Rebeldes libios ondean una bandera francesa sobre un tanque abandonado, en Ajdabia, Libia.
La salva de obuses se estrelló contra la arena. Alcanzado en el tobillo por una piedra, un rebelde se desmayó.
Durante dos días, los rebeldes iban de victoria en victoria, tomando pueblo tras pueblo y terminales petrolíferos por esta carretera costera que va entre entre mar y desierto rumbo a la ciudad natal del coronel Muamar Gadafi.
Pero comprendieron el lunes que de hecho sólo habían tomado posiciones abandonadas por el ejército regular libio, atacado desde el aire por cazas bombarderos de la fuerza internacional.
Pese a la amenaza proveniente de los aires, las fuerzas del dirigente libio decidieron detener su avance a 140 km de Sirte.
A comienzos de la mañana, camionetas donde se veía la bandera verde de Trípoli, armadas con ametralladoras pesadas, comenzaron a tener como objetivos, sin poder alcanzarlos, a los primeros vehículos que se aventuraron hacia el oeste.
Los insurgentes desplegaron en las colinas cercanas los denominados "órganos de Stalin" y cañones, y dispararon.
La artillería adversa tomó media hora para responder.
La respuesta sólo duró unos diez minutos, pero fue suficiente para sembrar el pánico entre miles de rebeldes formados a lo largo de la carretera, que retrocedieron de manera desordenada.
"¿Sarkozy, donde está?" dice fulminante Ahmad Al Badri, de 20 años. Lleva un traje militar disparejo, una kalachnikov antigua y, a manera de chaleco antibalas, una camiseta de salvamento marino color naranja.
Más atrás, protegido por un terraplén, uno de sus amigos con un casco de alta fidelidad simula conectarse con un teléfono y llamar a "Sarkozy y a la aviación francesa", para darles las coordenadas de las baterías enemigas.
El más mínimo disparo contra la carretera, donde se forma un embotellamiento en medio de la algarabía, habría provocado una masacre. Pero los artilleros de Trípoli parecen haber querido sólo mostrar su presencia e interrumpir el avance de los rebeldes.
Los disparos cesan. Las aglomeraciones, objetivos perfectos, cambian de apariencia sobre las crestas de las dunas. El humo negro sube hacia al horizonte. Vuelven las sonrisas. Se prepara fuego con malezas para hacer el té.
Grupos van y vienen por la carretera. Algunos sólo tienen fusiles de caza. Un joven lleva un cohete como si fuera una bolsa de provisiones. Otros no llevan nada. En una camioneta, un joven barbudo anima por megáfono a los hombres para que vuelvan a partir hacia el frente.
Ahmad Al Badri retoma fuerza y dice como para convencerse a si mismo: "No será tan fácil como se creía tomar Sirte e ir hacia Trípoli. Pero no nos detendremos. Vamos a avanzar. No podrán obligarnos a ser lentos por mucho tiempo".
Todos los insurgentes interrogados por la AFP expresan su confianza en la aviación internacional para abrirles de nuevo la carretera.
Durante dos días, los rebeldes iban de victoria en victoria, tomando pueblo tras pueblo y terminales petrolíferos por esta carretera costera que va entre entre mar y desierto rumbo a la ciudad natal del coronel Muamar Gadafi.
Pero comprendieron el lunes que de hecho sólo habían tomado posiciones abandonadas por el ejército regular libio, atacado desde el aire por cazas bombarderos de la fuerza internacional.
Pese a la amenaza proveniente de los aires, las fuerzas del dirigente libio decidieron detener su avance a 140 km de Sirte.
A comienzos de la mañana, camionetas donde se veía la bandera verde de Trípoli, armadas con ametralladoras pesadas, comenzaron a tener como objetivos, sin poder alcanzarlos, a los primeros vehículos que se aventuraron hacia el oeste.
Los insurgentes desplegaron en las colinas cercanas los denominados "órganos de Stalin" y cañones, y dispararon.
La artillería adversa tomó media hora para responder.
La respuesta sólo duró unos diez minutos, pero fue suficiente para sembrar el pánico entre miles de rebeldes formados a lo largo de la carretera, que retrocedieron de manera desordenada.
"¿Sarkozy, donde está?" dice fulminante Ahmad Al Badri, de 20 años. Lleva un traje militar disparejo, una kalachnikov antigua y, a manera de chaleco antibalas, una camiseta de salvamento marino color naranja.
Más atrás, protegido por un terraplén, uno de sus amigos con un casco de alta fidelidad simula conectarse con un teléfono y llamar a "Sarkozy y a la aviación francesa", para darles las coordenadas de las baterías enemigas.
El más mínimo disparo contra la carretera, donde se forma un embotellamiento en medio de la algarabía, habría provocado una masacre. Pero los artilleros de Trípoli parecen haber querido sólo mostrar su presencia e interrumpir el avance de los rebeldes.
Los disparos cesan. Las aglomeraciones, objetivos perfectos, cambian de apariencia sobre las crestas de las dunas. El humo negro sube hacia al horizonte. Vuelven las sonrisas. Se prepara fuego con malezas para hacer el té.
Grupos van y vienen por la carretera. Algunos sólo tienen fusiles de caza. Un joven lleva un cohete como si fuera una bolsa de provisiones. Otros no llevan nada. En una camioneta, un joven barbudo anima por megáfono a los hombres para que vuelvan a partir hacia el frente.
Ahmad Al Badri retoma fuerza y dice como para convencerse a si mismo: "No será tan fácil como se creía tomar Sirte e ir hacia Trípoli. Pero no nos detendremos. Vamos a avanzar. No podrán obligarnos a ser lentos por mucho tiempo".
Todos los insurgentes interrogados por la AFP expresan su confianza en la aviación internacional para abrirles de nuevo la carretera.