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Política
New York, El Diario La Prensa, Elvira Arellano.- Obama sigue muy popular en México. La elección del primer presidente afro norteamericano en los Estados Unidos, un país con un una historia de esclavismo y segregación y donde la discriminación racial se sigue existiendo, nos parecía una suerte de revolución. A Obama lo compararon con Nelson Mandela, el primer presidente de Sudáfrica ahora libre del apartheid.
En México el paralelismo que vemos entre los Estados Unidos y Sudáfrica es algo más profundo, ya que experimentamos nuestra propia versión del apartheid.
Desde la conquista armada de México y el robo, por parte de los Estados Unidos, de los Estados de Texas, Nuevo México, Arizona, California y una parte de Colorado y otros Estados, hemos recibido un trato pésimo por parte de los Estados Unidos. Hemos sido las víctimas principales de los Tratados de Libre Comercio (NAFTA) y del fracaso bancario que han tenido el impacto de dejar desempleados a millones de mexicanos.
En los Estados Unidos, como en Sudáfrica en los tiempos del apartheid, nos dividen en diferentes grupos por medio de tarjetas de identidad. Algunos somos ciudadanos, otros residentes permanentes legales, otros trabajadores temporales, y millones ni siquiera tenemos papeles.
A México lo tratan como los distritos negros en Sudáfrica donde se trabajan las minas con mano de obra de raza negra pero todas las ganancias quedan en manos blancas. Los barrios de Los Ángeles, Chicago y Nueva York se parecen a los tugurios negros en Sudáfrica, distritos carentes de los servicios más básicos cuyos habitantes dependen de cualquier tipo de trabajo que pueden encontrar en las zonas blancas o pequeñas empresas pueden improvisar en sus propios barrios.
La realidad más cruel en Sudáfrica en los tiempos del apartheid fue la separación de familias. Mujeres africanas que trabajaban como sirvientas de la gente blanca para poder darles de comer a sus hijos, fueron separadas de sus esposos, a veces por años enteros, porque la mujer tenía un permiso de estar en las zonas blancas y el hombre no.
Mujeres que cuidaban a niños ajenos no podrían estar con sus propios hijos. Mujeres que limpiaban las casas de los blancos solo podrían enviar unas cuantas cosas cada mes a sus propios hogares.
Este aspecto del apartheid sudafricano lo conocemos muy bien aquí en México. Nuestras familias han sido separadas, con la madre lejos de sus hijos, el esposo de su esposa, el hijo de su padre.
De todos modos, el 20 de enero todos vamos a estar mirando a Obama. No cumplió con su promesa de promover una reforma migratoria en su primer año. Pero ahora sí ha prometido hacerlo en los primeros 100 días de su segundo año. Estamos mirando si resulta ser otro Mandela, o más bien otro George Bush.
Vamos a responder no solo con nuestros ojos sino también con nuestros pies. No aceptaremos que nos falte respeto. El apartheid no puede tolerarse en este continente
En México el paralelismo que vemos entre los Estados Unidos y Sudáfrica es algo más profundo, ya que experimentamos nuestra propia versión del apartheid.
Desde la conquista armada de México y el robo, por parte de los Estados Unidos, de los Estados de Texas, Nuevo México, Arizona, California y una parte de Colorado y otros Estados, hemos recibido un trato pésimo por parte de los Estados Unidos. Hemos sido las víctimas principales de los Tratados de Libre Comercio (NAFTA) y del fracaso bancario que han tenido el impacto de dejar desempleados a millones de mexicanos.
En los Estados Unidos, como en Sudáfrica en los tiempos del apartheid, nos dividen en diferentes grupos por medio de tarjetas de identidad. Algunos somos ciudadanos, otros residentes permanentes legales, otros trabajadores temporales, y millones ni siquiera tenemos papeles.
A México lo tratan como los distritos negros en Sudáfrica donde se trabajan las minas con mano de obra de raza negra pero todas las ganancias quedan en manos blancas. Los barrios de Los Ángeles, Chicago y Nueva York se parecen a los tugurios negros en Sudáfrica, distritos carentes de los servicios más básicos cuyos habitantes dependen de cualquier tipo de trabajo que pueden encontrar en las zonas blancas o pequeñas empresas pueden improvisar en sus propios barrios.
La realidad más cruel en Sudáfrica en los tiempos del apartheid fue la separación de familias. Mujeres africanas que trabajaban como sirvientas de la gente blanca para poder darles de comer a sus hijos, fueron separadas de sus esposos, a veces por años enteros, porque la mujer tenía un permiso de estar en las zonas blancas y el hombre no.
Mujeres que cuidaban a niños ajenos no podrían estar con sus propios hijos. Mujeres que limpiaban las casas de los blancos solo podrían enviar unas cuantas cosas cada mes a sus propios hogares.
Este aspecto del apartheid sudafricano lo conocemos muy bien aquí en México. Nuestras familias han sido separadas, con la madre lejos de sus hijos, el esposo de su esposa, el hijo de su padre.
De todos modos, el 20 de enero todos vamos a estar mirando a Obama. No cumplió con su promesa de promover una reforma migratoria en su primer año. Pero ahora sí ha prometido hacerlo en los primeros 100 días de su segundo año. Estamos mirando si resulta ser otro Mandela, o más bien otro George Bush.
Vamos a responder no solo con nuestros ojos sino también con nuestros pies. No aceptaremos que nos falte respeto. El apartheid no puede tolerarse en este continente
