“Somos hijos de los invasores y de los invadidos y nos toca tener la sensibilidad de ambos”- 2 de 2


Hoy América habla castellano. Yo a veces me digo que a mí me ha tocado la tarea de deplorar la Conquista de América en la lengua que nos dejó la Conquista de América, pero esa es una característica de la modernidad, eso de tener un poco el alma encendida que una siempre lo uno y lo otro. Nosotros somos hijos de los invasores y de los invadidos y nos toca tener la sensibilidad de ambas cosas. No para legitimar la invasión pero sí para valorar lo que fue y para saber que somos hijos de todo eso y que tampoco podemos pasar el resto de la eternidad combatiendo con nosotros mismos, con nuestra propia sangre.



“Somos hijos de los invasores y de los invadidos y nos toca tener la sensibilidad de ambos”- 2 de 2
A.O: ¿No cree que hoy en día sucede lo mismo? Digamos, son otros los métodos de tortura, la barbarie está disfrazada, la agresión y la conquista de los pueblos más débiles quizás no es tan sangrienta pero existe, está latente en las políticas exteriores, en los tratados de libre comercio, en las supuestas luchas de reconocidos organismos internacionales contra la hambruna, las drogas, el medio ambiente, las minorías...  
W.O: Para mí ha sido muy importante porque yo creo que en la raíz de esta aventura de narrar hechos de la Conquista y en particular de narrar lo que fueron los dos primeros viajes de los europeos al Amazonas, está en mí un afán por descifrar el pasado, por revivir el pasado, pero también hay unas preguntas sobre el presente. Una de ellas es el destino de la selva. Para mí la selva Amazónica no es un montón de árboles sino uno de los últimos refugios de la naturaleza y de la sacralidad del mundo, aunque la civilización no lo quiera ver como tal.
Ya mucho antes de que se descubriera el Amazonas los príncipes y los pueblos y los Papas de Europa respiraban el oxígeno que la selva producía, ellos no lo sabían pero el aire que respiraban tenía que ver con esa selva desconocida. Hoy, todavía los pueblos de Europa y los pueblos de otras regiones del mundo y aún nosotros mismos creemos que la selva es algo que está por allá lejos, que no tiene nada que ver directamente con nosotros. No saben que la selva forma parte de sus pulmones, no saben que la selva forma parte de su sistema circulatorio exterior. Cuando se piensa en la rentabilidad de la selva, alguien verdaderamente sensato tiene que saber que la mayor rentabilidad de la selva es mantenerla intacta. Eso es lo que produce riqueza para el mundo, lo que produce vida, lo que produce oxígeno, lo que produce equilibrio. Pero hay quienes piensan que la rentabilidad es cercar la selva de incendios y convertirla en campos de labranza o en campos de ganadería o en cultivos de Soja que producirán cosechas durante veinte o treinta años y después dejarán pantanos y tierras devastadas y el planeta seriamente amenazado.
Entonces, para mí es muy importante arrojar esa mirada hacia el pasado y ver cuándo comenzó el mundo occidental rentable, industrioso, ambicioso con la selva y con la naturaleza americana. Los pueblos indígenas nunca tuvieron esa relación de depredación con la naturaleza, nunca tuvieron tampoco la capacidad técnica de depredar, pero sí siento que tuvieron una relación con la selva de quien no quiere ser sentido por ella, de quien se acomoda, de quien se deja llevar, como lo hacen las criaturas que viven en la selva. En tanto que la civilización europea que es una civilización transformadora arrasó con su propia naturaleza. Dicen que en la Edad Media una ardilla podía ir de un extremo a otro de la Península Ibérica sin bajar de los árboles, ahora uno recorre España y es un pedregal. Todo el sur de España, todo el sur de Italia, toda Grecia, según los entendidos en el tema, fue una tierra devastada por los rebaños de cabras de la Edad Media que aplastaban y arrancaban las plantas de raíz. Es posible que haya sido así, no lo sé, pero comparada con Europa, América del Sur y  América Latina todavía tiene naturaleza. Aquí hay selva, aquí hay ríos, hay tepuyes, hay una diversidad de pájaros, de insectos, de mariposas, que todavía es extraordinario. Ya no es lo que vio el Barón de Humbolt cuando pasó por Venezuela a comienzos del siglo XIX que era bastante prodigioso y que si bien para ciertas sensibilidades europeas era monstruoso y les parecía un infierno, para un hombre con la sabiduría y la ilustración de Humbolt era el paraíso terrenal: las aguas puras, los caimanes, las mariposas, los monos, eso que llama el poeta López Velarde "el relámpago verde de los loros", todo era algo verdaderamente extraordinario. Es mucho lo que hemos destruido pero es importante recobrar la conciencia de qué había, de qué produce la naturaleza, de cómo nuestra arrogancia humana pretende ser más importante es seguir siendo nosotros, y resulta que lo más importante queda en ti y es lo que la naturaleza produce. Nosotros seremos capaces de hacer máquinas, trenes y aviones pero no somos capaces de fabricar el aire que el mundo necesita, de producir el agua, los bosques, los mares, eso no lo inventamos nosotros. Y yo diría que lo sagrado es eso, lo que el hombre no ha inventado, eso es de lo que el hombre no se puede envanecer y es lo que el hombre tiene que aprender a respetar.
A.O: En ese sentido, ¿considera usted que su obra es un llamado de conciencia, un llamado a reflexionar no sólo sobre el pasado sino también sobre cómo nos estamos comportando en el presente? ¿Hacia dónde va la crítica?
W.O: Bueno, cuando yo escribo ensayos a veces me atrevo a hacer recomendaciones, hasta a dar consejos y hasta hacer advertencias. Cuando escribo poemas o novelas no lo hago para enviar mensajes, lo hago para mostrar hechos y cada quien saca las conclusiones que pueda o que quiera de esos hechos. Uno ve una realidad allí, uno ve unos acontecimientos, unos personajes y yo creo que la realidad misma elaborada por el lenguaje es formadora y produce efectos. Está muy bien que el escritor no se pretenda ser dueño de las consecuencias de lo que escribe, que el escritor no pretenda ser dueño de las conclusiones que el lector va a sacar de su propia obra. Es maravilloso que la lectura sea un reino de libertad y que cada quien se aproxime a ver una versión del mundo a través del lenguaje y cada quien saque sus propias conclusiones.
A.O: Eso más bien sería limitante para el escritor, ¿no?
W.O: Claro, y sería un poco autoritario y controlador pretender que yo no sólo le cuente unas cosas al lector sino que además quiera que piense de tal manera cuando haya terminado de leer lo que escribí. Eso definitivamente no puede ser. Yo ejerzo mi libertad creando unos textos pero el lector tiene que ejercer su libertad leyéndolos. En primer lugar, decidiendo si quiere seguir leyendo o si quiere tirar el libro, y en segundo lugar, ver si después de leerlo su espíritu concluye que lo que ese libro le enseñó fue tal o cual cosa.
A.O: Sí, en todo caso el escritor le da al lector herramientas para que construya un imaginario o elabore sus reflexiones, lo que no debería pasar es que lo limite, lo sesgue o lo condicione a priori...
W.O: Sí, que lo dirija...
A.O: Me llama la atención también que usted utiliza el término ‘conquistador' y eso mucha gente lo podría tomar de manera negativa, sobre todo cuando de un tiempo para acá se está tratando de hablar más bien del ‘encuentro de dos mundos o de dos culturas'. ¿Cuál es tu opinión con relación a esto y por qué el uso de ese término?
W.O: Bueno, yo pienso que cuando se celebró el quinto centenario del descubrimiento de América se intentó acuñar el término ‘encuentro de dos mundos' para eludir o disminuir el impacto emocional que tiene la palabra conquista, pero inicialmente aquello fue planteado como una conquista y como una conquista brutal, como una conquista despiadada. La intención que traía ese primer desembarco no era el del encuentro de dos mundos y el respeto que se mostró al comienzo por las civilizaciones nativas fue ninguno. Las ciudades fueron arrasadas, los pueblos fueron masacrados, el robo y el saqueo fue generalizado y además algunos factores involuntarios contribuyeron al exterminio, por ejemplo, las enfermedades, lo que llamaron el choque biológico, hasta el punto que el padre de Atahualpa, Huayna Capac, que murió antes de que los conquistadores llegaran al Perú, posiblemente murió víctima de una enfermedad que habían traído los españoles. Posiblemente murió de pulmonía o de viruela, de algo que los primeros desembarcos de españoles ya habían empezado a diseminar por el continente. Es decir, antes de que llegaran los conquistadores ya habían llegado las enfermedades que los conquistadores traían. Entonces no había una intención de encuentro de dos mundos realmente.
Sin embargo, para nuestra fortuna, e incluso para la fortuna de España, sí hubo un encuentro de dos mundos, más allá de la voluntad y de la intención de la campaña porque sin que nadie se lo propusiera por un accidente, que tal vez no es un accidente sino una necesidad de la historia y de la humanidad, detrás del avance despiadado, de los genocidas y de los monstruos, vinieron unas personas llenas de sensibilidades, llenas de asombro que fueron los cronistas de Indias, cuya ambición no era el oro, no eran las perlas, sino que querían nombrar, contar este mundo, descubrir este mundo. Ellos eran descubridores realmente y estaban más impregnados del espíritu universal del Renacimiento que del espíritu aldeano de la España feroz casi medieval. Entonces, llegó en primer lugar Gonzalo Fernández de Oviedo que había sido miembro de la Corte española, que había sido paje del príncipe Juan de Castilla, que había estado con la Corte desde que cayó Granada, cuando fueron expulsados los moros y los judíos. Entonces este hombre era un hombre de una cultura muy refinada, había estado en Italia, había conocido a grandes artistas de las Cortes italianas, había conocido a Leonardo Da Vinci, había conocido a Andrea Manteña, a Ludovico Ariosto y de repente desembarcó en las costas panameñas y empezó, mientras los otros andaban cortando cabezas y arrancando narigueras y pectorales, él estaba viendo mariposas, pájaros, árboles, insectos, y empezó a escribir todo eso, escribió la historia natural de las Indias que son publicadas en las primeras décadas del siglo XVI. Era un hombre que tenía ya la sensibilidad que también existía en Europa. Europa no sólo estaba llena de guerreros brutales sino que también estaba llena de artistas, de filósofos, de pensadores y afortunadamente algunos llegaron aquí, unos muy bien formados como éste que tenía una gran cultura, otros que eran soldados con poca información pero con muchas sensibilidades y la historia improvisó sus poetas, improvisó sus filósofos, sus cronistas y salvó a la Conquista de América de haber sido una mera masacre. La convirtió también en un hecho de civilización.
A.O: ¿Qué vio Francisco de Arellana la primera vez que se topó con el Amazonas?
W.O: Lo primero que vio fue un río pequeño, digamos pequeño para nuestras proporciones, porque el río Coca en el sitio donde ellos construyeron el barco -yo me fui un día allá a mirar-, el río Coca donde ellos se asentaron para construir el barco cuando ya no tenían provisiones, cuando ya estaban perdidos en la selva, es un pequeño riachuelo de unos cien metros de ancho que sólo semanas más tarde se convertirá en el Amazonas. El río Coca en el momento en que desemboca en el río Napo que fue el que se los llevó a ellos en sus corrientes en el momento en que ya no pudieron manejar el barco, tiene ya por lo menos doscientos cincuenta metros de ancho; es un riachuelo un poco más grande. Bueno, entonces lo que ellos vieron inicialmente fue una intrincada red de pequeños ríos pero fueron viendo que cada río de estos los arrojaba a uno mayor y después a uno más grande, y ya cuando cayeron en el cauce inmenso del río que los llevaba y que no los dejaba desembarcar en ninguna de las dos orillas porque había lluvia de flechas, empezaron a ver que cada río que desembocaba en esa corriente tenía un color distinto, había ríos verdes, amarillos, rojos, negros porque cada río viene de distinta región y trae como el mensaje de esa región. Hay ríos que han pasado por comarcas de arcilla y vienen llenos de barro rojo. Hay ríos que han pasado por cavernas de piedra con muchos metales y son como el río negro. Y hay otros que parecen haber disuelto arboledas enteras y son ríos verdes. Y hay un momento muy hermoso de la navegación por el Amazonas que todos deberíamos hacer que es cuando el río negro desemboca en el Amazonas cerca de Manaos y como los dos ríos son muy distintos porque el uno es amarillo y el otro es negro, porque el uno es más rápido y el otro es más lento, porque el uno es más frío y el otro es más caliente, porque el uno es más denso y el otro menos denso, pues los dos ríos chocan pero no se mezclan, entonces durante un largo trayecto sigue el río de dos colores bajando y todo es un espectáculo. Esas fueron algunas de las cosas que vio Arellana en ese viaje.
A.O: Publicó en el 2005, Ursúa, ahora publica El país de la canela. ¿Ya terminó La serpiente sin ojos que vendría a ser la tercera obra de su trilogía?
W.O: No, no la he terminado. Tengo esas dos novelas publicadas y la otra en proceso, todavía esta por la mitad. Me faltan dos años de dedicación y de concentración para terminar La serpiente sin ojos que es la tercera parte y además tengo que resolver todos los cabos sueltos que hayan dejado las otras.
A.O: ¿Qué otros proyectos tiene paralelos a La serpiente sin ojos?
W.O: Afortunadamente todavía tengo que dedicarle buena parte de mi atención a esta trilogía y he tratado como de no concebir muchos proyectos adicionales y eso en mí exige un poco de esfuerzo porque siempre surgen cosas y tengo la tentación de esto y de aquello. Pero en estos tiempos estoy escribiendo un ensayo sobre Bolívar y he estado dedicado a leer las obras que hay de Bolívar, a compararlas un poco y a tratar de entender a este personaje, y no sé si de pronto me nazca la tentación de otro proyecto literario sobre él.
Lunes, 24 de Agosto 2009
Aporrea.org, Venezuela
           


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