Cerca de la mezquita de un barrio del este de Mosul una decena de comerciantes trabaja en sus negocios bajo una lluvia fina.
Cuando los altavoces difunden el llamado a la oración, el carnicero Omar sigue cortando la res como si no hubiera oído nada.
"Mosul es una ciudad islámica y antes la mayoría de los jóvenes oraban", explica Omar.
Pero durante la dominación del EI, los yihadistas "nos obligaban" a rezar. "Debíamos ir a la mezquita contra nuestra voluntad", dice Omar.
Hasta la reconquista de la ciudad por las fuerzas iraquíes, los comerciantes de la calle estaban obligados a bajar la cortina cinco veces por día para asistir a la oración.
"Un día, el muchacho que trabaja conmigo recibió 35 latigazos porque no había ido a rezar", afirma Omar. "Ahora no estamos obligados a cerrar las tiendas", dice. "La decisión de orar o no es nuestra", agrega, aclarando que hoy no va a ir a la mezquita.
Del otro lado del Tigris, el río que divide la ciudad en dos, el alminar de la mezquita Al Nuri se destaca en la niebla invernal.
En junio de 2014, en esa mezquita, Abu Bakr al Bagdadi, el enigmático jefe del EI, proclamó la instauración de un "califato" (Estado religioso).
El oeste de Mosul, donde viven unas 750.000 personas según la ONU, sigue bajo control de los yihadistas, que preparan la defensa para resistir a una inminente ofensiva de las fuerzas gubernamentales iraquíes.
En el este de Mosul, el imán Mohamed Ghanem vuelve a dirigir la oración de los viernes en la mezquita "Fieles de Dios" tras varios años de prohibición por su negativa de jurar lealtad al Estado Islámico.
"Ahora algunas personas detestan la hora de la oración porque consideran que los yihadistas los obligaban" a rezar, dice el imán.
"Rechazan las reglas porque las asocian al EI, incluso cuando se trata de los verdaderos preceptos islamistas", dice.
"Si se presiona un objeto demasiado fuerte, estalla. Es lo que pasa actualmente con la gente: quieren vivir como les parece", agrega el imán Mohamed Ghanem.
Antes de la llegada del grupo Estado Islámico, una parte del trabajo del imán era instruir sobre la práctica del islam y, llegado el caso, corregir el comportamiento de los fieles.
"Ahora no decimos nada porque rechazan la autoridad religiosa. Si les decimos que hacen algo malo nos responden que somos del Estado Islámico", se lamenta Ghanem.
En el barrio residencial de Baladiyat, donde la lluvia llena los cráteres causados por las bombas, el imán Fares Adel, de 27 años, dice que cambió su manera de relacionarse con los fieles.
"Ahora tenemos miedo de aconsejar a los habitantes porque se sienten incómodos ante un hábito religioso", dice Adel, que confirma que otros imanes de la ciudad se comportan de la misma manera.
Fares Adel dice que comprende que los habitantes "rechacen el islam", pero piensa que progresivamente la situación va a normalizarse.
"La cantidad de fieles aumenta poco a poco. Todos volverán cuando desaparezca la huella del EI", dice.
En la mezquita del imán Mohamed Ghanem la afluencia desborda el local y muchos deben rezar en la calle.
"El imán tiene una buena mentalidad y nos habla bien, por lo tanto viene cada vez más gente", dice Mohamed, un habitante del barrio de 25 años.
"Y vienen porque quieren", agrega.
Cuando los altavoces difunden el llamado a la oración, el carnicero Omar sigue cortando la res como si no hubiera oído nada.
"Mosul es una ciudad islámica y antes la mayoría de los jóvenes oraban", explica Omar.
Pero durante la dominación del EI, los yihadistas "nos obligaban" a rezar. "Debíamos ir a la mezquita contra nuestra voluntad", dice Omar.
Hasta la reconquista de la ciudad por las fuerzas iraquíes, los comerciantes de la calle estaban obligados a bajar la cortina cinco veces por día para asistir a la oración.
"Un día, el muchacho que trabaja conmigo recibió 35 latigazos porque no había ido a rezar", afirma Omar. "Ahora no estamos obligados a cerrar las tiendas", dice. "La decisión de orar o no es nuestra", agrega, aclarando que hoy no va a ir a la mezquita.
Del otro lado del Tigris, el río que divide la ciudad en dos, el alminar de la mezquita Al Nuri se destaca en la niebla invernal.
En junio de 2014, en esa mezquita, Abu Bakr al Bagdadi, el enigmático jefe del EI, proclamó la instauración de un "califato" (Estado religioso).
El oeste de Mosul, donde viven unas 750.000 personas según la ONU, sigue bajo control de los yihadistas, que preparan la defensa para resistir a una inminente ofensiva de las fuerzas gubernamentales iraquíes.
En el este de Mosul, el imán Mohamed Ghanem vuelve a dirigir la oración de los viernes en la mezquita "Fieles de Dios" tras varios años de prohibición por su negativa de jurar lealtad al Estado Islámico.
- Rechazo del islam -
"Ahora algunas personas detestan la hora de la oración porque consideran que los yihadistas los obligaban" a rezar, dice el imán.
"Rechazan las reglas porque las asocian al EI, incluso cuando se trata de los verdaderos preceptos islamistas", dice.
"Si se presiona un objeto demasiado fuerte, estalla. Es lo que pasa actualmente con la gente: quieren vivir como les parece", agrega el imán Mohamed Ghanem.
Antes de la llegada del grupo Estado Islámico, una parte del trabajo del imán era instruir sobre la práctica del islam y, llegado el caso, corregir el comportamiento de los fieles.
"Ahora no decimos nada porque rechazan la autoridad religiosa. Si les decimos que hacen algo malo nos responden que somos del Estado Islámico", se lamenta Ghanem.
En el barrio residencial de Baladiyat, donde la lluvia llena los cráteres causados por las bombas, el imán Fares Adel, de 27 años, dice que cambió su manera de relacionarse con los fieles.
"Ahora tenemos miedo de aconsejar a los habitantes porque se sienten incómodos ante un hábito religioso", dice Adel, que confirma que otros imanes de la ciudad se comportan de la misma manera.
Fares Adel dice que comprende que los habitantes "rechacen el islam", pero piensa que progresivamente la situación va a normalizarse.
"La cantidad de fieles aumenta poco a poco. Todos volverán cuando desaparezca la huella del EI", dice.
En la mezquita del imán Mohamed Ghanem la afluencia desborda el local y muchos deben rezar en la calle.
"El imán tiene una buena mentalidad y nos habla bien, por lo tanto viene cada vez más gente", dice Mohamed, un habitante del barrio de 25 años.
"Y vienen porque quieren", agrega.