pero no sería superior a la mitad de los potenciales votantes.]
La violencia
En estos años de ocupación, la imagen mediática dominante en la conciencia internacional de Iraq es la de la comunidad shií iraquí, marginada y reprimida históricamente por la sunní, víctima de los ataques con coche-bomba de Al-Qaeda y del revanchismo de los partidarios del depuesto régimen. Ciertamente, la comunidad shií ha sufrido los atentados masivos e indiscriminados, atribuidos a la red de Al-Qaeda en Iraq, y la violencia de grupos radicales sunníes en barrios de la capital y en ciudades de las provincias que rodean Bagdad. Se han producido desplazamientos de población shií desde áreas de mayoría sunní hacia el sur del país o dentro de los propios barrios bagdadíes en busca de seguridad pero también de una mayor estabilidad económica y mejores condiciones de vida, condiciones gravemente afectadas debido a la sostenida confrontación entre la resistencia iraquí y las tropas de ocupación. Y, al igual que en otras zonas del país, los operativos de las tropas de ocupación estadounidenses contra las ciudades de Nayaf y Kárbala en 2004 provocaron desplazamientos de sus habitantes, mayoritariamente shiíes.
Asimismo, en las siete provincias meridionales de Iraq, en las que el predominio demográfico shií parecía preservar a esta comunidad de las agresiones, los recurrentes enfrentamientos habidos por el control del petróleo o por el control de las administraciones locales entre las milicias confesionales asociadas a grupos mafiosos y las fuerzas gubernamentales han provocado igualmente el desplazamiento de población shií y la destrucción infraestructural. Basora ha visto aumentada su población en al menos medio millón de desplazados rurales hasta alcanzar tres millones de habitantes, agravando aún más con ello la ya precaria situación de servicios e infraestructuras. Tras desalojar a otras comunidades, en Bagdad y en las provincias del centro y sur del país, las milicias shiíes —integradas por milicianos desheredados cada vez más jóvenes— han tornado su violencia contra sus propios correligionarios imponiéndose a un tiempo, mediante el terror, como guardianes de la ortodoxia religiosa (particularmente contra las mujeres [4]) y como mafias locales, lo que genera más desplazados.
En una imagen especular, en las provincias de al-Anbar y Diyala (al oeste y nordeste de Bagdad, respectivamente) y en algunos barrios de la capital ha emergido un nuevo factor de violencia en el seno de la comunidad sunní: el que enfrenta militarmente a los takfiristas (anatermizadores) wahabíes —muchos de ellos combatientes extranjeros— con la población, que mayoritariamente rechaza tanto las agresiones sectarias y los atentados indiscriminados como la imposición del rigorismo islámico en el “Estado Islámico de Iraq” declarado por Al-Qaeda. Así, ciudades emblemáticas como Faluya y todo el arco de provincias de fuerte implantación resistente en torno a la capital están sufriendo recurrentes atentados con coche-bomba atribuidos a Al-Qaeda en Iraq, un síntoma de su ya abierto enfrentamiento con la resistencia y la población iraquíes, y que Estados Unidos ha procurado utilizar a su favor creando los denominados Consejos del Despertar (Sahwa) sunníes.
Particularmente en Basora —antaño una ciudad cosmopolita— la presencia histórica de los cristianos ha sido prácticamente erradicada junto con la de los sectores secularizados de la sociedad. La milicia del clérigo Moqtada as-Sáder ha sido acusada de extorsionar y agredir a los cristianos en Basora y Bagdad, mientras que grupos confesionales sunníes vinculados a Al-Qaeda han hecho lo propio en la capital, en la provincia de Nínive y en el nordeste del país. […]
El Kurdistán iraquí también ha generado desplazados: hasta 100.000 árabes habrían abandonado esta zona desde el inicio de la ocupación en una etapa muy temprana de limpieza étnica e intimidación con la que se procuró revertir la política de arabización de la región kurda desarrollada por parte del depuesto régimen durante las décadas de 1980 y 1990. Como si de ciudadanos de otro Estado se tratara, las autoridades autonómicas kurdas imponen restricciones de residencia y movimientos en las tres provincias del Kurdistán iraquí a los árabes, incluso a aquellos con cónyuges kurdos. Del mismo modo, en la provincia de at-Tamín las comunidades árabe y turcomana (cuyos miembros son mayoritariamente shiíes) sufren la violencia de los cuerpos de seguridad y de las milicias kurdas (peshmerga) en una guerra encubierta por el dominio de la riqueza petrolífera de la región en torno a la capital, Kirkuk.
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Carlos Varea